martes, 30 de octubre de 2012

Acteón y Diana

Tenía otro blog dedicado a pequeñas investigaciones mías sobre temas mitológicos, en el que añadía entradas muy de vez en cuando. Progresivamente, me he dado cuenta de que las entradas que añadía al blog de mitología se vuelven cada vez más literarias, así que he decidido añadirlas aquí a partir de ahora y abandonar el otro blog. Como éste blog gira alrededor de la relación entre escritura y música, voy a buscar un disco que se relacione con cada entrada sobre mitología. En este caso he pensado en el grupo The (Fallen) Black Dear, por el nombre claro, pero la música también se adapta bien a éste texto. --------------------------- El verano termina para Diana ------------------------- El último verano de la adolescencia. La última tarde del verano del adiós al instituto, la última fiesta mayor y el adiós a la intimidad con las amigas del pueblo, que se debilitan cerca del mar (esta tarde y el verano, claro está, no las amigas) al tiempo que las sombras de los árboles, de pronto rápidas, de pronto lentas, corren, van, vienen, con diversas formas, aplanándose, adhiriéndose a la tierra. Diana pasea. Se despide de su pueblo porque se marcha, lejos, a vivir por su cuenta en la ciudad y estudiar Bellas Artes, desarrollarse, follar, enamorarse y crecer. Allá, entre extraños. Pasea por el bosque como Acteón, que cazando junto a sus perros en un bosque también, se topó con Artemisa, la sorprendió bañándose desnuda y en el momento en que la mirada de Acteón quedaba atrapada en los ojos de la diosa, sintió que le crecían cuernos de ciervo en la cabeza, hasta convertirse él mismo en el animal que perseguía. Sus perros le confundieron con la presa que buscaban y devoraron su carne. El cazador se convirtió en presa. Diana se aleja de los espacios abiertos del pueblo. Escoge el camino estrecho que solían tomar de niñas para llegar a la fuente abandonada, básicamente porque sabe que es un camino que ya nadie toma. Diana lleva varias semanas entretenida con la historia de Acteón. Hay algo que entiende de esta historia y algo que no, pero no tiene claro qué es lo que sí y qué es lo que no entiende. La historia la ha inspirado para pintar un óleo en el que figura una mujer joven desnuda, abrazándose a sí misma, pintada entre los cuernos de un ciervo. Esta es la parte de la leyenda que sus manos, su tacto y sus ojos asimilan pero hay algo que aún escapa a su entendimiento . ¿Tiene Acteón algún control sobre sus perros en la historia? Se pregunta Diana. Los perros de Acteón se lanzan sobre su amo sin esperar ninguna señal, por lo cual Diana entiende que los perros corrían junto a Acteón movidos por su propio hambre de carne, no porque su amo se lo pidiera. El viento gime a través las hojas del bosque con sus lánguidas notas “Los perros son los pensamientos de Acteón”, ha leído en wikipedia. Los perros se interpretan habitualmente como los pensamientos de Acteón, descontrolados, en una búsqueda intranquila de algo que sacie su hambre, pero ¿hambre de qué? ¿hambre de presa, de ciervo, de Acteón? Y Acteón entonces, ¿qué es el cazador-presa Acteón? Y un buho canta su grave endecha que hace erizar los cabellos de Diana. Por un instante Diana es bosque, corriente de aire, árboles. Después vuelve a pensar: Acteón es quien lleva los perros del pensamiento, de la misma manera que el alma está en el cuerpo como el piloto de una nave; que por formar parte del funcionamiento de la nave se ve como nave y no como parte de la nave. Acteón igual; como amo y presa de sus perros, es lo que anima la historia y en tanto que la anima e informa, se convierte en parte intrínseca de ésta; más en tanto que rige y. gobierna los perros no es sólo parte, sino que se convierte en la causa de la historia. La razón de que la podamos contar . Así vagan los pensamientos de Diana… ¿Y los perros pensamiento, hacia dónde van después de comerse al cazador Acteón? ¿Hacia dónde siguen corriendo? ¿Siguen teniendo hambre? Entonces dos perros del pueblo, que se han vuelto furiosos, compiten en un estallido de ladridos. Diana, agitada, mezcla sus pensamientos con lo que escuchan sus oídos e imagina como todos los perros del pueblo rompen sus cadenas, se escapan de las granjas lejanas y corren de un lado para otro por el campo, presos de la locura. Como los perros de Acteón sin su amo. De pronto se detienen los perros en la imaginación de Diana, y miran hacia todos los lados con feroz inquietud, con mirada de fuego, y así como los elefantes, antes de morir, lanzan en el desierto una última mirada al cielo, elevando desesperadamente su trompa, dejando caer sus orejas inertes, así los perros dejan caer inertes sus orejas, elevan la cabeza, hinchan su terrible cuello, y se ponen a ladrar por turno, tanto los perros del pueblo como los que imagina Diana, sea como un niño que grita de hambre, sea como un gato herido en el vientre encima de un tejado, sea como una mujer que va a parir, sea como un enfermo moribundo en un hospital, sea como una muchacha que canta un aria sublime, contra las estrellas al Oeste, contra la luna, contra las montañas que semejan a lo lejos rocas gigantes que yacen en la oscuridad, contra el aire frío que aspiran a pleno pulmón y que les vuelve rojo el interior de su nariz y ardiente, contra el silencio de la noche, contra las lechuzas cuyo vuelo sesgado les roza el hocico, llevando una rata o una rana en el pico, alimento vivo, grato para las crías, contra las liebres que desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, contra el ladrón que huye encogido sobre su ciclomotor después de haber cometido un crimen, contra las serpientes que al agitar los matorrales hacen que tiemble la piel y rechinen los dientes, contra sus propios ladridos que a ellos mismos causan miedo, contra los sapos que trituran con un golpe seco de sus quijadas (¿por qué se han alejado del pantano?), contra los árboles cuyas hojas balanceándose suavemente son otros tantos misterio que ellos no comprenden pero quieren descubrir con sus ojos fijos e inteligentes, contra las arañas suspendidas de sus largas patas que trepan por los árboles para salvarse, contra los cuervos que al no encontrar de qué comer durante la jornada regresan a su refugio con las alas cansadas, contra las rocas de la costa, contra las luces que aparecen en los mástiles de las naves invisibles, contra el sordo rumor de las olas, contra los grandes peces que al nadar muestran su dorso negro y luego se hunden en el abismo, y contra el hombre que los convierte en esclavos. Después de ello se ponen de nuevo a correr por el campo de la imaginación de Diana, saltando con sus patas sangrantes por encima de las fosas, los caminos, las campiñas, las hierbas y las piedras escarpadas. Se dirían que están atacados por la rabia y buscan un gran estanque para calmar su sed. Sus prolongados aullidos espantan a la naturaleza entera. ¡Desgraciado el paseante que se encuentre a Diana sola en el bosque! Los amigos de los cementerios la protegerán, se arrojarán sobre él, lo despedazarán, se lo comerán con su boca chorreante de sangre, pues sus dientes no están deteriorados. Los animales salvajes no se atreverían a acercarse para tomar parte en el festín de carne, temblando huirían hasta perderse de vista. Después de algunas horas, los perros, extenuados de correr de un lado para otro, casi muertos, con la lengua fuera de la boca, se precipitarán los unos sobre los otros sin saber lo que hacen, y se destrozarán en mil pedazos con una rapidez increíble. No se comportan así por crueldad. Un día, con los ojos vidriosos, la madre de Diana le dijo: «Cuando estés en tu cama y oigas los ladridos de los perros en el campo, escóndete bajo el cobertor, no te burles de lo que hacen: tienen sed insaciable de infinito, como tú, como yo, como el resto de los seres humanos de rostro pálido y alargado. Incluso te permito que te pongas delante de la ventana para que contemples ese espectáculo bastante sublime» . ¿Siguieron los perros de Acteón corriendo hasta el infinito entonces? ¿Y a dónde si no? Si los perros de Acteón no son más que perros de leyenda, que siguen corriendo junto a su amo, devorando a su amo y ladrando a la luna hasta el día de hoy. ¿Qué significa de hecho, infinito? A medida que la luz a su alrededor se vuelve dorada, los pensamientos de Diana se elevan y vuelan, corren hacia el horizonte inalcanzable de su mente. ¿Sed de infinito? ¿Cómo se puede tener sed de algo incomparable, infigurable e inefable como el infinito? El infinito –en ese lenguaje físico de Dios que es el universo-, es algo que confunde el sujeto con el predicado, incluso el nombre con el adjetivo, y en él ningún personaje, ninguna oración incluso, es más ni menos principal o subordinada que otra; todas las oraciones son circunstanciales y todas completivas; igual que todo personaje en la leyenda de Acteón tiene el mismo peso. Los perros son lo mismo que Acteón en el infinito, y es a sí mismos a quien se devoran. Incluso ella, Diana, por esa misma regla del infinito, no tiene más o menos centralidad que ninguno de los perros míticos de Acteón . En la comprensión del infinito no hay parte mayor ni parte menor, porque a la escala del infinito una parte, por grande que sea, no se eleva más que otra parte, por pequeña que se quiera; y en la duración del infinito, vuelan las ideas de Diana, la hora no se diferencia del día, el día del año, el año del siglo, el siglo del momento; porque no son más numerosos los momentos y las horas que los años; y la proporción de los unos no es menor que la de los otros ante la eternidad. Horas infinitas no son más que siglos infinitos, e infinitos palmos nos son en número superiores a infinitas yardas. La proporción, la similtud, la unión, la identidad del infinito no se alcanzan mejor siendo hombre que hormiga, estrella que hombre; porque a ese ser no te aproximas más siendo sol y luna, que hombre u hormiga; un cazador, una diosa o un perro, porque en el infinito estas cosas son indiferentes . Diana aparta las últimas ramas del camino para entrar en el espacio donde se amontonan las ruinas de la fuente antigua, dónde un placa de bronce instalada por el ayuntamiento años antes de que Diana naciera, levanta la inscripción en relieve: -Si Dios tuviera en su mano derecha toda la verdad y en su izquierda el deseo siempre vivo de verdad y me dijera: “¡Elige!”, incluso a riesgo de equivocarme siempre y eternamente, me inclinaría con humildad sobre su mano izquierda y le diría: “¡Padre, dámela! La verdad absoluta es únicamente para ti” - Tal vez se trate de esto, de no poder encerrar en un puño cerrado ninguna respuesta rígida sino de seguir buscando toda la vida. Nunca podrá abarcar todo el significado de esta leyenda, siente Diana, porque comprender significa transformarse en el objeto de la caza. Aunque Acteón esperaba encontrar fuera de sí el bien, la sabiduría, la belleza, la montaraz fiera, en presencia de la diosa se vio convertido en aquello que buscaba. En sólo un instante, él advirtió cómo se trocaba en la anhelada presa de sus canes, de sus pensamientos, pues, habiendo en él mismo contraído el infinito, no era necesario buscarlo fuera de sí . Acteón comprende que en el infinito no hay diferencia entre él y su presa, ni entre una hormiga y una estrella, pero sólo alcanza aquello que anhela cuando se convierte en ello, ante la mirada de la diosa. De la misma manera nadie la entiende a Diana en el pueblo, porque no son ella ni ven el cielo con sus ojos, ni respiran el olor del bosque con su cuerpo, ni ven el mar con su mirada. No la entienden porque no son Diana, no son ella. Ni ella los puede entender a ellos porque mientras el infinito es pueblo y Diana y perros y todo lo demás, ella no es pueblo, ni es sus vecinos, ella solamente es Diana. Así para entender esta leyenda debería ser todos los símbolos de la leyenda, pero una leyenda es un espejo del universo y el universo es infinito, Diana no. Para entender esta leyenda realmente, siente que debería desintegrarse como Acteón y convertirse ella misma en infinito. El infinito no se puede poseer, sólo se puede anhelar, eternamente, como los perros de Acteón, que siguen corriendo, sin descanso, hacia todos los puntos cardinales, persiguiendo el horizonte.

