jueves, 14 de febrero de 2013

grafemasyresonancias.wordpress.com

No me aclaro con blogspot, el texto se desordena, desaparecen espacios y no hay manera de editar correctamente lo que escribo. Me he pasado a wordpress: grafemasyresonancias.wordpress.com

Kreator - Renewal

Cuando era adolescente me poseían esporádicamente unos ataques de rabia incomprensibles, dramáticos, terribles para mí, en los que sentía cada vez a la locura acechando tras mi nuca. O tal vez no fuera exactamente locura lo que sentía, sino miedo. Miedo a perder el control, a pasar al otro lado. Aterrado como un reptil acorralado por el fuego, impotente y desesperadamente enfurecido ante la presencia de su muerte inevitable; así de angustiosos me eran aquellos ataques. Y recuerdo que cuando ya no podía soportar más las paredes que me oprimían, mi familia, mis amigos o quien fuera que estuviera a mi lado, yo salía corriendo hacia el paisaje industrial en el que se expandía nuestra urbanización; salía a enfrentarme solo con el polvo que levantaban los camiones. Y caminaba, o corría, horas, con los zapatos desgastados, las plantas doloridas, no importaba. Sin rumbo pero con determinación. A los camiones que cruzaban les levantaba el puño. Les gritaba enseñando los dientes, su maquinaria tintineante mostrándome la espalda. Desaparecían en el horizonte y me dejaban atrás, solo con el olor a gasolina quemada - el olor a tubo de escape que yo aspiraba a pleno pulmón, para que la contaminación penetrara mejor en mi sangre. Por el cielo cruzaban aviones lentos, cada uno con su propio motor a propulsión; abajo yo, odiándome sin razón. Corría para no desaparecer, para quedarme solo con la realidad, para ser yo y para ser especial. Por eso hacía el ridículo una y otra vez, para sentirme especial. Saltaba y gritaba, a veces en el tejado de nuestro bloque. Sacudiendo las antenas de todos los vecinos. Escupiendo a las nubes. Cabalgando caballos imaginarios, caballos de adrenalina bajo un cielo violáceo; la furia reptil de mi sistema nervioso desbocado hacia el límite del colapso Corría de nuevo, hacia ninguna parte, y cuando me cansaba caminaba, interminablemente, inhalando los colores químicos del cielo nocturno. Cuanto más caminaba menos sentido le encontraba a nada. De niño me pasaba horas buscando sentido entre calles y solares; igual que de adolescente lo seguí haciendo entre discotecas y programas de televisión, intentando hacer lo que tocaba. Intentando ser positivo, intentando ser negativo, probando-me todos los disfraces que ofrece el consumismo y sus símbolos sin significado. Tuve mi época de intentar ser uno más, pero no funcionó. Me sentí aislado, alejado de mí, me sumí en el caos. Me sumí en el vacío. No funcionó. Cuando intenté mezclarme con los demás lo hice hinchado de drogas y a destiempo, mal vestido. Como si buscara el fracaso de antemano. Porque nada de aquello me interesaba realmente. El disfraz social no es más que una mentira y cuando la aprendí a utilizar, lo hice guardando una ironía secreta en mi interior como si fuera un tesoro, hasta que me di cuenta de que eso era precisamente lo que hacían todos: jugar a creer sin creer, refugiarse en la ironía. Así que la cacofonía de anuncios publicitarios me había atrapado a mí también, me di cuenta de que yo también era uno más. Uno más del montón, como ellos. Creado a destiempo y de manera desordenada, pero monocorde, como todo lo que me rodeaba. ¿Irónicamente, lo que había salido a buscar desde el primer momento, no? No. Dios me había regalado un cuerpo de hombre para que me volviera adulto. Me había regalado un cuerpo por estrenar, con desbordante energía para quemar, y yo no sabía como utilizarlo. Puños hacia el cielo, peleas y empujones. Patadas. Nada tenía sentido. Botellas de éter rotas, basura, todo se revuelve y se desnuda, pero habían momentos también, a veces, en los de repente todo cobraba sentido y la vida no era más que una brisa en la cara. Una sensación agradable que pasa. El vaso estaba lleno. El cielo me miraba con ojos fieros, como un puma hambriento estirado sobre los edificios del barrio. Todo tiene sentido, a veces. El sentido es el propio sinsentido, la vida misma. No hay mucho que buscar, hay que gritar, desgarrar y provocar al ritmo del universo.

