viernes, 9 de abril de 2010

5 ritmos: fluido

Esta es la primera entrada de un relato pensado para cinco ritmos. Voy a usar los cinco ritmos de Gabrielle Roth para escribir alrededor de una misma experiencia autobiográfica.
Gabrielle Roth es una mujer/gurú que inventó hace treinta o cuarenta años una técnica de meditación basada en la danza de cinco ritmos seguidos. Cada ritmo de los que ella elige tiene su significado y al bailar los cinco en el orden que propone se consiguen cosas buenas.
Yo personalmente no soy un gran practicante de esta meditación ni un gran entendido en la técnica, pero me parece una manera muy divertida de usar la música y una técnica muy fácil de comprender. En su página web explica brevemente el significado de cada ritmo, y esta explicación es suficiente para dirigir la concentración a la hora de escribir, para mí.
En cuanto a la idea, desde hace años veo que el relato del conflicto interno de un personaje a medio camino entre oriente y occidente se está consolidando como subgénero literario y llevo tiempo pensando en aprovecharlo. Yo nací en Israel, un país que, se quiera o no, es también oriental. La oveja negra de Oriente Medio para algunos, una de las últimas sobras del colonialismo a la vieja usanza para otros o una representación de occidente en oriente. A fin de cuentas, Israel sigue estando en Oriente Medio, por lo menos geográficamente. ¿Así que por qué no añadir el toque Israelí al conjunto de literatura de emigrantes orientales en lengua occidental?
La idea esta vez es la de escribir un texto según cada ritmo de Gabrielle Roth, pero sobreponiendo los textos cada vez que son escritos, para reescribir el mismo texto cinco veces, de cinco maneras distintas. El resultado final será un relato escrito en cinco versiones, que el lector puede leer empezando por cualquiera de las versiones.
Esto irá quedando claro a medida que complete los siguientes capítulos. De momento, el primer texto está basado en el primer ritmo, el ritmo “fluido”, y todo el relato está basado en el viaje a un entierro en Israel.

La explicación del significado del ritmo “fluido” está sacada de la página de Gabrielle Roth y la mezcla es la mezcla más “fluida” que tenía, con motivos orientalistas.

Flowing is the pipeline to our inner truth, the impulse to follow the flow of one's own energy, to be true to oneself – listening and attending to our needs, receptive to our inner and outer worlds. When we open to the flow of our physical beings, all other pathways open.

Mezcla:

http://www.mediafire.com/?i0z2inr2qm2


1.

Alrededor de la hora 10, la suave comodidad de la mañana se ve interrumpida por el catártico lamento de dolor que ha causado en mi esposa la noticia de la muerte de su mamá. El alma de su madre ha dejado el cuerpo al otro lado de nuestro horizonte, en la orilla opuesta del mediterráneo. Mientras aquí donde estamos nosotros lo que sigue viviendo es el cielo abierto y las palmeras que acompañan la carretera. El resplandor del sol, que se escurre frente nuestra mirada hasta el aeropuerto y el conductor del taxi que nos lleva también, vive, como yo, y siento placer. Dentro de una situación tan dolorosa disfruto de poder encarnar mi pasión en actos físicos. Me alegro, dentro de una situación tan dolorosa, de tener la oportunidad de poder apoyar a mi mujer en un momento tan crucial y ser yo, sólo yo, el único que la acompaña en este vuelo. Vía Londres, condensados por la cabina uterina del avión, de regreso por el cordón umbilical de la memoria hacia el país que a los dos nos gustaría olvidar. Hacia esa parte embarazosa de mi identidad, que flota como una isla en el fondo de mi alma cuando bajo los párpados.
Esa parte de mi identidad relacionada con un país de carreteras que dan vueltas bajo un cielo negro como una mortaja, eléctrico, que me recibe con leyes y cuentas pendientes.
Un país que me recibe con obligaciones tales como visitas inmediatas a un supermercado oscuro, pálido, vacío y ausente, donde tengo que elegir entre cientos de productos superfluos, que tienen sombras peludas y formas esquivas. Compras para el día siguiente, para después del ritual. Después de que un cuerpo envuelto en una tela negra como el miedo irrumpe en el espacio e invoca un grito de dolor ancestral, que emerge desde un alma mucho más antigua que la de todos los reunidos.

Me siento como un fantasma entre humanos. No conozco las intenciones de las encarnaciones que se juntan aquí, en forma de personas, para llorar. No sé si lamentan lo misma cosa, desde de su lógica incomprensible y secreta de intrigas y desconfianza.
Me siento solo, entre los fantasmas que me rodean, mientras vuelco tierra al fondo de la tumba y el aire se llena de bendiciones sin significado.

Bendiciones que le llegan demasiado tarde a una mujer sola, que caminaba con un nudo en el corazón, entre violencia familiar, doméstica, urbana y política. Cuyo espíritu, de noche, susurra a las cortinas de la casa de la que por fin ha podido escapar. Una mujer a la que en vida le faltó tiempo para pasar con su hija porque se entretenía caminando con los pies descalzos sobre la playa mojada. Sentía la espuma salada enjabonar sus tobillos cuando caminaba sobre una arena alejada de su barrio, donde nadie la conocía.

Cuando paseo de noche, huyendo como lo hacía ella, pienso en la vida que tuvo mi suegra. Las torres se curvan bajo su propio peso sobre mí y las calles se me presentan en pijama, sin sentir la obligación de mantener las apariencias ante turistas que no vienen.
Me siento como un visitante inesperado en una ciudad desordenada, llena de despecho, que sobrevive sólo para molestar al mundo un día más.

Debería pensar en la muerte, pero la muerte no parece tener sustancia bajo los efectos de tanta cantidad de alcohol y desaparece como una mala idea. Solo veo mi egoísmo y mi egolatría en un desierto vacío, que brilla a través de la jarra de cerveza, mientras mi mujer duerme sin mí en la casa de su infancia.

Al final el día llega de nuevo, se escurre lentamente entre los apartamentos y quema el cielo. Yo me siento la encarnación del egoísmo puro - movimiento individualista hambriento y unidireccional. Dirigido hacia la codicia sensorial.
Eso y nada más.

jueves, 1 de abril de 2010

3 despedidas

Hasta que no publique la primera entrada del siguiente ejercicio, subo el texto resultante del ejercicio llamado “marco”. He juntado los tres textos, relacionándolos entre sí. Como no tenía pensado terminarlos juntando desde el principio, el resultado queda un poco acartonado, pero me gusta la idea de combinar tres textos que tienen poco que ver entre sí y unirlos sólo por el punto de vista. Tercera, primera y segunda persona respectivamente y alrededor de un tema común, que es la despedida.

3 Despedidas

1.
Cuando se diluye en el espacio, la cacofonía se convierte en un sonido placentero. El peso del tren cae rueda tras rueda sobre la vía, que sirve a dos hombres de techo. Cada golpe resonando en sus oídos con el estruendo de una nota diferente, convirtiendo el puente en el que se refugian en una tormenta sonidos agudos, que se difuminan lentamente después de la agonía. Las vibraciones de los choques metálicos se desintegran rebotando en los pilares del puente hasta desaparecer en la noche. Dejándolos a los dos solos.
Dos hombres sentados sobre la fría acera. Uno observa la pared de enfrente, pensativo, mientras el otro se apoya en su hombro al hablar, entusiasmado. Intenta convencer a su compañero de que hoy ha visto un perro ladrando su nombre.

Hoy al mediodía, mientras buscaba cartones en el polígono norte, le ha parecido que se le llamaba. Alguien gritaba su nombre en el fondo de un túnel que nunca había visto. Un túnel que ha descubierto hoy.

-¡Juan!...¡Juan!...

Una vez dentro, la voz seguía sonando de manera intermitente por el tubo de cemento. Un túnel largo, tan oscuro que no podía ver lo que pisaba. Tropezaba una y otra vez con piedras y desechos irreconocibles. Le oprimía el cuerpo una fría y densa humedad que se esfuma de repente, cuando se encuentra libre, rodeado de espacio abierto. Y respirando con facilidad. Lo cual significa placer y alivio para él, pero también extrañeza, porque se encuentra ante unas ruinas urbanas cubiertas de polvo, guardadas por una reja metálica.
Entre las ruinas, aislado tras la valla, se encuentra al engendro negro que ladra su nombre.

-¡Juan!¡Juan!¡Juan!
-¡Juan!¡Juan!¡Juan!

El perro no puede controlar su ira, salivando cada vez más, acercándose a la valla, haciéndola parecer más precaria con cada ladrido. Más fina y delicada. Más frágil e insegura.

¡La muerte! Concluye su compañero. El perro negro que has visto no era más que la muerte llamándote por tu nombre. Ha venido a la ciudad para buscarte, pero se ha detenido en el borde, porque hoy no te toca todavía. Pero mañana mismo atravesará la valla.
Has tenido mucha suerte en poderla ver a tiempo. Si huyes ahora, a otra ciudad, lejos, la muerte no te encontrará aquí. ¡Tienes que huir ahora mismo a un lugar elegido al azar! Para que la muerte no pueda adivinar tu nueva dirección y tarde meses, incluso años en encontrarte.