Irma Luján

Después de la entrada anterior, he querido probar de escribir algo a partir de una música tranquila, para ver el contraste. Me ha salido el esquema de un texto que me ha gustado, pero que tiene sentido como parte de un texto más largo. He pensado en escribir este texto como parte de un relato corto, que no será del todo narrativo sino la unión de varios textos relacionados entre sí. Será un relato corto a cuatro partes, la primera será el texto que he empezado a partir de la música tranquila. Se trata de la relación entre dos personajes, un adolescente y su vecina, que es vidente y amiga de su madre. La segunda parte es la biografía de la vecina, la tercera es la historia del pueblo en el que viven y la cuarta es la biografía de los padres del adolescente.
Lo que cuelgo ahora es la biografía de la vecina vidente, que se llama Irma Luján porque su historia está basada en la música de Irmologion, un proyecto de música electrónica ruso. La palabra Irmologion es un concepto de la música sacra cristiana ortodoxa. No me he informado demasiado, pero parece ser que el disco que cuelgo (es la primera vez que cuelgo un disco, no una mezcla que haya hecho yo) está hecho por un músico que era alguien conocido en la escena de música alternativa en Rusia en los ochenta y a principios de los noventa decidió internarse en un monasterio ortodoxo. Después de más de diez años, reapareció y grabó un disco de música electrónica basada en lo que aprendió en el monasterio. No me he basado en esta historia a la hora de escribir pero tiene gracia saberlo. Lo que he hecho es escribir automáticamente a partir de la música y después he hecho una tirada de cartas del tarot al personaje de la vidente. A partir de las cartas, he podido formarme una idea de la personalidad que el personaje tiene, después he ido sacando frases de lo que había escrito automáticamente y con ellas he construido una historia vital que haya llevado al personaje a tener la personalidad que tiene en el momento en el que se escribe la historia, que es cuando le he tirado las cartas del tarot.

El disco de Irmologion está comprimido:


http://www.mediafire.com/?2mvm04o1h9gl5dr



Irma Luján

Irma nació en el barrio de la fe, en aquellos tiempos en los que los niños aún se llamaban a gritos desde la calle y no todos tenían televisión. Hija única, solía sentarse en su habitación, o en el comedor si quedaba desocupado, con el objetivo de quedarse quieta e intentar, como decía ella, “convertirse en uno de los muebles”. Intentaba sentir lo que la rodeaba y pensar lo mínimo, hasta fundirse completamente con la habitación como uno más de su objetos. Un juego práctico, porque si entraba mamá y le preguntaba, Irma respondía que no estaba haciendo “nada”. Así no llamaba la atención. No le gustaba llamar la atención, ni en casa ni fuera, pero los niños del barrio abusaban a menudo de su valentía y le pedían hacer lo que ellos no se atrevían. Por esa razón fue la única que entró en la casa abandonada que había detrás de las vías del tren:
Martín y el Pelota rompieron la puerta una tarde y huyeron corriendo. Al día siguiente llamaron al resto de los niños para enseñarles la entrada forzada; pero la única que se atrevió a subir las escaleras fue Irma, un escalón detrás del otro, hacia las habitaciones de los fantasmas. Las exploró una a una y se encontró con un armario estantería en el que alguien había dejado cajas planas de madera, con una tapadera de cristal, dentro de las cuales habían clavado mariposas de diferentes tamaños.
Los niños golpeaban una tubería abajo, al ritmo de los latidos de su corazón. Irma quería estar con ellos, por la emoción del hallazgo y por el miedo que se acumulaba a sus espaldas. Corriendo, se resbaló por las escaleras y las bajó de bruces hasta que se encontró estirada sobre el vientre, con cristales rotos, mariposas secas y niños asustados ante ella. Más una sangrante herida en el labio. La herida que se convirtió en la pequeña cicatriz que añade una gota de misterio a las proporciones harmónicas de su cara.

Irma se inventaba una historia nueva para cada chico que le preguntaba sobre la cicatriz. Sólo hubo que nunca le preguntó y de él se enamoró. Un actor desconocido de teatro y cine que conoció en la época en la que trabajaba como relaciones públicas en el “rincón internacional”, un restaurante exclusivo al que se podía acceder únicamente en barco. Su personalidad hipnótica, unida a un cuerpo esbelto, siempre ha enamorado con facilidad y en el “rincón internacional” Irma se convertía cada noche en la reina de la fiesta, cuando después de cerrar los trabajadores se quedaban a celebrar la vida con el dueño y sus amigos.
Así conoció a Román. Los dos se quedaron hablando en una de las mesas hasta que se marcharon casi todos; él se despidió e Irma se quedó con la obsesión de volverle a ver.

Unas semanas más tarde la casualidad hizo que Irma lo viera entrando en una librería y en ese momento supo que nada los volvería a separar. Se dirigió a él y esa misma tarde se acostaron. Después Román la siguió ignorando. Ante la insistencia de Irma, se veían, pero él parecía hacerle un favor. Compartía con Irma sus aventuras con otras mujeres, hasta le hablaba de algún enamoramiento e Irma le apoyaba siempre, convencida que un día u otro el actor se daría cuenta de que la mujer de su vida no era otra más que ella.

Siguiéndolo a él, comenzó a rondar el mundo del cine. Primero acompañando a Román, después por su cuenta. Empezó ayudando en lo que podía para algunos rodajes y apareció al poco tiempo en su primera película, como invitada en una gala de honor. Después fue secuestrada por un atracador de bancos, bailarina en el coro de un musical o mujer que pide fuego al detective.
Por sus condiciones físicas, más de una vez le ofrecieron el papel de victima de asesinos psicópatas o sobrenaturales que la sorprendían antes de meterse en la cama en ropa interior o la perseguían entre ramas de árboles en las que se iban rasgando sus ropas. Nada serio, se lo pasaba bien mientras esperaba interesar a Román, que seguía pasando por su vida intermitentemente.