martes, 5 de febrero de 2013

Battle of Mice - A Day of Nights

Tuve una novia que trabajaba de transportista. Conducía la camioneta de una floristería mucho exitosa, aunque nunca lo hubieras dicho, porque la tienda que tenían era muy pequeña, una cabaña casi, construida en la esquina de un cruce urbano poco transitado. Íbamos a menudo al mar, mi novia transportista y yo. Yo siempre me bañaba solo, ella me esperaba en la arena con las piernas juntas, miraba el horizonte y se abrazaba las rodillas con esos brazos abultados que tenía. Brazos fuertes. A veces cuando se enfada pegaba puñetazos en la mesa que hacían saltar todos los platos. Llevaba pantalones tejanos cortados sobre los muslos en verano, camisetas negras casi siempre y el pelo recogido. Era una mujer muy estable y bastante silenciosa. Hasta un poco callada, por lo general, pero a veces le daba por hacer locuras que me asustaban. Como correr descalza por una autopista desierta, a las 4 de la madrugada. Yo en la calzada, borracho como ella, junto a las puertas abiertas del coche, rezando para que no pasara nadie a toda velocidad. Ella era camionera y no le daban miedo las máquinas decía, las máquinas eran sus aliadas y nunca le harían daño. Tenía sus propias supersticiones. Una religión prácticamente. Tenía las paredes del estudio que alquilaba cubiertas de fotos de motores, cada uno de una máquina diferente. Dejaba marcas de pintalabios en todas las copas de las que bebía. No le gustaba la cerveza ni los licores pero sí el vino. Y tenía un piercing en el ombligo, nada fuera de lo común, era la moda entonces. Le iban mucho los ordenadores también, se pasaba las tardes en internet, leyendo páginas de hackers sobre programas nuevos de ordenador y trucos de programación. La conocí en un bar, tomando algún cóctel yo, ella vino. Me acuerdo de que sin haberme dado cuenta me encontré hablando de cómo murió el perrito que tenía de pequeño. Le conté cómo le atropelló una moto y quedó todo enredado en la cadena de la máquina y cuando me había dado cuenta de lo tétrica que era la imagen que le estaba describiendo, ella parecía estar tan cómoda con la anécdota, que me llenó de una sensación de seguridad y de hogar, como si aquél bar se hubiera convertido en mi casa por el hecho de estar hablado con ella. Me habló de pisar huevos, de cómo a ella y a su hermana les gustaba pisar los huevos que sacaban de la nevera cuando sus padres no estaban. Cómo los reventaban de un solo pisotón y embadurnaban el suelo de la cocina con la yema amarilla. Noté que me quería poner nervioso, pero con ella lo único que sentía era comodidad, dijera lo que dijera. Entonces me miró a los ojos, y me pareció que estaba muy feliz, ella, y yo también. Me masturbó en su camioneta aquella misma noche. Subía un olor a gasolina a medida que aumentaba mi excitación. Me dijo que le gustaba mucho mirar las estrellas y soñar en tocarlas y acariciarlas con sus dedos. Yo miraba la piel suave de sus muslos, bajo la luz de la luna. Habíamos apagado el motor y lo único que se escuchaba eran los grillos y el silencio de la noche como un vacío que absorbía nuestras preocupaciones hacia el espacio exterior, dejándonos a los dos solos con nuestra respiración y el olor de nuestra piel. Los cielos, con ella, eran los más bonitos que hubiera visto nunca, sobretodo los nocturnos. Auras amarillentas de las luces urbanas que me parecían mágicas y doradas. Y su furgoneta era como una iglesia para nosotros, en la que cada noche recibíamos la bendición de la luz de la luna. Una vez me preguntó desde un puente, si me atrevía a tirarme, mirando el trazo de saliva contaminada que había sido un rió años atrás bajo nuestros pies. Nosotros sentados cientos de metros más arriba; prácticamente en el cielo. O así es como me sentía yo por lo menos: en el cielo, junto a ella con los pies colgando sobre el puente. Le conté que yo de niño caminaba por el agua, ha sido la única persona a quien se lo he contado nunca. No dijo nada, me dejó hablar y su silencio era la sensación más envolvente y maternal con la que nunca me hubiera encontrado. Me dejó contar toda mi historia, por extraña que fuera y no dijo nada, sólo me abrazó. Y me hizo sentir que ya no tenía que mentir, que no hacía falta, que no tenia que inventarme historias fantásticas sobre mi pasado para impresionarla porque ella me aceptaba tal cual, como era yo. Como era yo así, en cuerpo y respiración, con este esqueleto y estas facciones. Yo no tenía que hacer más que respirar, para estar allí con ella, sentado en silencio. No hacia falta inventarme más historias. Siempre he querido saber qué hay de ella. Por qué carreteras lejanas conduce su camión. Me dijo que quería trabajar de transportista toda la vida, y cuando más largos fueran los viajes y más grande el camión, mejor.

