domingo, 13 de noviembre de 2011

Brighter Death Now - 1890

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Cuando tenía poco más de veinte años, trabajaba en una cafetería por las tardes y le alquilaba una buhardilla a una mujer soltera que bebía un poco pero nunca me molestaba. Subí de la calle un enorme colchón que encontré abandonado y lo coloqué cerca de la ventana, me compré una neverita para las cervezas y coloqué en el centro de la habitación dos televisores. Uno me lo prestó un amigo que se fue al extranjero y el segundo me lo encontré por casualidad, detrás de mi casa, una tarde en la que tuve que hacer un rodeo para salir del barrio a causa de un mitin político que bloqueó la entrada a mi calle con un mar de sillas plegables de madera y pensionistas con pancartas que me daban la espalda mientras escuchaban la voz de un conferenciante que salía de los altavoces con firmeza automatizada y desganada. Esa tarde tuve que doblar un par de esquinas que nunca había explorado y sobre la calzada de una calle corta y estrecha me encontré con una televisión abandonada, que resultó funcionar. Por aquella época trabajaba siempre en turnos de tarde, dormía de día y a menudo me pasaba las noches delante de mis dos televisiones, una transmitiendo las imágenes que salían de un reproductor de DVD que gané en alguna oferta y otra reproduciendo cintas VHS en un videocasete que ni recuerdo de donde había sacado. Reproducía a menudo unas cintas que me encontré apiladas junto a un contenedor de basura. Había una con una grabación ambiental de fuego, y otra cinta en la que, tras terminar dos comedias grabadas de la televisión, sobraban unos minutos de la grabación anterior, no profesional, con imágenes de una familia anónima celebrando el cumpleaños de una niña. Así gastaba en aquella época noches enteras hasta la llegada del pálido amanecer. Fue en una de aquellas veladas nocturnas, entre las tres y las cuatro de la madrugada más o menos, cuando me sorprendió el lanzamiento de una bengala sobre los edificios frente a mi ventana. Me quedé hipnotizado observando la luz rojiza y a medida que me acostumbraba a la sorpresa, me percaté de que lo que me había parecido una bengala no bajaba del cielo. Pasaron unos segundos y la bengala no descendía como era de esperar, sino que se mantenía clavada en el cielo, no se exactamente a qué distancia, pero desde mi ángulo parecía estar a un palmo sobre el edificio de enfrente.
El brillo palpitaba cambiando de intensidad. Cuando se expandía, la luz era tan intensa que me cegaba por un instante durante el que me quedaba encantado y a continuación se replegaba sobre sí misma, quedándose simplemente flotando ante mi mirada. Después me volvía a hipnotizar. Palpitando en el cielo absorbía la atención de mi mente y la soltaba, de manera intermitente. Cada vez que la luz me poseía, yo centraba mucha atención en sentir mi columna vertebral –esto lo podía analizar posteriormente - y visualizaba la imagen de una luz fluorescente, sobre la que brillaban en mayor intensidad unos filamentos de luz que parecían cuerdas rotas y finas, hechas de una luz aún más clara que la de la bengala. Después volvía a ver el cielo oscuro, sus pocas estrellas, una a una, y la bengala estática brillando en el aire. Me desperté al amanecer, sin recordar en qué momento había quedado dormido y desde entonces me tomo en serio los avistamientos de ovnis.

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