Los dos amigos salen del túnel. Las zapatillas rotas resbalando por la cuesta de tierra arcillosa que sube hacia la fluorescencia de la gasolinera. La luz eléctrica del cartel resplandece fría y fantasmagórica en su soledad, clavada en medio de la explanada.
Pasan de largo las miradas de despecho placentero que los trabajadores les dedican y continúan hacia la estación de tren, en silencio. Sólo se escuchan las pisadas sordas de sus suelas en el asfalto, y murmureos lejanos de automóviles o helicópteros esporádicos que sobrevuelan la ciudad como luciérnagas metálicas.
El condenado a muerte, abrumado. Despierto y alerta, pero con enjambres de abejas imaginarios zumbando en su cabeza. Está saboreando sus propios labios. Siente su vida golpeando su pecho y tiritando en su musculatura. Ahogando su piel desde dentro. Presente y entera, su vida rebosando los confines de su cuerpo.

2.
A varios kilómetros de allí, los brotes de césped pinchan y pican la piel de mi nuca mientras observo el cielo. Con los brazos abiertos, estirado sobre la colina, siento la tierra aguantar todo el peso de mi espalda y expando mi mirada hacia el espacio exterior. El sol acaba de desaparecer, pero a sus ecos les queda fuerza para colorear la bóveda celeste; en unos minutos desaparecerán también los últimos tonos purpúreos como una tela transportada por el viento. Después se verán las estrellas.
Lucía está estirada junto a mí, con los ojos cerrados. No nos decimos nada. El silencio se escucha como una cortina de placer cayendo sobre los dos. Mi alma se estira sobre el cosmos, a pesar de que mi cuerpo no se mueva. Cientos de estrellas se convierten en puntos que marcan ciudades sin nombre en el mapa de mi alma, agrupadas todas ellas por mi mirada mientras arden en fusión atómica a millones de años luz. Siento mi sangre cambiar microscópicamente de ritmo y se que las vibraciones del LSD están empezando poseerme.
Mientras tanto Lucía, como la bella durmiente de una leyenda, sigue respirando suavemente a mi lado. El placer de mirarla y pensar en las dulces horas que hemos pasado juntos, es como el filo metálico de un cuchillo depositado sobre mi lengua, después de haber sido bañado en un vino endulzado con miel y agua de rosas.

la mente, el cuerpo, las entrañas se me encogen. Piel de gallina y escalofríos por el abdomen hacia el cuello a través de los costados de mi cuerpo. El LSD produce su segunda ráfaga de aviso.
Me siento y miro hacia la pequeña bahía. Me pierdo en la sinuosidad del movimiento de los reflejos de la noche sobre el agua, alrededor de un barco de metal anónimo que calla a 300 metros de nosotros.
La brisa juega sobre mi vientre y pecho, con la tela de mi camisa. Se despide con un beso y vuelve, seduciendo progresivamente mi piel. Y cada vez que el aire interrumpe sus juegos eróticos, me quedo solo en el centro de la escena. En el lugar en el que hay que estar.
¿Habrá naves extraterrestres volando entre las estrellas que flotan allí arriba? Seres mágicos de luz blanca tal vez. Criaturas de formas desconocidas e inteligencia imposible de comprender.

El contacto suave de unos dedos delicados interrumpe mi ensoñación. Lucía aguanta mi mano y me cautiva con dos ojos brillantes de entusiasmo. Dice que ha tenido un viaje interior.
Dice que ha pensado en extraterrestres, mientras sus manos juegan con mis dedos. Como yo, ha visto seres de luz. Y también ha pensado en el vagabundo que han encontrado hoy en la estación de tren. Asesinado por las mordeduras de algún perro de pelea, según ha dicho el telediario.
Dice que los extraterrestres han tenido algo que ver. Está todo trazado.

Yo y Lucía sintiendo los extraterrestres a la vez, no puede ser ninguna casualidad.
La única explicación de esta coincidencia es la de que una presencia extraordinaria nos haya visitado a los dos, en forma de vibraciones, transmisión de sensaciones o éter. Algo indefinible pero perfectamente perceptible, exterior a nosotros.

Lucía dice que mientras cerraba los ojos escuchaba el canto de una sirena sobre la carretera por la que hemos venido hasta aquí, sobre las colinas verdes que rodean el lago, en el que duerme el barco que tenemos delante. Era la voz de la muerte, concluye, que venía a buscarla aquí, después de haber recogido esta mañana al desconocido en la estación de tren. Pero los extraterrestres la han avisado a tiempo, antes de que su consciencia siguiera flotando más allá de su cuerpo tras el canto de sirena, hacia una dimensión más elegante.
Lucía no quiere despedirse de su cuerpo tan pronto. Aún no. Así que bajamos las colinas que rodean el lago con nuestros dedos ligados, tocándose, abrazándose. Saboreando, sintiendo, absorbiendo datos – temperatura, regularidad de la superficie de la piel, tamaño, longitud. Definiendo el contacto de nuestras almas a través de nuestros extremos. Acompaño a Lucía hacia el coche y nos despedimos con un abrazo confiado, empapados en la luz amarilla de la gasolinera.
Yo me quedo y ella se va lejos, al lugar menos pensado, para confundir a la muerte y ganarle unos años más. A un lugar nuevo donde ni yo ni nadie la pueda ir a buscar, donde ni siquiera la muerte la pueda encontrar.
Yo me quedo solo, mi mirada se eleva hacia la distancia, perdiéndose en el infinito. Y camino hasta la madrugada para volver a casa.

3.
Ordenador, inicia el sistema operativo. ¿Ya te has conectado a la red? Inicia el buscador. Conecta con las cámaras de vigilancia (Estás muy lento hoy, tardas demasiado) introduce la siguiente clave - inicia el programa. Te cuesta mucho tiempo establecer la conexión ¿te pasa algo?.
.
Ya era hora, por fin perfilas los cuatro marcos en los que van a formarse las imágenes que recibes por las cámaras. Inicias un aumento progresivo del detalle dentro de la masa e de cuadriculas original, hasta concretar las apariencias de un solar ruinoso, una bahía fría donde descansa un barco pesado, la luz amarilla de un paso subterráneo delineado por grandes vigas de hierro y la zona de aparcamiento de una gasolinera solitaria. Cada una de las imágenes enmarcadas en tu monitor, dentro de su correspondiente cuarto de pantalla.

Nadie pasa por el pasadizo que me muestras en la pantalla. Exhibes solamente la imagen de dos paredes hechas de ladrillo, un pavimento asfaltado y un techo aguantado por vigas de metal. Más allá del cambio hipnótico de luz sobre la imagen, que aumenta y disminuye en intervalos largos y lentos, no pasa nada. Casi parece que me muestres una imagen fija y no una transmisión directa de vídeo.

En la imagen de la bahía dibujas el barco inmóvil como un poderoso ser tecnológico flotando sobre el liquido de oscuridad insondable. Una negrura imperceptible; oscuridad como hecho, tan oscura que la zona que dibuja el lago sobre tu pantalla tiene los pixels apagados. Oscuridad absoluta. No me enseñas más que un hecho, la falta de luz. No hay profundidades nocturnas a las que mis ojos se puedan acostumbrar. Sobre tu pantalla, el color del agua es un negro imperativo.

Sobre la gasolinera (que tampoco es más que un par de formas diluidas en el halo eléctrico que brilla desde tu pantalla) surge un movimiento repentino. La pantalla se ve invadida por un gran objeto negro. Un coche accidentado rebotado desde la carretera en un movimiento circular que la ausencia de su sonido correspondiente hace parecer suave y etéreo. La sombra oscura de un vehículo asoma por la esquina izquierda de la cuadrícula y llega hacia el centro de la imagen, en la zona de aparcamiento, dando una vuelta a su alrededor y otra sobre el techo, quedando de nuevo parado sobre las ruedas. Congelado.
Tu pantalla dibuja sombras danzantes. Figuras humanas que se acercan al coche inmóvil. Todo en silencio absoluto.

Haces que el cuarto de pantalla que reservas a la gasolinera parpadee. Lo muestras y escondes de manera intermitente hasta que en su lugar introduces la imagen congelada del pasadizo. Ahora exhibes el pasadizo en dos de las cuadriculas, mientras la gasolinera no aparece por ninguna parte.
Toco tus teclas al azar y de repente me muestras la imagen de la gasolinera en lugar de la de la bahía. Hay dos cuadrículas conectando con la cámara del pasadizo en tu pantalla. Una con la cámara del solar desolado y una con la de la gasolinera, ahora sí, de nuevo, en la esquina izquierda de tu pantalla.
Dentro del coche que acaba de presentarse de rebote, me muestras una chica herida.

Ahora tu pantalla oscurece del todo, me dejas sin conexión con ninguna de las cámaras; por unos momentos. Después me devuelves el marco distorsionado de las cuatro divisiones de la pantalla, pero no dibujas en él ninguna forma reconocible. Solamente colores diferentes formando manchas abstractas.

Te apago, para que descanses, y te vuelvo a encender.