Rodando en el desierto una película fantástica de guerreros, con muchos extras con lanzas y cascos de plástico en forma de calaveras, el coche en el que volvían ella y dos miembros más del equipo volcó por la inoportuna visión de algún animal nocturno sobre la carretera, que bien pudo haber sido imaginación del intoxicado conductor.
Se encontró a sí misma dolorida, colgada del cinturón de seguridad, con la cabeza apuntando hacia la tierra. Sus compañeros de viaje mantenían un silencio mortal.
Se arrastró hacia un lado de la carretera y se sentó, rodeada por el desierto nocturno. Quieta, el armazón del coche mudo a su lado, la tierra se expandía 360 grados hacia el horizonte, cubierta por puntos de luz celestes que parpadeaban al ritmo que marcaban los grillos, como luciérnagas que la llamaban y le mostraban el camino hacia el espacio.
Cuando se despertó en el hospital se encontró junto a su cama a Raúl Moradas, el productor, enamorado de ella desde hacía tiempo según se decía.
De los meses siguientes al accidente Irma recuerda la paciencia de Raúl y su chalet. Los amaneceres vistos desde su piscina y las sesiones de meditación con una de sus amigas.
Cuando Irma abrazó a Raúl una tarde, inundada por una sensación infinita de agradecimiento, reconoció dentro de él un silencioso sufrimiento. No quiso abusar más de un amor que no podría corresponder y se fue del lugar inmediatamente. Pasó a vivir y a trabajar con una vieja amiga que llevaba un herbolario.

En los años que siguieron profundizó mucho en el estudio de la nutrición y se entregó a su afición por la danza en varias academias de la ciudad. Esta fue la época más tranquila de su vida, incluso aburrida. Se sentía sola y adoptó a un perro que encontró herido en la calle. Le gustaba pasear con él sobretodo por la tarde, porque a se hora escuchaba unas melodías bellísimas de trompeta que sonaban desde alguna ventana del barrio.
A raíz de un comentario a hizo sobre su perro, Irma conoció al vecino que la hacía soñar con su música y se convirtieron en pareja.

Desde su felicidad, se les ocurrió a los dos la idea de combinar la música y la danza para organizar talleres de lo que llamaron “danza liberación”, una combinación de espiritualidad y autoayuda a través de la danza, con la que se ganaron el sueldo hasta que llegó la época más traumática de la vida de Irma, hace siete años.
Su novio murió de un cáncer fulminante en el hígado, al mismo tiempo que el dueño del “rincón internacional” moría soltero y se acordaba precisamente de Irma en el momento de hacer el testamento. Confundida, rota emocionalmente y liberada de cualquier preocupación económica, Irma salió de viaje sin rumbo, del que recuerda hoy más el traqueteo rítmico del tren que no el paisaje.
Cuando emergió de sí misma por primera vez, estaba paseando e imaginando ángeles que la rodeaban. Los ángeles se dispersaron y la dejaron inmersa en la niebla espesa de un pueblo de la costa al que no sabía por qué razón había llegado. Se lo tomó como una señal y decidió mudarse al lugar. Compró un piso modesto en el pueblo y otro en la ciudad, con el alquiler del cual pensaba vivir.

En el pueblo, cada día le parecía un domingo de resaca. A veces paseaba, contemplaba el mar haciendo gárgaras entre rocas erosionadas y se quedaba muchas horas en casa sin hacer nada. Se fundía con el mobiliario, como cuando era niña, tardes enteras, hasta que un sobresaltó intenso la hizo reaccionar. Sentada en el sillón sin pensar, como otras muchas veces, se sintió de repente caer por un portal de humo hacia otra Irma. Como si su cuerpo se hubiera transformado en bruma y su alma se cayera por a él hacia dentro para despertarse de nuevo, pero diferente.
Se sintió llenándose de energía poco a poco y comenzó a expresar sus nuevas fuerzas saludando a sus vecinas e involucrándose más y más en su vida. Cuando le preguntaron, respondió por un capricho que se ganaba la vida haciendo de adivina. Así empezó a dar a gente de todo el pueblo consejos, explicados a partir del pozo que dejaba su café en la taza pero basados en la intuición y experiencia de Irma. Hoy en día conoce las intimidades secretas de cientos de sus vecinos y se ha convertido en una figura imprescindible de su nueva comunidad.

Ana María y Jose Luís

Esta es la cuarta parte del relato. Es la biografía de los padres del chico que aparecerá en la primera, cuando la escriba. Para este escrito les hice una tirada de tarot a los dos padres como pareja. Está basado en una mezcla muy agradable y “soleada” que hice hace mucho tiempo, para contrastar con la relativa oscuridad de la música que usé para los otros dos relatos. Esta vez ya tenía más elementos a tener en cuenta, basados en la biografía de Irma y la historia del pueblo.
A continuación voy a escribir la primera parte del relato, para la que ya escribí el esquema a partir de la mezcla que supone que tenía que contrastar con el “ensayo heavy metal”. Sólo tendré que adaptar el esquema a los elementos que han aparecido en las siguientes partes del relato. Me gusta mucho esta manera de escribir, en la que el azar baraja los elementos que van apareciendo en los relatos. Tiene la ventaja de que yo mismo me sorprendo de las direcciones que toma el relato y de que el resultado me parece algo menos predecible y analizable. Los elementos no tienen una significación simbólica basada en mi visión de la vida, sino que me sobrepasan y por tanto pueden interesar más al lector. Espero ir desarrollando cada vez más el papel del azar en la escritura.

La mezcla:

http://www.mediafire.com/?qcc38p2eoov0mar

4. Ana María y Jose Luís

Ana María y Jose Luís son el matrimonio que vive al final de la calle Jiménez del Pilar, cerca de las barquitas de puerto antiguo. Él trabaja como neurólogo en Arbús y ella María en la piscifactoría. Tienen un hijo adolescente, Ángel, que estudia en el instituto del pueblo.
Cada maña, prácticamente al amanecer, los dos corren juntos hasta el mar, contemplan las olas y vuelven a casa para estirar. Después hacen una media hora de gimnasia en su comedor. No les falta espacio, tienen un chalet de dos pisos en propiedad.
Cuando se conocieron, Jose Luís formaba parte del equipo de investigadores del centro CEAS. Jose Luís es originario de la capital, donde se doctoró con el neurólogo Javier Salinas, con quien participó en los primeros proyectos de investigación de frecuencias cerebrales que financiaron las fuerzas armadas. Fue reclutado para el proyecto de investigación secreta Comunicación y Espionaje Animal Submarino, con el objetivo de desarrollar un nivel de comunicación suficientemente específico y articulado con mamíferos acuáticos, para emplear su asistencia operaciones submarinas de de los servicios de inteligencia.
Así llegó Jose Luís a las costas de Torán, donde como neurólogo, se incorporó al equipo del complejo CEAS en una fase avanzada del proyecto, en la que se ensayó el desarrollo de una comunicación telepática entre computadoras y delfines manipulados genéticamente.

Ana María, en cambio, es originaria de Torán. Cursó los estudios de Biología en Arbús y decidió aplicar por un puesto vacante como supervisora en la piscifactoría de su pueblo natal. La libertad y el anonimato del día a día en Arbús le gustaban, pero añoraba su familia y los paseos entre las ruinas del bosque.
En una de sus visitas familiares, cuando aún vivía en Arbús, Ana María conoció en el trayecto de vuelta a un hombre que viajaba en el mismo tren para pasar su día libre en la ciudad. Se llamaba Jose Luís y aunque llevaba ya cuatro meses trabajando en Torán aún no había visitado Arbús.
Ana María lo acompañó hasta el centro, donde disfrutaron de dos horas juntos y se despidieron a la fuerza, con un adiós compacto que reprimía las ganas que tenían los dos de abrazarse. Cuando se instaló de nuevo a Torán Ana María no tardó en llamar al número de Jose Luís y pasaron rápidamente a consumar la fascinación febril que nació aquella tarde.

Se veían mucho, pero en secreto. Las relaciones entre el pueblo y los investigadores de CEAS no eran buenas. La gente de Torán recelaba del equipo de investigadores, la alta antena de que habían construido cerca de la playa despertaba un odio que toda la población compartía sin tener la necesidad de argumentar; que la antena era una ofensa a la vida de los pobladores de Torán parecía un hecho tan categórico que no hacia falta explicar por qué. Comenzaron a correr rumores sobre científicos acechando en los bosques de las ruinas de Során, donde secuestraban a niños o violaban a las jóvenes.
Jose Luís se reía cuando comparaba estos rumores con el carácter estructurado e intelectual de sus compañeros, pero se mostraba seriamente interesado cuando Ana María le hablaba de miedos más abstractos que había sentido paseando por sus rutas favoritas entre la espesura. Sensaciones huidizas de confusión y pérdida o de extrañeza, que nunca había sentido en el lugar, la envolvían desde que había vuelto a Torán. Además Jose Luís se interesaba mucho por sus sueños, sobretodo los que tenían que ver con el mar.
Un domingo de Agosto, decidieron ir juntos al bosque, a pesar de los temores de ella. Ana María no había vuelto a disfrutar del lugar desde su regreso de Arbús, pero la ilusión de Jose Luís la animó a enseñarle lo que tanto había significado para ella en su adolescencia.
Conducían lentamente por el camino forestal cuando Ana María, por la ventana del coche, vio pasar en dirección contraria una niña montada en bicicleta, que le pareció ella misma volviendo desde el bosque. Pudo reconocer su bicicleta y uno de sus vestidos, así como su cara redonda y su postura corporal. En un ataque de pánico exigió a Jose Luís que detuviera el coche y cuando le explicó lo que había visto se sintió ridícula y supersticiosa, pero él la escuchaba con mucha atención.
El cielo reventó en una tormenta de verano mientras aún se abrazaban y una casacada de lluvia cubrió el coche. Jose Luís tuvo la idea de conducir fuera del camino, entre los árboles. Abrieron las ventanillas y pasaron juntos la tarde que selló su futuro matrimonio, según dicen los dos. Jose Luís recuerda sobretodo el aire fresco que entraba por las ventanas, el agua que salpicaba su piel y resbalaba por sus brazos combinado con el calor del cuerpo de Ana María. Ella recuerda la seguridad que sintió cuando Jose Luís respetó sus miedos irracionales sin dudar, la confianza que demostró hacia su criterio.
Más adelante Ana María entendería que Jose Luís y otros científicos de CEAS estaban interesados y preocupados por algunos de los rumores que corrían en Torán porque sospechaban que población humana estaba siendo afectada por la antena que habían construido para potenciar la conexión telepática con delfines que alejados hacia aguas profundas. Nunca llegaron a conseguir permiso para investigar la cuestión, pero estaban preocupados por rumores de una epidemia de sueños de viajes subacuáticos entre la población de Torán y entre los científicos del complejo corrían varias teorías especulativas sobre la relación entre la antena de transmisión telepática y los síntomas paranoicos y esquizofrénicos que la población de Torán sufría en las cercanías del llamado “bosque de las ruinas”.

