martes, 30 de octubre de 2012
Acteón y Diana
Tenía otro blog dedicado a pequeñas investigaciones mías sobre temas mitológicos, en el que añadía entradas muy de vez en cuando. Progresivamente, me he dado cuenta de que las entradas que añadía al blog de mitología se vuelven cada vez más literarias, así que he decidido añadirlas aquí a partir de ahora y abandonar el otro blog. Como éste blog gira alrededor de la relación entre escritura y música, voy a buscar un disco que se relacione con cada entrada sobre mitología. En este caso he pensado en el grupo The (Fallen) Black Dear, por el nombre claro, pero la música también se adapta bien a éste texto. ---------------------------
El verano termina para Diana ------------------------- El último verano de la adolescencia. La última tarde del verano del adiós al instituto, la última fiesta mayor y el adiós a la intimidad con las amigas del pueblo, que se debilitan cerca del mar (esta tarde y el verano, claro está, no las amigas) al tiempo que las sombras de los árboles, de pronto rápidas, de pronto lentas, corren, van, vienen, con diversas formas, aplanándose, adhiriéndose a la tierra.
Diana pasea. Se despide de su pueblo porque se marcha, lejos, a vivir por su cuenta en la ciudad y estudiar Bellas Artes, desarrollarse, follar, enamorarse y crecer. Allá, entre extraños.
Pasea por el bosque como Acteón, que cazando junto a sus perros en un bosque también, se topó con Artemisa, la sorprendió bañándose desnuda y en el momento en que la mirada de Acteón quedaba atrapada en los ojos de la diosa, sintió que le crecían cuernos de ciervo en la cabeza, hasta convertirse él mismo en el animal que perseguía. Sus perros le confundieron con la presa que buscaban y devoraron su carne. El cazador se convirtió en presa.
Diana se aleja de los espacios abiertos del pueblo. Escoge el camino estrecho que solían tomar de niñas para llegar a la fuente abandonada, básicamente porque sabe que es un camino que ya nadie toma.
Diana lleva varias semanas entretenida con la historia de Acteón. Hay algo que entiende de esta historia y algo que no, pero no tiene claro qué es lo que sí y qué es lo que no entiende. La historia la ha inspirado para pintar un óleo en el que figura una mujer joven desnuda, abrazándose a sí misma, pintada entre los cuernos de un ciervo. Esta es la parte de la leyenda que sus manos, su tacto y sus ojos asimilan pero hay algo que aún escapa a su entendimiento .
¿Tiene Acteón algún control sobre sus perros en la historia? Se pregunta Diana. Los perros de Acteón se lanzan sobre su amo sin esperar ninguna señal, por lo cual Diana entiende que los perros corrían junto a Acteón movidos por su propio hambre de carne, no porque su amo se lo pidiera.
El viento gime a través las hojas del bosque con sus lánguidas notas
“Los perros son los pensamientos de Acteón”, ha leído en wikipedia. Los perros se interpretan habitualmente como los pensamientos de Acteón, descontrolados, en una búsqueda intranquila de algo que sacie su hambre, pero ¿hambre de qué? ¿hambre de presa, de ciervo, de Acteón? Y Acteón entonces, ¿qué es el cazador-presa Acteón?
Y un buho canta su grave endecha que hace erizar los cabellos de Diana. Por un instante Diana es bosque, corriente de aire, árboles. Después vuelve a pensar:
Acteón es quien lleva los perros del pensamiento, de la misma manera que el alma está en el cuerpo como el piloto de una nave; que por formar parte del funcionamiento de la nave se ve como nave y no como parte de la nave. Acteón igual; como amo y presa de sus perros, es lo que anima la historia y en tanto que la anima e informa, se convierte en parte intrínseca de ésta; más en tanto que rige y. gobierna los perros no es sólo parte, sino que se convierte en la causa de la historia. La razón de que la podamos contar .
Así vagan los pensamientos de Diana…
¿Y los perros pensamiento, hacia dónde van después de comerse al cazador Acteón? ¿Hacia dónde siguen corriendo? ¿Siguen teniendo hambre?