Trazas de nuevo el marco de las cuatro pantallas, comienzas a pintar la primera imagen inteligible en tu cuadro inferior derecho: la luz de la gasolinera. En el cuadro derecho superior delineas las ruinas del solar. Pero en el cuadro superior izquierdo aparece de nuevo la imagen de la gasolinera. Me muestras la imagen de un vehículo blanco de ambulancia que carga a la conductora del coche accidentado. Lleva el cuerpo y la cara tapados por una sábana. Repites la imagen de la gasolinera en dos cuadrados opuestos pero no muestras el pasadizo por ninguna parte.
Decides apagar la pantalla de repente, por cuenta propia, y reinicias tu sistema. Al cabo de unos segundos vuelven a a aparecer las cuatro pantallas, pero todas muestran la misma imagen del pasadizo, en tonos diferentes.

Evitas mis ordenes. Tu sistema no responde a mis peticiones, actúas autónomamente. No me permites comunicar contigo. Estás confundido, enfermo.
Tu actuación me hace ver que estás infectado, atacado por algún virus. Si te permito seguir por el camino que estás tomando, tu sistema se distorsionará pronto dentro del caos. Sólo puedes salvar tu configuración pasando por el repaso de un programa antivirus. Tendré que reiniciarte para que pases por su análisis. Cuando vuelvas, te habrás alejado de la amenaza.

Una vez iniciado el programa, apagas tu pantalla, silbas el último susurro de tu ventilador y cuando éste calla, permaneces silenciosamente apagado.
Me quedo solo ante el marco de tu pantalla de cristal, el plástico que la envuelve está oscurecido por restos de polvo pegado. Solo ante tus teclas, tozudas y secas, de pulsación cada vez más difícil con el paso del tiempo. No queda más que tu armazón ante mí, introvertido, secreto, oscuro y ausente.

Me dejas solamente el recuerdo de la información que había almacenado en tus ficheros. Solamente desesperación e impotencia por no poder recuperar lo que había guardado en tu sistema. Me quedo sin ti, yo solo con tu ausencia.

martes, 30 de marzo de 2010

marco 3

Por fin he terminado la tercera parte del ejercicio del marco. La verdad es que mientras escribía he venido dándole vueltas a la idea de conectar los tres fragmentos de este experimento en un solo texto. Una especie de historia corta a tres voces, una voz predominantemente en tercera persona (marco1) otra en primera (marco2) y una última en segunda persona (marco3). Todas juntas forman una observación triple alrededor de la experiencia de la muerte desde este lado de la cortina.

Los ritmos de la mezcla que he elegido esta vez me han hecho pensar en un ordenador, y esto ha servido muy bien para cerrar estos tres marcos.

http://www.mediafire.com/?i4czt5zdjmq

Este ejercicio me ha dado ideas sobre cómo aplicar un ritmo musical a la hora de escribir, por lo cual me dispongo a comenzar ahora un ejercicio nuevo basado en los 5 ritmos de Gabrielle Roth. No por que sea practicante de esta forma de inspiración, pero por que me parece un buen lugar para empezar.

Aquí el tercer marco:

Ordenador, inicia el sistema operativo. ¿Ya te has conectado a la red? Inicia el buscador. Conecta con las cámaras de vigilancia (Estás muy lento hoy, tardas demasiado en iniciar cada programa) introduce la siguiente clave, inicia el programa. Te cuesta mucho tiempo establecer la conexión ¿te pasa algo?.
.
Ya era hora, por fin perfilas los cuatro marcos en los que van a formarse las imágenes que recibes por las cámaras. Inicias un aumento progresivo del detalle dentro de la nube de cuadriculas inicial, hasta concretar la apariencia de un solar ruinoso, una bahía fría donde descansa un barco pesado, la luz amarilla de un paso subterráneo delineado por grandes vigas de hierro y la zona de aparcamiento de una gasolinera solitaria. Cada una de las imágenes enmarcadas en tu monitor dentro de su correspondiente cuarto de pantalla.

Nadie pasa por el pasadizo que me muestras. Exhibes solamente la imagen de dos paredes hechas de ladrillo, un pavimento asfaltado y un techo aguantado por vigas de metal. Más allá del cambio hipnótico de luz sobre la imagen, que aumenta y disminuye en intervalos largos y lentos, no pasa nada. Casi parece que me muestres una imagen fija y no una transmisión directa de vídeo.

En la imagen de la bahía dibujas el barco inmóvil como un poderoso ser tecnológico flotando sobre el liquido de oscuridad insondable. Una negrura imperceptible; oscuridad como hecho, tan oscura que la zona que dibuja el lago sobre tu pantalla tiene los pixels apagados. Oscuridad absoluta. No me enseñas más que un hecho, la falta de luz. No hay profundidades nocturnas a las que mis ojos se puedan acostumbrar. Sobre tu pantalla, el color del agua es un negro imperativo.

Sobre la gasolinera (que tampoco es más que un par de formas diluidas en el halo eléctrico que brilla desde tu pantalla) surge un movimiento repentino. La pantalla se ve invadida por un objeto negro enorme. Un coche accidentado rebotado desde la carretera en un movimiento circular que la ausencia del sonido correspondiente hace parecer suave y etéreo. La sombra oscura de un vehículo asoma por la esquina izquierda de la cuadrícula que enmarca la gasolinera y llega hacia el centro de la zona de aparcamiento dando una vuelta a su alrededor y otra sobre el techo, quedando de nuevo parado sobre las ruedas. Congelado.
Tu pantalla dibuja sombras danzantes. Figuras humanas que se acercan al coche inmóvil. Todo en silencio absoluto.

Haces que tu cuarto de pantalla reservado a la gasolinera parpadee. Lo haces aparecer y desaparecer de manera intermitente hasta que en su lugar me muestras la imagen congelada del pasadizo. Ahora exhibes el pasadizo en dos de las cuadriculas, mientras la gasolinera no aparece por ninguna parte.
Toco tus teclas al azar y de repente me muestras la imagen de la gasolinera en lugar de la de la bahía. Hay dos cuadrículas conectando con la cámara del pasadizo en tu pantalla. Una con la cámara del solar desolado y una con la de la gasolinera, ahora sí, de nuevo, en la esquina izquierda de tu pantalla.
Dentro del coche que acaba de presentarse de rebote, me muestras una chica herida.

Ahora tu pantalla oscurece del todo, me dejas sin conexión con ninguna de las cámaras; por unos momentos. Después me devuelves el marco distorsionado de las cuatro divisiones de la pantalla, pero no dibujas en él ninguna forma reconocible. Solamente colores diferentes formando manchas abstractas.

Te apago, para que descanses, y vuelvo a encender.

Trazas de nuevo el marco de las cuatro pantallas, comienzas a pintar la primera imagen inteligible en tu cuadro inferior derecho: la luz de la gasolinera. En el cuadro derecho superior empiezas a delinear las ruinas del solar. Pero en el cuadro superior izquierdo aparece de manera repetida la imagen de la gasolinera. Me muestras la imagen de un vehículo blanco de ambulancia que carga a la conductora del coche accidentado. Lleva el cuerpo y la cara tapados por una sábana. Repites la imagen de la gasolinera en dos cuadrados opuestos pero no muestras el pasadizo por ninguna parte.
Decides apagar la pantalla de repente, por cuenta propia, y reinicias tu sistema. Al cabo de unos segundos vuelven a a aparecer las cuatro pantallas, pero todas muestran la misma imagen del pasadizo, en tonos diferentes.

Evitas mis ordenes. Tu sistema no responde a mis peticiones, actúas autónomamente. No me permites comunicar contigo. Estás confundido, enfermo.
Tu actuación me hace ver que estás infectado, atacado por algún virus. Si te permito seguir por el camino que estás tomando tu sistema pronto se distorsionará totalmente dentro del caos. Sólo puedes salvar tu configuración pasando por el repaso de un programa antivirus. Tendré que reiniciarte para que pases por su análisis. Cuando vuelvas, te habrás alejado de la amenaza.
Una vez iniciado el programa, apagas tu pantalla, silbas el último susurro de tu ventilador y cuando éste calla, permaneces silenciosamente apagado.
Me quedo solo ante el marco de tu pantalla de cristal, el plástico oscurecido por restos de polvo pegado. Solo ante tus teclas, tozudas y secas, de pulsación cada vez más difícil con el paso del tiempo. No queda más que tu armazón ante mí, introvertido, secreto, oscuro y ausente.

Me dejas solamente el recuerdo de la información que había almacenado en tus ficheros. Solamente desesperación e impotencia por no poder recuperar lo que había guardado en tu sistema. Me quedo sin ti, solo con tu ausencia.

domingo, 7 de marzo de 2010

Marco 2

Marco 2

Para la segunda versión del texto basado en una misma leyenda y unas mismas fotos (ver marco1) he elegido una mezcla que hice hace un par de años, con una sensación muy diferente a la anterior. Es una mezcla que a pesar de no estar muy bien mezclada es de las que más éxito tienen entre mis amigos, seguramente por la selección de canciones. Es una combinación de varios solos de guitarra psicodélicos y algo setenteros. Muy relajado. Por eso el texto ha quedado un poco “flipado” y menos oscuro que el anterior.