Providencialmente, Jose Luís y Ana María se encontraban juntos de vacaciones cuando estallaron los disturbios. Mintieron por separado a sus compañeros y familiares sobre el destino de sus vacaciones para pasar en secreto una semana de crucero juntos.
Supieron de los disturbios durante el crucero y estirados sobre la cama de su camarote, dominado por el color vino de las cortinas, decidieron que al volver Jose Luís se quedaría en el apartamento de una amiga de Ana María en Arbús.
Cuando se cerró el centro Jose Luís ya estaba ingresando en un proyecto de investigación para la universidad de Arbús sobre el efecto del sonido del canto de las ballenas sobre el desarrollo neuronal de anélidos.
Ana María pudo presentar a Jose Luís a sus padres, sin delatar su pasado como investigador del complejo CEAS y poco después empezaron a vivir juntos en Torán.
En 1990 nació Ángel, que de bebé tenía un olor que Ana María le recordaba el bizcocho de frutas. Les gusta mucho ir juntos al mar y Ángel se ha convertido en un nadador excelente.
Desde hace dos años Jose Luís y Ana María salen a correr juntos por la mañana. Sobretodo les gusta llegar a la playa pronto y que Jose Luís pueda abrazar a Ana María por detrás, sentir su cuerpo apretarse entre sus brazos, oler la brisa marina que los roza y sentirse los dos amantes que siempre han sido.

la visión de ángel

Por fin puedo colgar la primera parte de la historia que se ha ido formando retrospectivamente. Esta primera parte está basada en la música que escuché despues del "ensayo heavy metal". Quería probar con algo opuesto, una música muy calmante. La mezcla que cuelgo es muy bonita, recomiendo escucharla y cuando la escuché salieron las líneas generales del texto que cuelgo ahora. Ésta es la primera parte de un texto de 4. Las cuatro están colgadas aquí pero voy a colgar más adelante un archivo de word con las cuatro partes unidas y algunas correcciones.
A partir de ahora voy a empezar a colgar en partes una novela en la que llevo tiempo trabajando, sobre la que aplicaré los mismos juegos de música, tarot, dados y lo que vaya apareciendo.

la mezcla:
http://www.mediafire.com/?3o9y3g7lmcg2s8d


Un pequeño tren de vapor, humareda que se aleja entre los pinos. Nubes pesadas se arrastran por el cielo. Llovizna. ¿Preludio de tormenta o falso aviso? Me pregunto si los bosques que me rodean esconden lobos. Más lluvia. En la habitación, matices azulados de mi conocido escritorio delineándose desde la oscuridad. Otra vez el mismo sueño.
Me estiro sobre la espalda, ojos abiertos hacia el techo. El rumor del mar llega a mi ventana sobrevolando el silencio del pueblo. Imagino botes de metal gigantes meciéndose sobre el agua como cáscaras de cacahuete y monstruos dormidos en las profundidades. Después, el viaje continúa. Caballos escapándose por estrechos callejones; galopando sobre adoquines. Agua de lluvia baja por la acera y el tren sigue trotando entre pinos destripados por energía divina, reventados por rayos de tormenta. Cada noche el mismo sueño.

Mi madre insiste en que le cuente lo que sueño a Irma pero me da miedo. Irma me pone incómodo últimamente. Antes no me importaba, cuando era pequeño, pero ahora, cuando Irma viene a leer en el café de mi madre, pierdo la tranquilidad. Me quedo en mi habitación, obsesionado con la idea de que Irma está abajo y espero a que se vaya antes de bajar a la cocina o al comedor.
Pero, horror, mi madre me llama. ¡Quiere que baje, e Irma todavía no se ha ido! Está aquí, sentada en nuestra cocina y mamá se va. Nos deja solos para que le cuente a Irma sobre los sueños que tengo.

Compartiendo mesa con una mujer que llevo tanto tiempo evitando. Después de haberla espiado en el supermercado o de haberme masturbado pensando en ella, oler la fragancia de su cuerpo me parece excesivamente real, ahora que estoy tan cerca de ella.

El viaje es una constante, me responde cuando le cuento sobre mis sueños. La quietud es una ilusión. Aunque te parezca estar parado, incluso sentado, sigues avanzando.
El cuerpo crece, se descompone y evoluciona, reflexiono abstraído. Respiramos vida y la muerte se nos escapa por los poros.
Me siento hechizado por sus palabras. Dice que el tren con el que sueño avanza hacia el fondo de mi imaginación y se aleja por mi conexión con el infinito. Allí donde me descompongo y vuelvo a emanar.
El tren desaparece hacia el lugar donde mi alma se conecta con Dios. Las figuras que construye mi imaginación se disuelven en un horizonte indefinible e inagotable, que es en realidad el lugar mismo del que han salido. Cuando tengo estos sueños de viajes estoy observando el infinito, pero como el infinito no se puede ver, porque cambia y evoluciona sin parar, lo que veo son mis fantasías dispersándose. Contemplar las formas que construye mi mente desaparecer en una distancia difusa, es lo más cerca que puedo estar de observar el infinito.

Eso es lo que pasa en mis sueños, dice Irma. Sus manos sobre la superficie de madera de la mesa. Dedos largos y finos, camisa de lino blanca, pelo negro con algunos mechones rebeldes que saltan lejos de la pinza que los recoge. Más los ojos. La mirada de Irma. Dos párpados que se abren, una revolución mundial.
Dos ojos seguros, grandes y salvajes que avergüenzan, liberan y desbocan. Que me vuelven loco. Una mirada que lo es todo – lo demás es descanso post coital, descanso post visión.
Delante de Irma entiendo por primera vez el significado de la palabra visión. La visión mística, medieval, incomprensible de la que hemos hablado en clase de lengua o literatura o historia. De repente comprendo, porque lo estoy viviendo, delante de mi vecina.
La visión no es la tuya. Una visión es cuando tú eres visto, cuando sientes que te ha visto, algo. Cuando de repente yo soy el objeto y me veo, ante otra mirada. Todo se replantea. El mar, el líquido que me compone, las rocas erosionadas por el agua. Irma y el significado de la atracción sexual.

Introducción

He estado esperando un tiempo para corregir la historia que terminé en la última entrada pero veo que por alguna razón no lo hago. Así que paso de momento a poner la primera entrada de la novela que estoy terminando. La novela está escrita, desde hace 4 años, pero le falta algo. He decidido que lo que le falta son entradas varias, sobre temas que no tienen del todo que ver con el argumento. Las entradas las escribiré según músicas, como me gusta hacerlo y las iré colgando a la vez que cuelgo capitulos de la novela a medida que los voy corrigiendo. Cuando escribí la novela llevaba siete años viviendo lejos de España y ahora me doy cuenta de que tenía el castellano muy estropeado.
La primera entrada que cuelgo es la introducción al libro, cuando cuelgue el primer capítulo lo haré sin música. La música para esta entrada es una mezcla de discos del sello Tzadik de John Zorn. Me gusta el free Jazz que hace John zorn con sus amigos, pero no cuando se ponen a hacer ruido caótico. A veces llegan a pasar unos límites donde como oyente me siento como si estuviera escuchando unos amigos jugando entre ellos, sin tener al público en cuenta. Hice una mezcla hace tiempo combinando solo partes que me gustan de la música de John Zorn, excluyendo las partes de ruido. Se llama interzona porque el primer disco que usé en la mezcla se llama así y de esta manera recordamos a un escritor que me sigue inspirando desde la adolescencia: William S. Burroughs.