Entonces dos perros del pueblo, que se han vuelto furiosos, compiten en un estallido de ladridos. Diana, agitada, mezcla sus pensamientos con lo que escuchan sus oídos e imagina como todos los perros del pueblo rompen sus cadenas, se escapan de las granjas lejanas y corren de un lado para otro por el campo, presos de la locura. Como los perros de Acteón sin su amo.
De pronto se detienen los perros en la imaginación de Diana, y miran hacia todos los lados con feroz inquietud, con mirada de fuego, y así como los elefantes, antes de morir, lanzan en el desierto una última mirada al cielo, elevando desesperadamente su trompa, dejando caer sus orejas inertes, así los perros dejan caer inertes sus orejas, elevan la cabeza, hinchan su terrible cuello, y se ponen a ladrar por turno, tanto los perros del pueblo como los que imagina Diana, sea como un niño que grita de hambre, sea como un gato herido en el vientre encima de un tejado, sea como una mujer que va a parir, sea como un enfermo moribundo en un hospital, sea como una muchacha que canta un aria sublime, contra las estrellas al Oeste, contra la luna, contra las montañas que semejan a lo lejos rocas gigantes que yacen en la oscuridad, contra el aire frío que aspiran a pleno pulmón y que les vuelve rojo el interior de su nariz y ardiente, contra el silencio de la noche, contra las lechuzas cuyo vuelo sesgado les roza el hocico, llevando una rata o una rana en el pico, alimento vivo, grato para las crías, contra las liebres que desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, contra el ladrón que huye encogido sobre su ciclomotor después de haber cometido un crimen, contra las serpientes que al agitar los matorrales hacen que tiemble la piel y rechinen los dientes, contra sus propios ladridos que a ellos mismos causan miedo, contra los sapos que trituran con un golpe seco de sus quijadas (¿por qué se han alejado del pantano?), contra los árboles cuyas hojas balanceándose suavemente son otros tantos misterio que ellos no comprenden pero quieren descubrir con sus ojos fijos e inteligentes, contra las arañas suspendidas de sus largas patas que trepan por los árboles para salvarse, contra los cuervos que al no encontrar de qué comer durante la jornada regresan a su refugio con las alas cansadas, contra las rocas de la costa, contra las luces que aparecen en los mástiles de las naves invisibles, contra el sordo rumor de las olas, contra los grandes peces que al nadar muestran su dorso negro y luego se hunden en el abismo, y contra el hombre que los convierte en esclavos. Después de ello se ponen de nuevo a correr por el campo de la imaginación de Diana, saltando con sus patas sangrantes por encima de las fosas, los caminos, las campiñas, las hierbas y las piedras escarpadas. Se dirían que están atacados por la rabia y buscan un gran estanque para calmar su sed. Sus prolongados aullidos espantan a la naturaleza entera. ¡Desgraciado el paseante que se encuentre a Diana sola en el bosque! Los amigos de los cementerios la protegerán, se arrojarán sobre él, lo despedazarán, se lo comerán con su boca chorreante de sangre, pues sus dientes no están deteriorados. Los animales salvajes no se atreverían a acercarse para tomar parte en el festín de carne, temblando huirían hasta perderse de vista. Después de algunas horas, los perros, extenuados de correr de un lado para otro, casi muertos, con la lengua fuera de la boca, se precipitarán los unos sobre los otros sin saber lo que hacen, y se destrozarán en mil pedazos con una rapidez increíble. No se comportan así por crueldad. Un día, con los ojos vidriosos, la madre de Diana le dijo: «Cuando estés en tu cama y oigas los ladridos de los perros en el campo, escóndete bajo el cobertor, no te burles de lo que hacen: tienen sed insaciable de infinito, como tú, como yo, como el resto de los seres humanos de rostro pálido y alargado. Incluso te permito que te pongas delante de la ventana para que contemples ese espectáculo bastante sublime» .
¿Siguieron los perros de Acteón corriendo hasta el infinito entonces? ¿Y a dónde si no? Si los perros de Acteón no son más que perros de leyenda, que siguen corriendo junto a su amo, devorando a su amo y ladrando a la luna hasta el día de hoy.