La mezcla:

http://www.mediafire.com/?j3mwhqiojzj

y el texto:

Los brotes de césped pinchan y pican la piel de mi nuca mientras miro al cielo. Con los brazos abiertos, estirado sobre la colina, siento la tierra aguantar todo el peso de mi espalda y expando mi mirada hacia el espacio exterior. El sol acaba de desaparecer, pero sus ecos tienen aún fuerza para colorear la bóveda celeste; en unos minutos desaparecerán también los últimos tonos purpúreos como una tela transportada por el viento. Después se verán las estrellas.
Lucía está estirada junto a mí, con los ojos cerrados. No nos decimos nada. El silencio se escucha como una cortina de placer cayendo sobre los dos. Mi alma se estira sobre el cosmos, a pesar de que mi cuerpo no se mueva. Cientos de estrellas se convierten en puntos que marcan ciudades sin nombre en el mapa de mi alma, agrupadas todas ellas por mi mirada mientras arden en fusión atómica a millones de años luz. Siento mi sangre cambiar microscópicamente de ritmo y se que las vibraciones del LSD están empezando poseerme.
Mientras tanto Lucía, como la bella durmiente de una leyenda, sigue respirando suavemente a mi lado. El placer de mirarla y pensar en las dulces horas que hemos pasado juntos, es como el filo metálico de un cuchillo depositado sobre mi lengua, después de haber sido bañado en un vino endulzado con miel y agua de rosas.

la mente, el cuerpo, las entrañas se me encogen. Piel de gallina y escalofríos por el abdomen hacia el cuello a través de los costados de mi cuerpo. El LSD produce su segunda ráfaga de aviso.
Me siento y miro hacia la pequeña bahía. Me pierdo en la sinuosidad del movimiento de los reflejos de la noche sobre el agua, alrededor de un barco de metal anónimo que calla a 300 metros de nosotros.
La brisa juega sobre mi vientre y pecho, con la tela de mi camisa. Se despide con un beso y vuelve, seduciendo progresivamente mi piel. Y cada vez que el aire interrumpe sus juegos eróticos, me quedo solo en el centro de la escena. En el lugar en el que hay que estar.
¿Habrá naves extraterrestres volando entre las estrellas que flotan sobre mi cabeza? Seres mágicos de luz blanca tal vez. Criaturas de formas desconocidas e inteligencia incomprensible.

El contacto suave de unos dedos delicados interrumpe mi ensoñación. Lucía aguanta mi mano y me cautiva con dos ojos brillantes de entusiasmo. Dice que ha tenido un viaje interior.
Dice que ha pensado en extraterrestres, mientras sus manos juegan con mis dedos. Como yo, ha visto seres de luz.
No puede ser ninguna casualidad.
La única explicación de esta coincidencia es la de que una presencia extraordinaria nos haya visitado a los dos, en forma de vibraciones, transmisión de sensaciones o éter. Algo indefinible pero perfectamente perceptible, exterior a nosotros.

Lucía dice que mientras cerraba los ojos escuchaba el canto de una sirena sobre la carretera por la que hemos venido hasta aquí, sobre las colinas verdes que rodean el lago, en el que duerme el barco tenemos delante. Era la voz de la muerte, concluye, que venía a buscarla aquí. Pero los extraterrestres la han avisado a tiempo, antes de que su consciencia siguiera flotando tras el canto de sirena más allá de su cuerpo, hacia una dimensión más elegante.
Pero Lucía no quiere despedirse de su cuerpo tan pronto. Aún no. Así que decidimos bajar las colinas con nuestros dedos ligados, tocándose, abrazándose. Saboreando, sintiendo, absorbiendo datos – temperatura, regularidad de la superficie de la piel, tamaño, longitud. Definiendo el contacto de nuestras almas a través de nuestros extremos. Acompaño a Lucía hacia el coche y nos despedimos con un abrazo confiado, empapados en la luz amarilla de la gasolinera.
Yo me quedo y ella se va lejos, al lugar menos pensado, para confundir a la muerte y ganarle unos años más. A un lugar nuevo donde ni yo ni nadie la pueda ir a buscar, donde ni siquiera la muerte la pueda encontrar.
Yo me quedo solo, mi mirada se eleva hacia la distancia, perdiéndose en el infinito. Y camino hasta la madrugada para volver a casa.

Cuando dos días después me llama un amigo y me comunica que Lucía ha muerto en un accidente, conduciendo su coche cerca de la frontera del país, entiendo que todo fue un error. La muerte no venía a buscarla junto al lago, sino que la estaba esperando en la frontera. Es todo una gran broma, pienso, y pronto mi alma se difuminará en la misma frecuencia que la de Lucía.

jueves, 4 de marzo de 2010

Marco 1

Con el siguiente texto comienzo un juego algo diferente. En los textos anteriores me seguía molestando el hecho de no tener claro donde acababa la influencia de la música y donde empezaba el efecto de la idea preconcebida que ya tenía sobre la música, o la influencia del ambiente en el que escribía. Para aislar más el efecto de la música, voy a escribir tres textos seguidos, basados en un mismo marco y unas mismas imágenes. He elegido un par de fotografías que he ido tomando aquí y allí, que tienen en común el representar un espacio totalmente neutro. Un espacio que podría estar en cualquier país o ciudad.
El argumento está basado siempre en una misma leyenda, que es una de mis favoritas. Lo único que cambia es la mezcla de música. De esta manera consigo reconocer mejor la diferencia de estado de ánimo al escribir tres historias con un mismo marco argumental y físico.
Lo que estoy intentando es poder escribir con estilos diferentes, y que cada uno sea completamente personal.

La mezcla para este texto es la siguiente:

http://www.mediafire.com/?jxylzyngvkw

y el texto correspondiente:


Marco 1

Cuando se diluye en el espacio, la cacofonía se convierte en un sonido placentero. El peso del tren cae rueda tras rueda sobre la vía, que sirve a dos hombres de techo. Cada golpe resonando en sus oídos con el estruendo de una nota diferente, convirtiendo el puente en el que se refugian en una tormenta sonidos agudos, que se difuminan lentamente después de la agonía. Las vibraciones de los choques metálicos se desintegran rebotando en los pilares del puente hasta desaparecer en la noche. Dejándolos a los dos solos.
Dos hombres sentados sobre la fría acera. Uno observa la pared de enfrente pensativo mientras el otro se apoya en su hombro al hablar, entusiasmado. Intenta convencer a su compañero de que hoy ha visto un perro ladrando su nombre.

Hoy al mediodía, mientras buscaba cartones en el polígono norte, le ha parecido que se le llamaba. Alguien gritaba su nombre en el fondo de un túnel que nunca había visto. Un túnel que ha descubierto hoy.

-¡Juan!...¡Juan!...

Una vez dentro, la voz ha seguido sonando de manera intermitente por el tubo de cemento. Un túnel largo, tan oscuro que no podía ver lo que pisaba. Tropezaba una y otra vez con piedras y desechos irreconocibles. Le oprimía el cuerpo una fría y densa humedad. Hasta que de repente, libre, rodeado de espacio abierto y respirando con facilidad. Lo cual ha significa placer y alivio para él, pero también extrañeza, porque ante él se extendían unas ruinas urbanas cubiertas de polvo, guardadas por una reja metálica. Entre las ruinas, aislado tras la valla, se encuentra al engendro negro que ladra su nombre.

-¡Juan!¡Juan!¡Juan!
-¡Juan!¡Juan!¡Juan!

El perro no puede controlar su ira, salivando cada vez más, acercándose a la valla, haciéndola parecer más precaria con cada ladrido. Más fina y delicada. Más frágil e insegura.

¡La muerte! Concluye su compañero. El perro negro que has visto no era más que la muerte llamándote por tu nombre. Ha venido a la ciudad para buscarte, pero se ha detenido en el borde, porque hoy no te toca todavía. Pero mañana mismo atravesará la valla.
Has tenido mucha suerte en poderla ver a tiempo. Si huyes ahora, a otra ciudad, lejos, la muerte no te encontrará aquí. ¡Tienes que huir ahora mismo a un lugar elegido al azar! Para que la muerte no pueda adivinar tu nueva dirección y tarde meses, incluso años en encontrarte.

Los dos amigos salen del túnel. Las zapatillas rotas resbalando por la cuesta de tierra arcillosa que sube hacia la gasolinera fluorescente. La luz eléctrica del cartel resplandece fría y fantasmagórica en su soledad, clavada en medio de la explanada.
Pasan de largo las miradas de despecho placentero que los trabajadores les dedican y continúan hacia la estación de tren, en silencio. Sólo se escuchan las pisadas sordas de sus suelas en el asfalto, y murmureos lejanos de automóviles o helicópteros que sobrevuelan la ciudad como luciérnagas metálicas.
El condenado a muerte, abrumado. Despierto y alerta, pero con enjambres imaginarios de abejas zumbando en torno a su cabeza. Está saboreando sus propios labios. Siente su vida golpeando su pecho y tiritando en su musculatura. Ahogando su piel desde dentro. Presente y entera, su vida rebosando los confines de su cuerpo.

...