Interzone: http://www.mediafire.com/?49facow1c1bigjc

Introducción

El protagonista de esta historia es un hombre joven, heterosexual, que se toma en serio sus obligaciones.
A los 18 años terminó la secundaria con una nota aceptable y cuando llegó el verano se apuntó a unas vacaciones organizadas para jóvenes, en el sur del país. Con sus compañeros de viaje hizo escalada y acampó en la cima de unas montañas rocosas, donde se quedó encantado mirando las estrellas, que brillaban como aves fénix salvajes graznando desde distancias imposibles de calcular.
Después volvió a la ciudad y se apuntó a un módulo de dos años de hostelería y turismo. Descubrió el sexo con una compañera de clase, que tenía un cuerpo pequeño y carácter generoso. Ella se fue a trabajar a Alemania y él se convirtió en encargado de una filial catering de Horeca 10.
Se encontró dando ordenes a trabajadoras diez años mayores que él, lo cual era (de hecho todavía lo es) una gran presión por tomar las decisiones más lógicas respeto el buen funcionamiento de la filial. Sobretodo cuando comenzó a trabajar, porque le presionaba mucho la crítica constante de una de sus subordinadas, que hasta la llegada de nuestro protagonista había mantenido esperanzas de convertirse en encargada del lugar por antigüedad y se vio forzada a ver como se le adelantaba un novato con diploma. No aceptó la decisión de la compañía y se dedicó a hacer lo posible para entorpecer el trabajo de su gerente. Le culpaba de todo lo que iba mal en la filial con la primera oportunidad y cuando no había de qué quejarse, le trataba con un desprecio tan afilado que llegaba a penetrar los sueños del protagonista de la historia que vamos a narrar. Fue una época muy estresante para él, que durante las noches se enfrentaba repetidamente con el sueño de quedarse sin voz y no poder comunicar con grupos de desconocidos acusándolo en masa, mientras de día le torturaba el miedo al despido, que él veía como una humillación ante su silencioso y distante padre.
Pero de repente Mari, la trabajadora que competía con él, anunció que tenía que pasar una operación en el codo, a causa de una molestia que sufría desde hacía tiempo y estuvo de baja durante cinco meses enteros. Cinco meses en los que la localidad tuvo que funcionar con personas que les mandaban diferentes empresas de ETT; trabajadores impredecibles, que a menudo ocasionaban más molestias que ayuda. Cinco meses durante los cuales Sandra, otra compañera, acabó tomando el liderazgo en la cocina para que el encargado pudiera dedicar más tiempo a la administración.
Cuando Mari volvió, no le quedó otra opción que ocupar el lugar que sobraba; cayó a la casta más baja de la localidad. Evelin preparaba los bocadillos y ayudaba en la comida que hacía Sandra, quien además calculaba las necesidades de la localidad y le pasaba la lista de encargos a nuestro protagonista. A Mari, después de ausentarse cinco meses, le quedó todo lo demás: A la cuarta semana de lavar platos sufrió un ataque de nervios.
Sandra la llevó a la oficina y le dejó un vaso de agua en las manos, dejando solos a dos enemigos declarados, atrapados en un espacio de dos por tres metros lleno de portapapeles, clasificadores y cajas de chocolatinas y refrescos amontonados en columnas. Uno de los dos enemigos, Mari, lloraba como una magdalena. Todo el odio que solía emanar resbalaba ahora por sus mejillas, derretido. Era un alma a la que se habían negado sus aspiraciones y la frustración, después de acumularse, crecer e hincharse durante meses, había explotado y estaba siendo desechado por el sistema excretor de su cara.
Desde aquel día, o desde que Mari se despidió poco después, todo ha sido más fácil. El restaurante en el que trabaja nuestro protagonista está en un onceavo piso. En el piso del comedor, como lo llaman los trabajadores de la compañía a la que pertenece el edificio – una multinacional de electrodomésticos. Desde su oficina, como prisionero detrás de las ventanas, nuestro chico despega su mirada por encima de las listas de encargos y vuela con su imaginación sobre el parque que se extiende bajo sus pies, para descender en picado como un águila hacia personas que ve paseando.
Es cierto que todo esto visto desde fuera, es decir, desde el punto de vista del lector, no parece muy trascendente. En parte es cierto, no lo es; pero antes de juzgar al protagonista de la historia que se va a desarrollar a partir de aquí, hay que recordar que él también, como ser humano que es, siente que todas las anécdotas que forman sus memorias significan un aprendizaje importante sobre el sentido de la vida. Si se suman correctamente y se hacen las relaciones adecuadas entre cada una de las experiencias que ha tenido el protagonista de esta historia en su vida, sobretodo desde su propio punto de vista, podemos comprender el significado de la existencia humana o incluso, si no nos asusta la ambición, de la Existencia en general.
Cualquier historia contiene un aprendizaje y la de nuestro protagonista, es decir, la historia que vamos a contar, no se contiene en las aventuras de un chico tímido en el mundo de la hostelería. No. Os recomiendo seguir leyendo, porque va mucho más allá.

comienzo

Primera entrada del argumento de la novela. Esto es la redacción de la historia entre la primera entrada y la siguiente. Despues de esto vendría una entrada sobre el "demonio".

Protagonista: Una historia seria para lectores con sentido del humor.


¿Por qué lo ha hecho? ¿Por qué razón se ha pedido un día libre? Protagonista tiene su vida totalmente bajo control; la colada, las compras, el papeleo administrativo, limpieza de la casa y aseo personal. Todo cabe de sobras en su agenda y además le sobra tiempo para darse algún que otro paseo por la ciudad. No le falta tiempo para terminar ninguno de sus proyectos ni necesita descansar, ¿por qué se ha pedido, entonces, un día libre del trabajo?
Piensa en sus compañeras trabajando en la cocina sin su supervisión y siente un poco de tristeza cuando se imagina a Evelin abriendo la caja y a Sandra terminando de preparar los bocadillos. ¿Puede ser que las esté echando de menos? La verdad es que un poco sí, y por eso entiende menos aún por qué razón se ha pedido el día libre.
Habiendo cumplido ya con todas sus tareas hogareñas, no sabe qué hacer con toda la mañana que le queda por delante. Ha salido de casa para pasear y sin proponerse un rumbo ha acabado llegando hasta el parque a causa de un broma que parecía divertida por la mañana pero ha perdido toda la gracia. En este instante, más que divertido se siente confundido. Se ha quedado un poco vacío por dentro y la idea de pasear hasta su lugar de trabajo ha perdido sentido, así como el hecho de pedirse un día libre.
En principio se ha pedido un día libre porque quería disfrutar de la primavera y del simple hecho de podérselo permitir, un día libre, pero en este instante nada de esto no tiene sentido. ¿Qué tiene que ver la primavera que con tomarse un día libre? Protagonista no encuentra una explicación convincente. ¿Qué iba a hacer en un día libre que no pudiera hacer en un día cualquiera? Pues por ejemplo, pasear por el parque que observa desde su oficina cuando repasa las cuentas y convertirse él mismo en una de esas personas libres que pasean mientras él trabaja. Ésta idea le ha hecho mucha gracia esta mañana mientras desayunaba en su soleada cocina, pero ha perdido su chispa en el autobús.
Ahora no está más que caminando sin rumbo por el parque y los árboles que parecen tan delicados desde arriba se ven imponentes desde aquí, con troncos masivos que se ensanchan y crecen a un ritmo lento, inapreciable, pero constante.
Uno está sentado aquí en un banco y todo parece estático, las ramas, los troncos y las piedras. El único movimiento es el temblor de las hojas cuando filtran los rayos del sol. Pero no. Todo esto está, en realidad, creciendo. Las hierbas bajo los pies de Protagonista se alargan hacia el cielo al igual que los troncos de los árboles, que además proyectan ramas de fibra viva que se ensancha y despliegan hojas ante la energía de esa estrella intensa que no deja de dar vueltas por el universo. Todo está en movimiento, y suerte que a una velocidad muy lenta porque si no estaríamos todos vomitando, mientras nos agarrados a … ¿a qué? ¿A qué nos agarraríamos si los cambios fueran más rápidos? Si hasta la tierra bajo nuestros pies se balancea sobre líquido caliente y se rompe en montañas y rocas, entre las que crecen plantas y animales que viven como nosotros, se sientan en el banco de un parque y observan el día pasar. ¡El día y esta preciosa joven de la edad de Protagonista que está pasando ahora mismo delante de él! El balanceo delicado de sus brazos, el pisar ligero de sus pies y la forma redonda de su culo en contraste con la estrechez de sus caderas, adaptando la tela delgada de su vestido a sus formas.
A su compañero de banco también le parece guapa, se lo hace saber a Protagonista aunque no le conozca de nada.
Hay una persona a su lado. Un hombre que viste de negro, sentado con la espalda erguida y siguiendo con la mirada el paso de la misma joven que ha llamado la atención de Protagonista. Calculando la relación entre su porte, su mirada y su apariencia física, uno no sabría decir si es un joven que aparente tener más edad de la que tiene o un hombre que parece más joven de lo que es. De todas maneras insiste en preguntarle a Protagonista si le gustaría estar con la chica que acaba de pasar. Un comentario sin gusto, que se convierte muy rápido en una broma molesta, cuando al desconocido se le ocurre afirmar que es un demonio (¡¿demonio?!).
Dice que está un poco cansado de su jefe, Satanás. Que no tiene quejas del trabajo, pero de vez en cuando, en su tiempo libre, le vienen ganas hacer una buena acción. Algo extracurricular, lo llama él.
Es la cosa más estúpida que Protagonista haya oído. Está perplejo y algo incomodo. Le molesta que alguien se ría de él así, a plena luz del día. Le cuesta etiquetar la situación por la que está pasando, porque es demasiado extraordinaria y el individuo tiene una actitud arrolladora, no le da respiro y continúa prometiéndole la mujer que acaban. A cambio de nada dice. Tan sólo si él lo desea, claro.
Protagonista opta por seguir el juego, para a ver si le acaba encontrando la gracia, y pregunta si no tiene que vender el alma. Eso es lo que tiene entendido que los diablos hacen, en las novelas de ciencia ficción. ¿A qué está jugando este loco? Pero el chico responde que no con tanta convicción que Protagonista siente un escalofrío. ¿Está hablando con alguien realmente enajenado? ¿Tal vez violento?
Aunque sea un diablo quiere hacer una buena acción, insiste el desconocido, para variar un poco su rutina. Seguramente es uno de esos que toman pastillas de droga los fines de semana, si no es que va colocado ahora mismo.
Protagonista se levanta para alejarse del lugar sin sentir la necesidad de decir nada para despedirse, pero el chico no suelta, le sigue preguntando a gritos desde el banco, mientras Protagonista se aleja, si quiere tener a la mujer o no. La situación se está poniendo un poco fea, ¿quién dice que éste chiflado no sea capaz de levantarse del banco en unos momentos y seguirle hasta el autobús? Prueba sacárselo de encima respondiendo a su pregunta con una afirmación. Le dice que sí quiere a la mujer que le ‘ofrece’, esperando que la respuesta satisfaga los delirios del desconocido lo suficiente como para que lo deje en paz.
Funciona.
El chico sonríe satisfecho y no se levanta de su lugar.