¿Qué significa de hecho, infinito? A medida que la luz a su alrededor se vuelve dorada, los pensamientos de Diana se elevan y vuelan, corren hacia el horizonte inalcanzable de su mente. ¿Sed de infinito? ¿Cómo se puede tener sed de algo incomparable, infigurable e inefable como el infinito? El infinito –en ese lenguaje físico de Dios que es el universo-, es algo que confunde el sujeto con el predicado, incluso el nombre con el adjetivo, y en él ningún personaje, ninguna oración incluso, es más ni menos principal o subordinada que otra; todas las oraciones son circunstanciales y todas completivas; igual que todo personaje en la leyenda de Acteón tiene el mismo peso. Los perros son lo mismo que Acteón en el infinito, y es a sí mismos a quien se devoran. Incluso ella, Diana, por esa misma regla del infinito, no tiene más o menos centralidad que ninguno de los perros míticos de Acteón . En la comprensión del infinito no hay parte mayor ni parte menor, porque a la escala del infinito una parte, por grande que sea, no se eleva más que otra parte, por pequeña que se quiera; y en la duración del infinito, vuelan las ideas de Diana, la hora no se diferencia del día, el día del año, el año del siglo, el siglo del momento; porque no son más numerosos los momentos y las horas que los años; y la proporción de los unos no es menor que la de los otros ante la eternidad. Horas infinitas no son más que siglos infinitos, e infinitos palmos nos son en número superiores a infinitas yardas. La proporción, la similtud, la unión, la identidad del infinito no se alcanzan mejor siendo hombre que hormiga, estrella que hombre; porque a ese ser no te aproximas más siendo sol y luna, que hombre u hormiga; un cazador, una diosa o un perro, porque en el infinito estas cosas son indiferentes .
Diana aparta las últimas ramas del camino para entrar en el espacio donde se amontonan las ruinas de la fuente antigua, dónde un placa de bronce instalada por el ayuntamiento años antes de que Diana naciera, levanta la inscripción en relieve:
-Si Dios tuviera en su mano derecha toda la verdad y en su izquierda el deseo siempre vivo de verdad y me dijera: “¡Elige!”, incluso a riesgo de equivocarme siempre y eternamente, me inclinaría con humildad sobre su mano izquierda y le diría: “¡Padre, dámela! La verdad absoluta es únicamente para ti” -
Tal vez se trate de esto, de no poder encerrar en un puño cerrado ninguna respuesta rígida sino de seguir buscando toda la vida. Nunca podrá abarcar todo el significado de esta leyenda, siente Diana, porque comprender significa transformarse en el objeto de la caza. Aunque Acteón esperaba encontrar fuera de sí el bien, la sabiduría, la belleza, la montaraz fiera, en presencia de la diosa se vio convertido en aquello que buscaba. En sólo un instante, él advirtió cómo se trocaba en la anhelada presa de sus canes, de sus pensamientos, pues, habiendo en él mismo contraído el infinito, no era necesario buscarlo fuera de sí . Acteón comprende que en el infinito no hay diferencia entre él y su presa, ni entre una hormiga y una estrella, pero sólo alcanza aquello que anhela cuando se convierte en ello, ante la mirada de la diosa. De la misma manera nadie la entiende a Diana en el pueblo, porque no son ella ni ven el cielo con sus ojos, ni respiran el olor del bosque con su cuerpo, ni ven el mar con su mirada. No la entienden porque no son Diana, no son ella. Ni ella los puede entender a ellos porque mientras el infinito es pueblo y Diana y perros y todo lo demás, ella no es pueblo, ni es sus vecinos, ella solamente es Diana. Así para entender esta leyenda debería ser todos los símbolos de la leyenda, pero una leyenda es un espejo del universo y el universo es infinito, Diana no. Para entender esta leyenda realmente, siente que debería desintegrarse como Acteón y convertirse ella misma en infinito. El infinito no se puede poseer, sólo se puede anhelar, eternamente, como los perros de Acteón, que siguen corriendo, sin descanso, hacia todos los puntos cardinales, persiguiendo el horizonte.
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