Al día siguiente, su compañero encuentra medio bocadillo en una papelera de la calle. Yergue el torso con el botín en las manos, y sobre su cabeza el cielo es una batalla de nubes, a punto de explotar en forma de lluvia. Se siente como un emperador, poderoso. Lleno de energía y hambriento de más. Seguro. Capaz de conseguir cualquier cosa con su decisión e inteligencia. Puede conseguir cualquier objetivo que se proponga, hasta el de engañar a la muerte si quiere, y eso le proporciona una calma que nunca había sentido.
Comprende que toda su vida flota dentro de una corriente, que es más grande que todo lo que puede comprender junto. Que es la correcta.
Como un brujo urbano, ha aprendido a engañar a la muerte. Abriendo su mirada a los misterios universales y sabiendo elegir la buena corriente. Él sabe mirar más allá de las convenciones sociales; de las normas que imponen lo que uno debe y necesita hacer en la vida.

“Asesinato de un sin hogar” - el título de un periódico arrugado dentro de la papelera llama su atención. Una vez estirado y aplanado con las manos, puede ver en la fotografía las zapatillas rotas de su amigo, Juan, asomando bajo la manta que lo tapa ... “Al parecer, la causa de muerte fueron las repetidas mordeduras de un perro de pelea” “En la población de Cornuecha nadie parece reconocer al mendigo, que pudo haber llegado al pueblo recientemente por razones desconocidas. Se busca...”

domingo, 21 de febrero de 2010

japón psicodélico

Después de escribir la entrada “invierno”, me quedé con la sensación de que la idea que tenía del texto antes de escribirlo, con la imagen de San Miguel por el medio y el invierno como tema, me había influido demasiado a la hora de escribir.
Me puse a darle vueltas a la idea de poder aprovechar más las sensaciones producidas por la música, antes de dejarme influenciar por el marco de la historia a la hora de escribir. Con marco quiero decir argumento y el espacio de la acción.
En consecuencia, el siguiente experimentó que se me ocurrió fue escribir basándome en una mezcla de música japonesa moderna pero muy influenciada por la música noh. Es un tipo de música que evoca fácilmente imágenes de cerezos en flor, estampados en quimonos y otros clichés japoneses, contra las cuales me he forzado a luchar. La idea es escribir imágenes que la música me evoque, que no sean japonesas. Escribirlo todo, menos aquello que tenga algo de japonés, para forzar la originalidad del texto, y buscar a ver qué sale de este plano más alejado que queda detrás de los clichés.

La mezcla es muy recomendable:

http://www.mediafire.com/?jmqumznzhjd

y el texto resultante es el siguiente:

· · ·

Hacia el oeste, una carretera se dispara por el desierto hasta clavarse en un grumo de palmeras. El cielo, arrogante, arde con los brazos abiertos. Descarga su peso sobre dos pájaros diminutos que intentan ganar altura. Sobre la mesa, una Coca-Cola despide sus burbujas en libertad y el tiempo se entretiene pinzando el infinito.
Eso es todo.
Faltan alucinaciones, nubes de fuego y visiones proféticas, victoria y comprensión absoluta. Todo eso no hay. Pero hay una mesilla de plástico aguantando un refresco que pierde burbujas, un par de palmeras en el horizonte y una carretera que sólo transita el polvo.
El sol tortuguea por su circuito habitual. La Coca Cola se calienta y se transforma en jarabe de azúcar. La vida sigue siendo lo mismo: vida; el tiempo sigue siendo tiempo y éste lugar, una estación de servicio en el desierto.

No hay mucho que hacer por aquí. Durante el día bebo Coca Colas y cuando baja el sol, subo a la colina y veo como la carretera continúa más allá de las palmeras. Allí arriba espero hasta que se apague en el horizonte el último tono rojo y recuerdo los tiempos en los que aún se podían ver nubes navegar por el cielo. Cambiaban de forma y difuminaban sus colores pálidos en el fondo celeste, hasta desparecer de vista. Cada miércoles o cada martes o incluso los domingos, no me acuerdo. Hace mucho que no pasa ninguna nube.

Mientras a la compañía le interese mantener ésta filial, no me moveré de aquí. Las provisiones llegan regularmente y el trabajo es muy fácil. Prefiero esto a sufrir estrés.
Tengo todo el espacio que quiero para desarrollar mis pensamientos y si quiero sensaciones un poco más fuertes, bailo desnudo detrás de la estación. Cierro los ojos y me concentro en las voces apagadas que flotan entre la tierra y el aire, hasta reconocer en su ritmo alguna matriz que pueda seguir. Balanceo primero las manos, suavemente, y dejo que el movimiento me acabe poseyendo por inercia.
Si tuviera que desear una sola cosa, sería tal vez un perrito saltarín y cariñoso, con el que pueda pasear bajo las estrellas. Yo y los perros nos entendemos. Con quien tengo problemas es con los humanos.

Hubo una mañana en la que pasó por aquí una mujer. Yo quería decir algo, pero no sabía qué. Le llené el tanque en silencio, mientras observaba el reflejo aguado de su melena en los cristales de su coche.
El color de sus ojos, cuando me sorprendió su mirada, me pareció como la orilla de un lago, donde yo me mantenía de pié mientras mis barcas partían hacia el templo oscuro de sus pupilas. El lugar sagrado y prohibido. El origen de la locura despertando en mi interior como una chispa dentro de una bombona de butano. Una explosión en el corazón, bombeando sangre en ebullición hacia la carne. Tensando los músculos alrededor de mi esqueleto. Cerrando mi puño sobre las sábanas como un muñón, cada madrugada a partir de aquel día, recordando su visita.
Paso cada solitario amanecer observando los reflejos rotos del espejo polvoriento que cuelga en el baño. Minúsculos puntos de luz tiritando sobre la pared que tengo ante los ojos.
El agua que llena la bañera me parece gelatina de medusa cuando mi mano se desliza en su dimensión extranjera. Me gustaría ver en ella el reflejo de su melena ahora. Me gustaría poderme postrar ante la goma que recogía el pelo de aquella mujer. O ante su blusa... si solamente no lo hubiera quemado todo... aquel día. Cuando vi, desde la colina, como aparcaba su coche cerca de los árboles del oasis. Cerca del grumo de palmeras. Mis dedos como un puñado de garfios clavados en la arena, sedientos hasta la locura de su mirada. Las entrañas ardiendo de deseo y los pectorales tensados.
Después, una inyección del sabor de mi desesperación disolviéndose en el cielo y el miedo de ella, cuando descubre mi visita en el oasis. En el oasis de mi horizonte, que ella había invadido.
Mi frustración, nuestra falta de comunicación y su vida que se derrama, secándose, absorbida por la arena.

Desde entonces, paso horas sentado en la bañera. Mi alma volando sobre el paisaje que rodea la gasolinera. Planeando sobre las formas memorizadas de sus colinas, como un halcón cansado cabalgando una corriente de aire con las alas estiradas.
Por la noche sigo con el dedo la dirección de la vía láctea, sintiéndome estúpido y feliz a la vez. Combinando en mi cabeza recuerdos punzantes con pensamientos dulces. Saboreando el gusto sincero de la tierra. Sintiendo las corrientes que se despiertan en mi entrepierna, para moverse hacia la base de mi columna y de allí hacia mi pelvis. Desatándose en forma de tormenta en dirección ascendente. Concentrándose en mis pezones y sobacos. Envolviendo mis hombros, enraizándose en mis bíceps y entretejiéndose dentro de mis brazos. Dirigiendo su energía hacia mis uñas. Chispeando más allá de mí, hacia el lugar desconocido. Allí donde no me veo ni me encuentro. Allí donde soy otra cosa. Donde se encuentra lo que es yo, en parte, pero a la vez mucho más.

¡Fuego! ¡vida! ¡libertad! - Aquí está todo lo que vine a buscar en esta gasolinera alejada.

¡Es hora de quemar el lugar!

martes, 16 de febrero de 2010

Leo El Ruso

Esta entrada es un poco diferente, pero entra dentro del concepto de este blog. El siguiente es un párrafo que escribí inspirándome en unas poesías hiphop que me mandó una persona con quien mantengo una amistad muy intermitente, pero que yo no dejo de considerar amistad.
El párrafo que me inspiraron sus canciones me parece interesante porque me parece reconocer en él un ritmo de escritura al que yo no estoy habituado, influenciado indirectamente por los ritmos de las bases del hiphop, a través de los textos que me mandó.
Lo que cuelgo esta vez es el link a una de las canciones que me inspiraron el párrafo de abajo, rapeada y por escrito. Una canción que salió en un disco excelente que podéis escuchar en la misma página:

http://theisolitics.bandcamp.com/track/8-no-siempre-con-ruso-miura-y-atika



¿Quién es?
Lo ves caminando por el paseo, pantalones anchos, cd portátil en la palma de la mano aguantado bien recto, para que no salte ninguna canción. Escucha atento a su mundo interior, su cara una máscara imperturbable.
Dicen que viene de Rusia, creció en azotado por los vientos escarchados de Siberia. ¿Pero no es negro? Bueno, moreno.
¿Qué piensa?
Quien sabe, parece preocupado. A lo mejor busca algo más elevado, dicen que va todo el día fumado. A lo mejor reflexiona sobre su pasado.
Dicen que es un rapero. El vecino de mi primo dice que le vió una vez sobre un escenario en Granollers. Dicen que lo vieron pintando unas paredes en Mollet. ¡Es un vándalo!. Pero dicen que sabe mucho, que lee y escribe poemas. La novia del Marcos dice que fue con él a clase y al tío le iba mucho la filosofía. Que se veía que escuchaba y después de clase se quedaba sentado en el pupitre, pensando. Pero si le preguntabas te respondía cualquier cosa.
Hace un par de años trabajé con el en la MATTA y lo veía muchas veces en la otra punta de la fábrica, con cara de enfadado. Vete a saber, a lo mejor la vida lo ha maltratado.
Nunca hablé con él pero con el Guti coincidieron en la cantina a la hora de comer y se ve que se quejaba de que la fabrica era capitalista. ¿Es comunista? No se, pero a veces lo ves caminando con sus cascos y parece que va tramando algo grande.
¿No será terrorista? No se, el Roca dice que algún que otro porro se ha fumado con él en el parque y parece una persona muy tranquila. Además se enrolla y le invita cuando no tiene.
Sí, lo he visto muchas veces con los dominicanos. ¿Pero no es ruso? A lo mejor son sólo rumores... Bueno, rusos tampoco hay muchos por aquí, ¿pero por qué se juntará con los dominicanos? Vaya misterio el tío ese... ¿como se llama?

jueves, 11 de febrero de 2010

invierno

Antes de que termine el invierno he querido aprovechar y colgar un texto relacionado con una mezcla que hice el pasado diciembre. Lo que he hecho esta vez es escuchar la mezcla de principio a fin paseando, para inspirarme con el paisaje invernal de Barcelona y sentarme al final del paseo en un bar de la playa, volver a escuchar la mezcla de principio a fin y escribir automáticamente todo lo que me viniese a la cabeza. Lo que me impresionó mucho durante el paseo fue la visión de la estatua de San Miguel en la fachada de la iglesia de San Miguel Pescador, del barrio de la Barceloneta. La música terminó allí, y me quedé tan pasmado ante la estatua, que decidí hacer una pequeña investigación después de escribir automáticamente y unir las imágenes invernales que me saliesen a leyendas populares sobre San Miguel, para tener un hilo argumental. El texto que cuelgo es una mezcla de varias leyendas de San Miguel, deformadas y mezcladas en el relato de una fría tarde invernal.

La mezcla se baja copiando y pegando lo siguiente como dirección:

http://www.mediafire.com/?mczmz1zz2yn

una vez lleguéis a la página le dáis a “click here to start downloading”.


INVIERNO

Oscurece pronto. Al mediodía el sol ya está fatigado; avisa de que hoy se irá a dormir pronto y acaricia sin fuerza la ropa tendida, que se tarda demasiado en secar.
La habitación, iluminada por el calor eléctrico de una estufa de rebajas, tiene los cristales de la ventana empañados. Él está sentado en la cama, despierto, solo, tapado hasta la cintura.
Tras las discusiones de otoño, las parejas que han sobrevivido se acercan uno al otro bajo las sábanas, protegiéndose del frío. En su caso, para calentarse los dedos de las manos, enciende el último porro de marihuana seca y se termina un sorbo de vino barato que sobró de ayer.
Su relación no sobrevivió al otoño.

Se ha dormido junto al portátil, que durante la noche ha terminado de bajar la quinta edición del juego “Creative Warriors”. Es el momento de probarlo.
Se acuerda, mientras se completa la instalación automática, de la primera versión del juego. El Creative Warriors 1, en la maquina recreativa pintada de azul marino y amarillo, con el dibujo del luchador protagonista lanzando una patada al aire en el lateral del aparato. En los tiempos de las “salas de máquinas”, aquellas utopías de delincuencia y luces electrónicas que en el siglo XXI han sido raptadas hacia las casas particulares.
Antes los arcades eran encuentros de música electrónica primitiva y juegos de manos cristalizados en pantallas de cuadrados multicolores, con una delincuencia de carne y hueso, y humo de tabaco y peligro de peleas y dolores físicos así como placeres narcóticos. Eran lugares físicos a los que uno tenía que ir en persona, en esqueleto y órganos. Ahora el espacio privado ha raptado a los videojuegos del encuentro social con sudor y olor a saliva seca y telas sintéticas impregnadas de humo de tabaco. Ahora el encuentro social es lingüístico y la delincuencia que rodea el videojuego se ha vuelto electrónica. Tráfico ilegal de programas informáticos y películas. Algunas imágenes prohibidas y poco más.

El juego ya se ha instalado. Esta versión ha mejorado mucho la opción de creación de luchador. Elige escamas, color granate oscuro, garras y colmillos. Sólo le falta un nombre: Iván; como aquel pelirrojo, habitual de la sala de maquinas donde jugó al primer Creative Warriors. El personaje que ha creado le recuerda al dragón que Iván llevaba tatuado en el brazo. ¿Que habrá sido de él?

El ordenador elige un paisaje de forma aleatoria, la cumbre rocosa de una colina, encima de algún mar, ante las ruinas de un templo de arquitectura irreconocible. Se conecta otro jugador para luchar contra él: S.Miguel.
Con tantas opciones para elegir, es imposible predecir la apariencia de su siguiente contrincante. Lo que aparece en el escenario es una estatua formidable. Un enorme ángel, espada en mano, de mirada severa y una hinchada musculatura, cubierta con una armadura greco-romana. Toda la figura de un mismo color gris.
Iván ataca con los colmillos y lanza zarpazos que topan inútilmente con el escudo marmóreo del ángel, que se cubre a tiempo, para expandir el torso en el momento adecuado y despachar tajo tras tajo en las escamas de Iván, hasta que finalmente lo hace caer. La partida termina con un primer plano de la sandalia petrificada de S.Miguel pisando el cuello del monstruo derrotado. La imagen sube por la pierna musculada del ángel hasta la expresión rigurosa de su cara, a la que se sobrepone en las pantalla la frase en inglés: “Iván lose!”

Iván: hablas español?- Iván manda un mensaje al jugador que lo acaba de vencer, en la opción de chat que incorporó el juego en su cuarta versión.
S.Miguel: lo que tú quieras.
Iván: ¿qué significa S.Miguel?
S.Miguel: el que es como Diós
Iván: vaya, ¿sabes que estás en la habitación de novatos no?
S.Miguel: novatos o expertos, todos acaban perdiendo ante S.Miguel.
Iván: lo que sea, pero a mí no me preces muy novato
S.Miguel: todos somos novatos en la vida
S.Miguel: a veces te sorprende quien menos te esperas
S.Miguel: y tú disfrazado de dragón, acabas con la cabeza pisada como una serpiente.
Iván: ¿qué dices?
S.Miguel: piso tu columna vertebral mágica, del útero al cielo y de vuelta en forma de lluvia
S.Miguel: pisado por el ángel de piedra

Iván se desconecta del chat. No está de humor para listillos. Si estuviera en la ciudad llamaría al Costa, pero Costa está huyendo del invierno en algún paraíso turístico del trópico Sur-Asiático. Y el resto de sus amigos han aprovechado el puente para escapar todos a ciudades más frías. Ya que estamos en invierno, que sea uno real por lo menos. Con nieve, café con ron, luces de navidad como Dios manda y sexo bueno en habitaciones de hotel que no escatiman en calefacción. Lencería blanca acariciada por luz de cobre a tempranas horas de la tarde y tras la ventana, un cielo negro como el carbón abrumando los tejados blancos.
Si Inés no le hubiera dejado, tal vez estarían ellos también disfrutando de un baño caliente en alguna habitación de hotel, brindando en la bañera con botellitas del minibar.
Tendría que haber visto las señales a tiempo. Ella ya llevaba mucho tiempo quejándose, antes de desaparecer. Pero se quejaba de tantas cosas... que ahora ya no es capaz de ordenar todos sus discursos para resumir de manera ordenada lo que realmente le molestaba. Lo único que sabe es que ella un día se fue.
Asomado a la ventana, ve un gorro de lana que vuela arremolinado por la acera. Nadie corre detrás. Su balcón está recogiendo polvo, abandonado como está hasta la próxima primavera. No vale la pena salir fuera si no es para buscar algo. Con un tiempo así cada salida y entrada requiere una compleja preparación. Abrigo, bufanda, calcetines gordos, calzoncillos de lana (depende de quién) y capas y más capas. Todo un proyecto.
James debe estar escondiendo las manos en el segundo jersey, el que es suficientemente largo como para cubrirlas. Ya debe estar en su esquina a estas horas. ¿Por qué no hacerle una visita?
Ya hace rato que se ha fumado lo último que le quedaba, y no tiene ganas de quedar con alguien por teléfono. En un día así lo más fácil es bajar a ver a James en la esquina de al lado. Lo que le vendió la última vez tenía una calidad bastante satisfactoria.