El desconocido

Este es un pequeño texto que escribí en relación al personaje desconocido con el que se encuentra el protagonista del relato principal. El reto es ahora conectarlo con el texto sin que haya un salto o discontinuedad en el estilo general.
No me acuerdo de qué musica escuché cuando lo escribí, pero cuelgo una mezcla con una atmosfera parecida a la del texto. Es una colección de canciones electrónicas con percusión parecida al jazz. Hay sobretodo breakcore y algo de tortoise.

mezcla:

http://www.mediafire.com/?4lye90brshw5f3x

texto:

El desconocido, lleva chaquetas de nylon con muchos bolsillos y gafas de sol con lentes verdes. Vive en un entresuelo, con las ventanas cerradas y las cortinas echadas. Tiene la televisión sin sintonizar, contó una chica que estuvo en su apartamento, pero la deja encendida toda la tarde, dice la vecina del cuarto.
Todo muy limpio.
¿A dónde va? Sale del bloque en horarios poco comprensibles. A las 2 de la madrugada, al mediodía, nadie entiende su rutina.
Tiene cinco cuchillas de afeitar distintas en el baño, le contó la mujer de limpieza al del tercero, todo muy limpio y tiene fotos de nubes en el pasillo, tomadas desde una avioneta. Tiene todo el pasillo lleno de fotos pequeñas de nubes, con marcos parecidos y el del tercero dice que no es uno sino varios. No estamos seguros de que sea la misma persona, tal vez gemelos que se intercambian.
Tocaba la batería en un grupo de rock, dicen algunos que les suena de haber visto su cara en revistas.
¿A dónde va? Se mete en callejones, toca timbres y entra en portales al azar. Entra en tiendas de discos. Se pasea por centros comerciales, por tiendas de ropa. Pero no compra.
Las cámaras le siguen. ¿A dónde va?
En una tienda de ultramarinos, después se compra un helado, sube al autobús. Entra en el parque. La cámara de un portal lo graba cuando entra, cuando sale se detiene a leer los nombres en los buzones. Sale.
Mastica chicle. Gasta zapatos. Se detiene para rascarse el tobillo. Acaricia perros.
¿A dónde va?

Girls Against Boys - House of GVSB

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Las primeras veces que probé la cocaína no estaba seguro de qué efecto me producía pero sabía que me gustaba. Sólo pensando en aquel polvo blanco con pequeños destellos dulces ya me sentía bien.
Era una época de chaquetas de cuero y muchas horas pasadas en un local que alquilábamos con varios colegas. Pagábamos muy poco cada uno y sabíamos que siempre teníamos donde ir para encontrarnos con alguien o colocarnos. La única regla era no traer novias al lugar. Creíamos que aquello podía romper la dinámica de “colegueo”. El ambiente se volvería demasiado serio.
El local era un lugar para relajarse y olvidarlo todo, y en aquellos tiempos las relaciones sexuales nos parecían algo demasiado complicado. Algo que tendía hacia la seriedad de una manera que no nos gustaba nada.
Pero se ve que una tarde el Llantas se encontró en el local al Jordi follando con su novia y se lió gorda.
Cuando yo me llegué a enterar ya era casi de madrugada y el Jordi estaba aún en el hospital. Me fui directamente para allí con la moto y me encontré a la novia del Jordi en la sala de espera, con los ojos hinchados. Se puso como una furia cuando me vio y gritó que éramos una panda de jilipollas, unos payasos y unos mierdas. Todos.
El Jordi estaba durmiendo y el Llantas no se sabía donde estaba.
Salí de allí y me deslicé por las calles vacías de la ciudad como si, a cámara lenta, estuviera haciendo surf sobre los primeros rayos del amanecer. Se empezaban a abrir los primeros bares y me crucé con algunas putas arrastrando los pies hacia casa.
Me pasé por todos los garitos donde podría aparecer el Llantas y no me lo encontré. Se me pasaba intermitentemente la duda por la cabeza de si valía la pena molestar sus padres en aquellas horas, pero siempre me convencía de que el Llantas no podía estar en casa.
Al final no lo encontré, ni aquella mañana ni después. Fueron los forenses los que recogieron sus restos después de que se tirara ante el tren de cercanías, cuatro días más tarde.
Después de que le pegara la paliza al Jordi ninguno de nosotros lo volvió a ver. Lo único que nos dejó fue una carta que mandó al local antes de suicidarse. Era un poema que hablaba de un amor imposible. De un amor secreto, que nadie entendería.
-¿Qué sabéis vosotros del amor?- me acuerdo que decía.
-Del amor como un rodillazo en los huevos cada vez que aparece.
El Llantas estaba muy loco.

Ryoji Ikeda - Matrix

http://www.mediafire.com/?qxh24f6g38551zz

Estaba estirado en una camilla, cómodo, tapado con nada más que una fina bata de paciente. Alguien me conectó algo a la sonda que llevaba en el brazo, un enfermero con la cabeza pelada que sonreía sobre mi cara.
Dejé de percibir sonidos, sólo veía los fluorescentes del pasillo circulando ante mi mirada. Kilómetros enteros de fluorescentes, durante mucho tiempo. Nos paramos en un ascensor y salimos de nuevo, esta vez, a un pasillo completamente blanco, con el techo liso. Nos trasladamos horas por el mismo pasadizo, días, hasta que salimos a un tubo de paredes transparentes que cruzaba el espacio sideral.
Un medico con la boca tapada me miró desde arriba. Su cara desapareció. Pasó una hora y me miró una doctora – yo seguía sin moverme, apático y sordo.
Me dormí.
Me desperté en una sala pequeña, ante un grupo de personas que me observaba – mujeres y hombres sentados.
Alguien me tocó el brazo, una mujer mayor, suave. La sala olía a seco, a muebles nuevos.
Los sentados susurraron. Mi novia, mi novia estaba allí, ella me había convencido para venir. Me estaba despertando de una sesión de regresión a recuerdos reprimidos. Con ayuda de la hipnosis, habíamos intentado acceder a recuerdos anteriores a mi nacimiento. Me encontraba en la sala en la que la reunión había tomado lugar, tras haberme sumergido en la sesión de hipnosis y con el recuerdo en la mente, todavía fresco, de lo que había vivido en el momento justo antes de nacer. La mujer que me había tocado el brazo era la profesora conferenciante, era quien me había hipnotizado. ¿Y el recuerdo? ¿Debería interpretarlo como un recuerdo simbólico? ¿Metafórico? ¿Qué puedo entender de estas imágenes? La propia hipnotizadora tampoco tenía muchas explicaciones, más bien daba la impresión de estar tanteando aguas profundas con una cañita.

Merzbow - Open Till 8 Am

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Mi tío, el hermano menor de mi padre, tiene permiso de conducir para camión pequeño, es decir por debajo de no se cuantas toneladas. No se si lo ha usado nunca para trabajar, desde que recuerdo ha sido comercial, pero una vez lo quiso tomar prestado el camión de un conocido y cargar no se cuantos quilos de hierro que había visto mientras conducía por el campo.
Le contó a mi padre que había una cadena de varios kilómetros de longitud a lo largo de no se qué carretera. Estaba abandonada, aparentemente, y mi tío convenció a mi padre para ir y llevarla juntos al chatarrero un fin de semana.
Me pidieron ayuda y a me pareció una buena excusa para salir un poco al campo. Lástima que el viernes por la noche me quedé hasta tarde con los amigos en el parque y me levanté con los sentidos embutidos. Tenía 14 años y me daba miedo decir a los adultos que tenía resaca, así que intenté disimular por el resto del día manteniendo el silencio en mi asiento. Lo único que recuerdo del viaje es cómo los rayos de sol entraban a la cabina del vehículo distorsionados por la suciedad de la ventanilla y un debate sobre el precio de la electricidad en la radio. Conducíamos muy lento, porque no encontrábamos la cadena.
Yo tenía la frente apoyada en la ventanilla, aburrido, cuando vi pasar junto a nosotros una nube de polvo, primero, que levantaba el cabalgar de un caballo que montaba una chica joven, no mucho más adulta que yo. El pelo flotando en el aire y las caderas adaptándose ágilmente al vaivén del lomo del animal.
Mi padre y su hermano no se fijaron en ella. Todas las sensaciones de sorpresa, agitación y curiosidad sexual las pasé yo solo en mi interior. Seguí los movimientos harmónicos de su cabalgar desde la ventanilla, desde el retrovisor y con la imaginación después. Así me atrapó. Días más tarde aún seguía ese cabalgar con la imaginación y de hecho creo que con esa experiencia empezó este fetiche que tengo, de imaginarme a las mujeres que me atraen montando a caballo.

Acces to Arasaka - Void()

Poco a poco mi gusto musical está cambiando y los discos en los que me baso quedan como el recuerdo de una época que estoy dejando atrás.
No cuelgo más los discos, para escuchar la música se puede poner el nombre de los artistas en youtube, allí está todo.


Tengo recuerdos de una partida de pastillas muy especiales que se vendieron por el barrio una sola vez. Las pude probar sólo aquel otoño de 199.. y nunca más oí nada de ellas ni de ninguna sustancia parecida.
Se trataba de una molécula nueva, decían, diseñada con una técnica digital, lo cual a mí y a mis amigos, con nuestra ignorancia en química y neurología, nos sonaba misteriosamente convincente. El rollo de la molécula servía de buena presentación a la hora de venderlas y encajaba bien con el efecto peculiar de aquella sustancia.
Eran unas pastillas más pequeñas de lo común, con un fuerte sabor a talco o calcio, que probamos por primera vez un domingo por la tarde. Cuando se disolvían en el estómago, cualquier foco de luz a tu alrededor se difuminaba cuando movías la cabeza con brusquedad. La vista parecía derramarse sobre la mirada y convertirse en trazos alargados de colores fríos.
Luego perdíamos la concentración. Alguien empezaba a contar algo y nunca llegabas a escuchar el final. Cualquier conversación quedaba inconclusa. El pensamiento avanzaba en forma de recortes aleatorios de fragmentos de atención, por decirlo de alguna manera – una brizna de hierba, grietas rectas entre las baldosas o fragmentos de la canción de arranque de un motor, como si percibiera el mundo en fracciones de observaciones inconexas y cuanto más inconexas se hacían, poco a poco, pedazo a pedazo... empezaba la sensación.
Sensación única en el interior, como de algo importante, serio, pasando dentro de mi alma. Lo que me rodeaba dejaba de importar. Yo era yo y lo que importaba era yo.
No era una sustancia que me hiciera muy social que digamos.
Después de probarlas varias veces con mis amigos me acostumbré a tomar aquellas pastillas solo, paseando. Me sentaba en algún lugar lejos de mi barrio, donde nadie me pudiera reconocer y me pasaba tardes enteras mirando al cielo. Me relajaba sobre algún banco desconocido y dejaba que el cielo cambiara de colores.
No fue un producto con mucho éxito, porque la gente decía que embotaban. Yo solo fui consumiendo casi toda la remesa durante aquel otoño, poco a poco, mientras me preguntaba quien habría inventado una fórmula tan fuera de lo común.
Me sentaba en un banco e imaginaba la vista que tendría si pudiera volar y colocarme encima de las nubes que pasaban sobre mi cabeza, cómo se vería el mundo desde allí. Los semáforos parpadeaban ante mí como si, más allá de su función habitual, fueran señales ocultas para recordarme algo. Así desarrollé poco a poco la sensación de que la vida te ofrece signos, señales de algo importante que va a pasar o debería pasar. Señales que te avisan de que ha llegado el momento de actuar hacia alguna dirección y todo es cuestión de saberlas reconocer cuando aparecen.

Clockcleaner - Babylon rules

Tenía una novia a la que quería mucho. Tengo muy grabada la imagen de sus piernas delgadas subiendo una montaña donde decían que podríamos ver Ovnis. Ella es una fanática de los Ovnis, hace poco ha publicado un libro sobre el tema.
Una montaña con truenos en la cima, así lo recuerdo. Subíamos con un autobús que viajaba muy lento y el conductor parecía indio. Un hombre de origen Peruano o Boliviano, no lo se, pero indio, y con la cara delgada. Una cara misteriosa de cuero seco y ojos carbón ardiente. Le miré la cara de cerca cuando hablamos al lado de la carretera. De repente, paró el autobús en la cuneta y salió a fumar sin dar explicaciones. Se encendió el cigarro pensativo, mirando la montaña y yo lo miraba a él.
-El tipo de lugar para encontrarse buitres- me dijo, y yo vi cuervos volando.
-El tipo de lugar para encontrar setas alucinógenas- contestó mi novia, y después le habló de ovnis.
Me acuerdo de la hierba húmeda junto a la carretera, una humedad que penetraba los calcetines
Hubo un ruido de animal – parecido al cuervo pero con un tono menos agudo y mayor volumen.
Pregunté al conductor qué animal era, forzando mi sonrisa, pero él me miraba sin responder. Vi la cicatriz que tenía en el antebrazo, de unos 15cm, empezaba con una curva y seguía recta hasta terminar.
Nos habíamos parado en la cuneta junto a un muro derruido, roto a pedazos. Habían botellas de cerveza vacías en el lugar – me pareció que era costumbre parar allí, en aquel punto de la carretera, pero por no sabía por qué.
El conductor se fumó el cigarro entero mirando el bosque, pero no soñando, sino penetrando con atención la oscuridad entre los árboles, como si buscara algo.

Recuerdo también la piel suave del cuello de mi novia. Con la barbilla levantada, estiraba el cuello hacia el cielo, concentrada, con la mirada viajando hacia la primera estrella del atardecer. Estaba convencida de que veríamos ovnis.
Para mí era una excursión de libertad y sexo. Habíamos llegado a aquellas montañas en un autobús amarillo, comiendo galletas en los asientos de la última fila. Pasamos por encima de miles de árboles, viajando sobre largos puentes bajo los cuales volaban aguiluchos. Mi novia había elegido el destino por ser un lugar favorecido por los platillos volantes; incluso llevábamos con nosotros máscaras blancas, que se dice que ayudan en caso de avistamiento. Lo raro fue que se nos perdió la marihuana. Primero nos pensamos que nos la habíamos dejado en casa, pero cuando volvimos a la ciudad resultó ser que no, que se perdió en alguna parte durante el viaje.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Blood and Time - At the foot of the Garden

Las pasadas vacaciones de semana santa presté de un amigo un barco de madera que tiene en posesión, al que ha bautizado con el nombre de Satán. Tiene el nombre del barco escrito sobre la quilla con letras azul cobalto, cada una repasada con finas líneas negras; la primera S en mayúscula y de mayor tamaño. Un nombre especial, escrito de manera excepcionalmente formal: Satán. Un barco que parece de juguete, con las cuerdas de su vela tensadas por poleas de metal, descansado sobre el agua con mi persona en su vientre – yo, probando de ver cómo funcionaría el mundo sin mi influencia y el barco haciendo lo suyo, flotar. El barco meciéndose sin control y yo jugando al escondite con mis responsabilidades, experimentando con los extremos de la pereza. Yo me entretengo improvisando ejercicios de esgrima y danza sobre la cubierta, el viento frío erizando los pelos de mi pecho desnudo. A ratos descanso tumbado sobre la popa mirando el cielo, con una brizna de hierba en el labio, como si fuera un Oliver Twist o un Tom Sawyer. Alguno de esos personajes de ficción incomprensibles Esos niños salvajes que preferiría ver encerrados en una jaula para observarlos mejor y tirarles un tren de lata para se entretengan, o un palo de regaliz. Mi pequeño barco flota muy lento entre un cielo y mar sombríos y algo histéricos. El barco flota sobre un río erizado, bajo nubarrones de color gris metálico que se arrastran en el cielo al compás de su reflejo submarino. De noche, trompetas que suenan desde el más allá, distorsionadas por el aullar del viento de la eternidad. Tormentas eléctricas estallando sobre el poste de la vela plegada. Los sueños en el barco son sueños de otro barco, más luminoso, flotando en un río todavía más oscuro. Sobre un río negro que baja por la noche, un barco brillante como un faro. Y de día, la misma popa de madera aburrida. La bandera deprimida y arrugada se anuda alrededor del mástil en grumos de tela mojada. Bandera sin uso ni significado. Panteras lentas descansando en la orilla, lejos de mí, escondidas entre la brisa que sacude la vegetación de seda y mece copas de árboles cargadas de verde. Depredadores que se esconden, entretanto guardan su energía. Pensaba que saliendo a navegar un par de días me podía ocurrir algo especial, pero no ha pasado nada. No se resuelve nada saliendo de vacaciones, es un mito más. Las vacaciones, otra mentira más, como Tom Sawyer o Oliver Twist. Todas estas historias son mentira, no llego a creerme ninguna. Pero son bonitas. Bonitas como gatos plateados en la noche. Bonitas como palomas, como el sueño de palomas limpias que tiene un niño. Un niño limpio que vive en una casa donde lo quieren, que puede dormir junto una ventana por la que se ven las estrellas.