Encogido dentro de su chaqueta verde, amarilla y rojo, James es todo un profesional; no deja de guardar su esquina ni siquiera bajo un clima tan inclemente.
-¿No tienes frío James?
-¡Yo nunca tengo frío tío! Cuando vivía en mi isla habían mañanas en las que salía a trabajar en camiseta corta cuando las plantas estaban aún heladas.
-¿Tanto frío hacía en tu isla?
-En San Miguel hace más frío que aquí.
-¿San Miguel? ¿Donde queda eso?
-Tras el mar, no muy lejos... hay días que me acerco a la playa y escucho las campanadas de la iglesia tras las olas. San Miguel tiene una iglesia muy bonita.
-¡Como vas a escuchar las campanadas desde aquí James! ¿No estarás imaginando cosas?
-Te digo yo que sí tío.

Y yendo al grano:
-Ahora no tengo nada aún, estoy esperando. Si vienes en una o dos horas te digo, amigo.

Vaya. James está esperando a su proveedor. Conociendo estos procederes, una hora pueden ser cinco o seis. Más vale terminar esta odisea tirando para el colmado que hay delante de la playa, es lo único que debe estar abierto este domingo. Un par de cervezas servirán para pasar la tarde jugando al “creative warriors”.
El paseo de 5 minutos parece toda una travesía en una tarde tan lúgubre. La oscuridad es imponente.
Las luces anaranjadas tras los cristales de las ventanas cerradas parecen faros de puertos lejanos que pasan de largo, mientras soplos gélidos de Dios juegan a perseguirse entre las callejuelas del puerto.
¿En qué estaría pensando James cuando le decía lo de las campanadas? James es africano, si realmente viene de una isla ésta tiene que quedar muy lejos de aquí. Vaya día que lleva, entre S.Miguel y James, y éste frío congelandole la cabeza, lo están atontando entre todos.

Cuando por fin sale al paseo marítimo le impresiona una vez más el mar. El líquido salado lame la arena a ritmo plácido, frío y viscoso. En el horizonte pura negrura. La iluminación pálida del colmado estrecho y saturado de mercancía se aparece como un limbo fluorescente aislado de la realidad, donde su mente flota en paz, con seis cervezas en la mano, hacia el paquistaní apático tras la caja registradora.

-¿Tu que trabajas tan cerca del mar, has oído alguna vez unas campanas sonar tras las olas?
-¡Sí, yo sí escuchado!
-¿Como?
-Yo escucha muchas veces campanas de mar. Pronto mañana y a veces tarde. Pero cuando hay poca gente, sino no escucha. Muy flojo.
-Gracias.

Uno nunca sabe si son los demás los que no entienden bien sus preguntas o es uno mismo el que no entiende las respuestas de los demás. ¿Resulta que se escuchan campanadas desde detrás del mar y él ni siquiera se había enterado? La verdad es que caminando delante del mar, ya no sabe si hace más frío aquí en el ignorado paseo marítimo o en la cama sin Inés, jugando al ordenador.

El parpadeo de una de las farolas hace aparecer y desaparecer uno de los bancos de piedra fría, desde el cual se puede ver la arena apagada de la playa y las vigas de madera del paseo, sobre las cuales aterriza lentamente un papel rosado que ha llegado flotando desde otra parte de la ciudad. Una vez levantado del suelo, resulta ser el volante informativo de un especie de curso de auto-ayuda, de “auto-conocimiento octagoradial” impartido por Miguel Santos.
¿No hablaba Inés mucho del auto-conocimiento octagoradial? Ahora lo recuerda, él estaba en el sexto o séptimo nivel de auto-ignorancia según Inés, y había un tal Miguel del que hablaba mucho en casa, y con mucha admiración. Con el volante en las manos las cosas se vuelven más claras de repente. Inés está saliendo con este profesor.
Si la quiere ir a buscar ésta es la dirección. ¿Pero quiere realmente? ¿Qué importa a estas alturas? Un trago largo de cerveza inyecta en él un chorro de optimismo, justo en el momento en que empiezan a sonar las campanas de la iglesia del barrio. El mar está lleno de peces ¿no? Pasando frío, pero nadando. Justo delante de él, escondidos en la oscuridad; invisibles desde aquí, pero presentes. Están todos aquí delante, en este mismo mar que se extiende ante él como una lona negra. Buceando en las profundidades.

jueves, 4 de febrero de 2010

sexy

Por influencia de la música, el texto anterior salió muy poco lineal. La idea era combinar sucesiones de ideas como si flotaran en el líquido de la mente, lo cual resultó en un texto muy cercano a la escritura automática. Para el siguiente texto he querido hacer algo diferente, y escribir un texto con argumento lineal.
Para ello he elegido una mezcla de canciones que encuentro eróticas, que hice en su día para amenizar los atardeceres de esos días que acaban siendo especiales. La energía sexual me pareció más primordial que la de la música etérea de la mezcla anterior, y más acertada para un texto centrado en experiencias más físicas e inmediatas.
De nuevo, he escrito automáticamente escuchando la mezcla de principio a fin y el resultado ha sido una serie de reflexiones sobre el erotismo que me han llevado a escribir (siempre escuchando la misma mezcla) el texto que posteo a continuación. Como veréis, el texto se va por unos parajes algo sorprendentes, pero a mi parecer no deja de ser erótico, en un sentido amplio de la palabra.

La mezcla se puede bajar en la siguiente dirección:

http://www.mediafire.com/?xxmjazmtzhm

y el texto es el siguiente:

-¡La Sandra sí que tiene un buen culo! !Si no se hubiera emborrachado me enrollaba con ella!
-No paraba de darle a la botella que se trajo el Rúben
- ¿Y después desapareció, no?.
-Se metieron en lavabo con la Cristina y estuvieron toda la fiesta allí metidas.

La tarde tiene todavía mucha fuerza. Desde hace unas semanas, la luz empieza a ganar terreno a las horas oscuras de la tarde, anunciando la llegada de las adoradas vacaciones de verano.

-A mí la que me gusta es la Sonia.
-A la del supermercado también le metería mano.
-¿la de ahora?
-Sí, tenía unas buenas tetas. Le hubiéramos dejado llevarnos a la oficina y nos la follábamos allí.

La trabajadora del supermercado... La verdad es que aunque algo adulta, se le marcaban unas curvas muy atractivas bajo la falda. No podía hacerse una idea clara de lo que sería eso de follar, la idea de quedarse con ella a solas y poder apretar y amasar esas piernas, abrazar su cintura y besar su cuerpo, aun así, vestida, sentir su calor debajo de la blusa...
-Se ha quedado pasmada ¿lo has visto? Va a pensar en mí cuando esté con su novio, te lo digo.
Se ríe. La verdad es que a él también le ha sorprendido mucho la agudeza de su amigo.
Desde que ha vuelto el calor, han cogido la costumbre de pasar cada mediodía después de la escuela por el departamento de música del centro comercial que abrió las pasadas navidades, para robar un par de cd's. Pero hoy una de las trabajadoras, una chica con gafas y pelo rizado largo, no dejaba de seguirlos con la mirada.
Tensos, han tenido que esforzarse más de lo normal para controlar sus movimientos y la respiración; parecer inocentes y simular que estaban realmente pensando en qué cd se querían comprar. Han tenido que perder mucho tiempo mirando las caratulas de los discos, hasta que la chica que los vigilaba se ha despistado y su amigo se ha escondido el nuevo cd de Stiger bajo la camisa. Pero mientras bajaban por las escaleras mecánicas, las del lado de las ventanas que dan al parking exterior, la silueta de la chica de las gafas les estaba esperando abajo, difuminada por la luz concentrada del sol, que siempre baña las escaleras a esta hora. -¡¿Podéis acompañarme?! les ha ordenado, con esa autoridad que tienen los mayores.
Estaban atrapados. El detector iba a pitar en la salida porque aún habían despegado el código de barras del cd y la mujer les estaba llevando fuera. Una asfixiante presión nacida de su pecho se estaba apoderando de su garganta cuando de repente, su amigo se ha sacado el disco de debajo de la camisa, delante de la mujer que los guiaba, y ha dicho que si los echaban no se pensaba comprar ese disco que quería.
-¡Te crees que soy tonta! Dice ella, y los acusa de quererlo robar. Pero su amigo, tranquilo, la mira a los ojos y dice que él no puede haber robado nada porque no ha salido del supermercado, así que no le pueden acusar de nada.

-A tí nunca se te hubiera ocurrido.- Acusa su amigo ahora, cuando ya han rodeado la valla del instituto al que irán el año que viene.
El sol del mediodía quema la ropa tendida sobre los tejados de los edificios pálidos que los rodean.
La verdad es que no se le hubiera ocurrido. Si fuera él el que llevara el cd apretado entre la cintura y el cinturón, hubiera seguido a la mujer paralizado. Como una oveja a su pastor. Hasta que el detector de la salida les dejara en evidencia. No hubiera pensado de la manera que lo hizo su amigo. Tan independiente e intensamente libre. Admira la indomable capacidad de su amigo para pensar de manera original y le duele que refriegue por su cara su superioridad.