Brighter Death Now - 1890



Cuando tenía poco más de veinte años, trabajaba en una cafetería por las tardes y le alquilaba una buhardilla a una mujer soltera, que bebía un poco pero nunca me molestaba. Dormía al lado de la ventana, sobre un colchón enorme que subí de la calle y tenía en la habitación un armario, una neverita para las cervezas y dos televisores. Uno me lo prestó un amigo cuando se fue al extranjero por una temporada y me encontré el segundo por casualidad, pasando por una calle estrecha detrás de mi casa. Tuve que hacer un rodeo a mi ruta acostumbrada para salir del barrio una tarde, a causa de un mitin político que bloqueó la entrada a mi calle con un mar de sillas plegables de madera, pensionistas y pancartas, más un conferenciante que hablaba por los altavoces cansado, con firmeza automatizada y desganada. Doblé un par de esquinas que nunca había explorado y en la mitad de una calle corta me encontré con una televisión abandonada, que resultó funcionar.
Por aquella época trabajaba siempre en turnos de tarde, dormía de día y a menudo me pasaba las noches delante de mis dos televisiones, una transmitiendo las imágenes que salían de un reproductor de DVD que gané en alguna oferta y otra reproduciendo cintas VHS en un videocasete que ni recuerdo de donde había sacado.
Reproducía algunas cintas que me había encontrado tiradas en la calle, como una grabación ambiental de fuego, o una cinta en la que, tras terminar dos comedias grabadas de la televisión, sobresalían unos minutos sobrantes de la grabación anterior, no profesional, con imágenes de una familia anónima celebrando el cumpleaños de una niña. Así gastaba noches enteras hasta la llegada del pálido amanecer.
Fue una noche entre las tres y las cuatro de la madrugada, cuando me sorprendió el lanzamiento de una bengala sobre los edificios ante mi ventana. A medida que me acostumbraba a la sorpresa, me percaté de que la bengala no bajaba del cielo. Pasaron unos segundos y la bengala descendía como era de esperar, se mantenía clavada en el cielo, no se exactamente a qué distancia, pero desde mi ángulo parecía estar a un palmo sobre el edificio de enfrente.
El brillo palpitaba cambiando de intensidad. Cuando se expandía, la luz era tan intensa que me cegaba por un instante de fascinación y cuando se replegaba sobre sí misma simplemente la veía allí, brillando ante mí. Después me volvía a hipnotizar. Palpitando en el cielo paralizaba mi atención y me soltaba, de manera intermitente.
Cuando la luz me poseía, me volvía consciente de mi columna vertebral –esto lo podía analizar posteriormente - y visualizaba la imagen de una luz fluorescente, sobre la que brillaban en mayor intensidad unos filamentos de luz que parecían cuerdas rotas y finas hechas de una luz aún más clara que la de la bengala. Después volvía a ver el cielo oscuro, sus pocas estrellas, una a una, y la bengala estática brillando en el aire.
Me desperté al amanecer, sin recordar en qué momento había quedado dormido y desde entonces me interesan los avistamientos de ovnis.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Thema Eleven - Choose Your Beast

Hablando de vacaciones, una vez viajé a Nueva York. Me moría por ver el paisaje de la capital del mundo con mis propios ojos. Yo conocía Nueva York de revistas, libros, carteles comerciales y alguna que otra película que había consumido, y la conocía como una ciudad llena de historias especiales, con personajes dinámicos y divertidos. Pero cuando llegué a Nueva York lo único que vi fue calles. Bajé del avión y no había ni tan siquiera un aeropuerto decente. Todo el aeropuerto de Nueva York no es más que una sala alargada, de unos cien metros, con “furniture”, como dicen ellos, vieja y de color marrón. Recuerdo que había tres policías antipáticos en el control, uno de ellos gordo y con un bigote grande. Cuando sales de esta sala marroncita llegas a una esquina de asfalto donde aparcan un par de taxis amarillos, esto es todo. El taxi me llevó al centro de la ciudad y allí empecé a buscar mi hotel. Pero en Nueva York no hay hoteles, sólo hay calles muy largas de edificios sin puertas. Bueno, tal vez otros barrios sean diferentes, yo lo que conocí fue sólo Manhattan, pero tal como fueron las cosas, dudo que estos “otros” barrios existan. Puede parecer una locura, pero la verdad es que yo lo he vivido en mi propia carne y se que Nueva York es una farsa, no existe. Quise visitar Nueva York, reservé un hotel y lo pagué, a través de mi agente, pero al final acabé durmiendo en la calle. Porque allí no había hotel alguno. Lo único que había en Nueva York eran avenidas, muy largas, eso sí. Avenidas interminables, paralelas y grises, con edificios muy altos, sin ventanas apenas y sin ninguna puerta de entrada. Se me hinchaban las plantas de los pies y me aburría, porque caminaba día y noche y no encontraba nada, el paisaje no cambiaba nunca. Y cuando caía la noche, cansado de no encontrar el hotel y desesperado, me acostaba a dormir sobre la calzada. Nadie me decía nada. Recuerdo que intenté pedir consejo a gente local que pasaba, pero me ignoraban. O me amenazaban. Al final cogí por el cuello a un tipo que parecía flojucho y le puse contra la pared. Le amenacé y le obligué a enseñarme algo diferente de Nueva York. Apreté el puño cerca de su cara y eso le hizo reír. Le dijo algo a un taxista y este me llevó a la orilla de un río muy ancho, con un poco de césped y algunos bancos. Un gran cambio, sin duda, pero junto a la orilla se erguían los mismos edificios impenetrables como un muro aislante. Los diez días que me quedaban de vacaciones los pasé junto a los bancos de aquel río, en aquella mínima parcela de césped. Esto fue lo que vi de Nueva York. Así es como lo recuerdo. Lo que sale en las películas, todas las aventuras que pasan en Nueva York día y noche, me pregunto si son alegorías de los sufrimientos de los habitantes de este bloque de asfalto llamado ciudad. Entiendo que la televisión siempre exagera, o nos enseña ilusiones que nos gustaría realizar, pero yo me pregunto, los habitantes de Nueva York saben que la ciudad no es así para nada cuando la ven en películas. Los que son de Nueva York saben cuan distante es su ciudad de la manera en que se la representa en el cine, entonces ¿Qué es lo que piensan ellos cuando ven estas películas? ¿Y yo? Si sé que Nueva York es una mentira, ¿por qué sigo disfrutado cuando veo otra película sobre Nueva York? ¿Disfruto engañándome? ¿Disfruto con la calidad de cada nueva ilusión? ¿Es que estas ilusiones crean en mi interior una Nueva York idílica en la que no existe el aburrimiento? Tal vez se trate de una cuestión de fe. Creer en una Nueva York entretenida y feliz le da un color más agradable a la vida. Le da sentido. Por que a fin de cuentas, no puedo juzgar una ciudad tan grande por mi propia experiencia personal, limitada además, mi experiencia, a unos pocos días y un mal planning de las vacaciones por mi parte. Nueva York es mucho más, y no perderá de su brillo esta increíble ciudad porque yo no haya sido capaz de pasármelo bien en ella. Sobretodo conociéndome, que soy una persona negativa de por sí y melancólica.

lunes, 4 de junio de 2012

Anonymous

Poco antes de cumplir los diez años me caí con muy poca fortuna sobre la cabeza durante una clase de gimnasia. Me salió un movimiento extraño e inesperado al intentar, con mucha valentía, una voltereta en el aire y acabé aplastando mi propio cuello con el peso de mi cuerpo. Me llevaron al hospital, con urgencia, y tras largas y narcóticas horas de espera entré en una sala de operaciones. Los médicos asustaron a mis padres y les explicaron que mis vértebras estaban dañadas y aunque me podría recuperar, cabía la posibilidad de que sufriera consecuencias “difíciles de prever” a la hora de crecer. Una solución experimental, sin embargo, que mis padres accedieron a probar, fue la sustitución de áreas de varias vértebras, así como la base de mi calavera, por una aleación revolucionaria de acero y silicona. La operación fue un éxito, pero curiosamente desde entonces empecé a soñar casi cada noche sobre un amigo imaginario muy peculiar. Nunca me dijo su nombre porque no hablábamos; Él, ella o ello, era un robot. Un robot grande como un camión o una avioneta, que en los sueños, siempre muy realistas, llamaba la atención en el cielo cuando se acercaba de lejos a una velocidad espantosa hacia mi ventana y asustaba a todos los bloques del barrio con el ruido fiero de sus motores. Dejaba el aire saturado de un fuerte olor a gasolina, siempre, que yo reconocía como el olor de mi amigo. Mi amigo de corazón de enormes pistones metálicos y brazos lanzamisiles. Misiles que usaba para destruir edificios cuando yo me dirigía hacia el norte o hacia el sur o si quería volver desde la escuela hacia casa en línea recta, por ejemplo, mi amigo se cuidaba de que todo quedara plano ante mi paso. Toda la ciudad le temía. Era un robot rudo, con las planchas de acero sin pintar ni pulir. Cuando llegaba volando, aterrizaba ante nuestro bloque y tenía la altura justa para que su cara quedara ante mi balcón. Allí me miraba, de frente, con ojos sin color ni brillo. Ojos que no eran más que dos huecos con turbinas furiosas en su interior. Sus dientes, cuchillas afiladas. De día, yo y un amigo real que tenía, de carne y sangre, vagábamos por el barrio buscando varas, trozos de tuberías o piezas largas de metal desechadas, con las que picábamos paredes apartadas de las que arrancábamos trozitos de yeso y ladrillo. Durante tardes enteras a veces, y siempre lejos de las miradas de los vecinos. Imaginábamos que nosotros también teníamos el poder de destruir un edificio entero, como mi amigo el robot.