-A mí no me hubieran visto.- responde. El golpe más bajo que puede imaginar, para corresponder la ferocidad con la que su amigo le ha ofendido con una provocación que esté a la altura.
El tronco de su amigo se tensa. Le mira serio, erguido. Lo único que rompe el silencio es el traqueteo del tren de cercanías bajo sus pies, bordeando de la colina por la que enfila el camino que están tomando.
-No me extraña que te hubieran viso... -tensión y un segundo donde se va a decidir el desarrollo de la discusión -...con lo lento que eres.
Su propia fragilidad disimulada tras la máscara de la crueldad. Sabe que a su amigo le desagrada no ser muy atlético.
-¿Me estás llamando patoso?- simulación de tono macarra, pero demasiado dolido. Demasiado solemne para sonar convincentemente despreocupado. Huele a confianza rota, condimentada con una excitante sensación de peligro. Caminan al borde de la amistad. Si continúan por ese camino, parece que algo puede cambiar de manera definitiva. ¡Tan excitante de repente! Como decidir entre romper o no el juguete de otro niño. Están descubriendo una frontera que no conocían.
-¡Lento, lento!- con voz de falsete. La exploración de la frontera desconocida continua. Caminando con las piernas separadas, imitando el caminar de los patos. Un sabroso y embriagante cambio de poderes. Ahora su amigo ya no lleva esa sonrisa de suficiencia. Ahora ya no importa que las chicas le hagan más caso. Él es el lento, el humillado.
Ve a su amigo congelado por la sorpresa, aturdido. Seguro que si le pegase ahora mismo no sabría ni cómo reaccionar. Su cara se ha convertido en un mueca ridícula que combina de manera absurda una sonrisa condescendiente con unos ojos suplicantes, de debilidad a carne viva.
Las manos se encuentran con la resistencia del peso de su pecho, que cede ante la fuerza de los brazos, libre. Libre de empujar y mover a su voluntad el cuerpo del amigo que retrocede, se tropieza y cae al suelo levantando una pequeña nube de polvo.
-¡Patoso!- la acusación lacerante demostrada con los hechos. Un puñado de tierra arrancado del suelo con la planta de su zapatilla, disparada contra cara y cuerpo del amigo caído, para acentuar su victoria. Y una dolorosa coz al empeine como respuesta, disparada desde el suelo con mala intención, con rabia verdadera, con odio. No habrá victoria sin batalla. A partir de aquí no hay vuelta atrás, el alma de los dos está en juego. No podrán mirarse más a la cara si no terminan la pelea. Los dos son hombres y tienen que demostrarlo, ante el otro pero ante todo ante sí mismos. Ahora no pueden refugiarse en los miles de sentimientos que están despertando en su interior, como capullos de flor abriéndose a lo llano del campo de su alma. Como un llanto desesperado por haber roto el juguete nuevo, cuando ya es demasiado tarde. Los dos están unidos por la pelea ahora. Se ayudarán a demostrarse mutuamente su masculinidad, entregando todo su cuerpo a la lucha. Deben hacerlo si quieren volverse a mirar a la cara.
Resolución desatada. Fuerza muscular exigida al límite y más allá. Habilidad, suerte y concentración se traducen en un torbellino de manotazos que fallan su objetivo y codos que golpean al azar más dedos que buscan algo blando que apretar. Una mezcla agridulce de libertad y frustración. Una combinación picante de la dicha que produce la actividad física y el abandono del cuerpo a los instintos, con el dolor de la sensación de vacío emocional producida por el alejamiento emocional.
En lo que queda de tarde el cielo soleado tiene un brillo hueco. Sin ningún ganador, la pelea termina con el abandono progresivo de una intensidad, que se toma la tarde entera para difuminarse. Lo que queda es una apatía seca a la hora de cenar, con un regusto amargo antes de dormirse en la cama, pensando en el encuentro obligado al día siguiente.

martes, 26 de enero de 2010

Aguas profundas

Imagen blanda de dos nubes planas congeladas sobre el cielo castaño; flotando en la última luz de la tarde. El tren transporta mi cuerpo sin esfuerzo sobre las vías, seccionando planicies verdes con ligereza.
Viajo más de 100 kilómetros para visitar una chica con la que apenas he tenido una historia de dos semanas. Un encuentro entusiasmado e intrigante. Demasiado breve como para alcanzar una visión serena de las constelaciones anímicas de esta desconocida, pero suficientemente intenso como para que su resplandor me llegue a embrujar. Un brillo lejano y difuso, que se vuelve especialmente misterioso y encantador cuando el sexo es tan rico.
Pero en éste encuentro no habrá sexo, ya lo sé; un acercamiento mayor tampoco. Sólo una separación progresiva de dos almas saboreando la distancia que se crea entre ellas. Todo este viaje en tren, en definitiva, no lo hago más que para construir otra habitación en algún rincón de mi memoria. Ensanchar el campo de mi imaginario con las imágenes de otra plaza, otro bar y otra serie de situaciones y comentarios incómodos que intentaré evitar en el futuro.
Me muevo impulsado por una energía que no domino. Como cuando apretaba los mofletes llenos de una niña de 4 años en la guardería. Como si apretara una pelotita de goma un poco desinflada, sólo que torturando de manera infantil una persona, física y mentalmente, porque la quiero y no sé qué hacer con esta sensación.
Después me duele. La niña no viene a clase al día siguiente y juego sólo en el columpio para dos, echándola de menos y sufriendo; mi alma aplastada contra la base de mis genitales y mi pecho comprimido por angustia y tristeza.
Por eso me desprecian mis compañeros de instituto. Mis compañeros de trabajo. Camareros desconocidos me desprecian con su mirada por lo que le hice a la niña que quería. Desprecian esa mezquindad imprevisible y asquerosa que hay en mí. La ven todos, cuando atraviesan mis formas con su mirada.
Paranoia, me dice mi amor. La mirada de una persona no me permite divisar todo lo que le pasa por la cabeza. Me invento historias me dice, me persigo. Yo acaricio su cabeza con suavidad y aguanto su delicado esqueleto entre mis brazos para que descanse y se sienta segura, y dichosa, lejos de las palizas de su padre. Que los insultos y los golpes se conviertan en un recuerdo lejano y difuso, como una pesadilla que fue recurrente hace años pero ya casi hemos olvidado.
Me gustaría ofrecer a mi mujer la paz que no tuvo en casa. Busco crear con mis actos el hombre que quiero ser. No ser un amor torturador sino un amor que signifique placer, seguridad, vida. Un amor de felicidad, de encuentro.
Que mi amada se sienta como yo ahora, flotando en el agua de esta piscina. La piscina calentada de un spa, a 37 grados de temperatura en el agua y música relajante resonando desde unos altavoces subacuáticos.
Con los brazos estirados, dejo que el liquido aguante mi peso y floto sin rumbo. Sumerjo mis orejas en el agua y disfruto de los pausados tonos electrónicos que vibran espesamente a mi alrededor. Me hundo en mi propio cuerpo, bajo la piel hacia dentro; hacia los nervios, hacia la viscosidad intravenosa, dentro de mis músculos. Imagino mi mente retraerse hacia mis células y expandirse entre los átomos que me separan, flotando en energía. Átomo lejos de átomo, acercándose a otro átomo en el vacío. Formando nuevos conglomerados en el espacio, que buscan otros átomos para organizar nuevos conglomerados de átomos, flotando dentro del mismo vacío.
El vacío lo forman los propios átomos separándose entre sí. Crean vacío marcando la distancia que los separa. La atracción de cada átomo hacia otro átomo crea el vacío que esta búsqueda intenta evitar, porque los átomos nunca llegan a tocarse, dicen.
Si esto es verdad, todo es búsqueda. El acto de búsqueda crea su propio objetivo y asegura así la continuidad de la búsqueda. Todo el universo, interior y exterior, es búsqueda. Grumos y borbollones de búsqueda que cambia de formas y colores. Esta es la energía eterna, la acción de búsqueda creando el objetivo de su búsqueda con su inercia, de forma que nunca falta ni objetivo ni búsqueda. El perpetuum mobile; la máquina eterna cuyos engranajes encajan y giran para formar un tren disparado sobre campos verdes y calderas que calientan el agua sobre la que floto, con un corazón que bombea a un ritmo acompasado con las pulsaciones que transmiten los altavoces eléctricos que los constructores de este spa han colocado bajo las aguas de la piscina.

Aguas profundas

Para comenzar, he elegido la primera mezcla que aparece en el listado de mi ipod: aguas profundas. Los títulos que le pongo a las mezclas no son muy originales, porque nunca me he esforzado demasiado en pensarlos. De todas maneras, el carácter hipnótico de la música de esta mezcla me hizo pensar en un buceo mental y esta idea ha influenciado mucho el texto.

La mezcla se puede escuchar bajándola de:

http://www.mediafire.com/?yjutdrttyvt

Intro

Este blog está pensado como un ejercicio literario con el objetivo de explorar el diálogo entre literatura y música.
De manera menos abstracta: Tengo un archivo de mezclas de música hechas con el programa audacity, todas ellas con durada de más o menos una hora, que he ido recopilando en mi tiempo libre y el llamado “ejercicio literario” consiste en escuchar cada una de estas recopilaciones de principio a fin, mientras escribo automáticamente, inspirándome en la música. Después edito el texto para hacerlo comprensible al lector y hago las correcciones escuchando la mezcla correspondiente, para mantener la misma inspiración.