martes, 30 de octubre de 2012

Acteón y Diana

Tenía otro blog dedicado a pequeñas investigaciones mías sobre temas mitológicos, en el que añadía entradas muy de vez en cuando. Progresivamente, me he dado cuenta de que las entradas que añadía al blog de mitología se vuelven cada vez más literarias, así que he decidido añadirlas aquí a partir de ahora y abandonar el otro blog. Como éste blog gira alrededor de la relación entre escritura y música, voy a buscar un disco que se relacione con cada entrada sobre mitología. En este caso he pensado en el grupo The (Fallen) Black Dear, por el nombre claro, pero la música también se adapta bien a éste texto. --------------------------- El verano termina para Diana ------------------------- El último verano de la adolescencia. La última tarde del verano del adiós al instituto, la última fiesta mayor y el adiós a la intimidad con las amigas del pueblo, que se debilitan cerca del mar (esta tarde y el verano, claro está, no las amigas) al tiempo que las sombras de los árboles, de pronto rápidas, de pronto lentas, corren, van, vienen, con diversas formas, aplanándose, adhiriéndose a la tierra. Diana pasea. Se despide de su pueblo porque se marcha, lejos, a vivir por su cuenta en la ciudad y estudiar Bellas Artes, desarrollarse, follar, enamorarse y crecer. Allá, entre extraños. Pasea por el bosque como Acteón, que cazando junto a sus perros en un bosque también, se topó con Artemisa, la sorprendió bañándose desnuda y en el momento en que la mirada de Acteón quedaba atrapada en los ojos de la diosa, sintió que le crecían cuernos de ciervo en la cabeza, hasta convertirse él mismo en el animal que perseguía. Sus perros le confundieron con la presa que buscaban y devoraron su carne. El cazador se convirtió en presa. Diana se aleja de los espacios abiertos del pueblo. Escoge el camino estrecho que solían tomar de niñas para llegar a la fuente abandonada, básicamente porque sabe que es un camino que ya nadie toma. Diana lleva varias semanas entretenida con la historia de Acteón. Hay algo que entiende de esta historia y algo que no, pero no tiene claro qué es lo que sí y qué es lo que no entiende. La historia la ha inspirado para pintar un óleo en el que figura una mujer joven desnuda, abrazándose a sí misma, pintada entre los cuernos de un ciervo. Esta es la parte de la leyenda que sus manos, su tacto y sus ojos asimilan pero hay algo que aún escapa a su entendimiento . ¿Tiene Acteón algún control sobre sus perros en la historia? Se pregunta Diana. Los perros de Acteón se lanzan sobre su amo sin esperar ninguna señal, por lo cual Diana entiende que los perros corrían junto a Acteón movidos por su propio hambre de carne, no porque su amo se lo pidiera. El viento gime a través las hojas del bosque con sus lánguidas notas “Los perros son los pensamientos de Acteón”, ha leído en wikipedia. Los perros se interpretan habitualmente como los pensamientos de Acteón, descontrolados, en una búsqueda intranquila de algo que sacie su hambre, pero ¿hambre de qué? ¿hambre de presa, de ciervo, de Acteón? Y Acteón entonces, ¿qué es el cazador-presa Acteón? Y un buho canta su grave endecha que hace erizar los cabellos de Diana. Por un instante Diana es bosque, corriente de aire, árboles. Después vuelve a pensar: Acteón es quien lleva los perros del pensamiento, de la misma manera que el alma está en el cuerpo como el piloto de una nave; que por formar parte del funcionamiento de la nave se ve como nave y no como parte de la nave. Acteón igual; como amo y presa de sus perros, es lo que anima la historia y en tanto que la anima e informa, se convierte en parte intrínseca de ésta; más en tanto que rige y. gobierna los perros no es sólo parte, sino que se convierte en la causa de la historia. La razón de que la podamos contar . Así vagan los pensamientos de Diana… ¿Y los perros pensamiento, hacia dónde van después de comerse al cazador Acteón? ¿Hacia dónde siguen corriendo? ¿Siguen teniendo hambre? Entonces dos perros del pueblo, que se han vuelto furiosos, compiten en un estallido de ladridos. Diana, agitada, mezcla sus pensamientos con lo que escuchan sus oídos e imagina como todos los perros del pueblo rompen sus cadenas, se escapan de las granjas lejanas y corren de un lado para otro por el campo, presos de la locura. Como los perros de Acteón sin su amo. De pronto se detienen los perros en la imaginación de Diana, y miran hacia todos los lados con feroz inquietud, con mirada de fuego, y así como los elefantes, antes de morir, lanzan en el desierto una última mirada al cielo, elevando desesperadamente su trompa, dejando caer sus orejas inertes, así los perros dejan caer inertes sus orejas, elevan la cabeza, hinchan su terrible cuello, y se ponen a ladrar por turno, tanto los perros del pueblo como los que imagina Diana, sea como un niño que grita de hambre, sea como un gato herido en el vientre encima de un tejado, sea como una mujer que va a parir, sea como un enfermo moribundo en un hospital, sea como una muchacha que canta un aria sublime, contra las estrellas al Oeste, contra la luna, contra las montañas que semejan a lo lejos rocas gigantes que yacen en la oscuridad, contra el aire frío que aspiran a pleno pulmón y que les vuelve rojo el interior de su nariz y ardiente, contra el silencio de la noche, contra las lechuzas cuyo vuelo sesgado les roza el hocico, llevando una rata o una rana en el pico, alimento vivo, grato para las crías, contra las liebres que desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, contra el ladrón que huye encogido sobre su ciclomotor después de haber cometido un crimen, contra las serpientes que al agitar los matorrales hacen que tiemble la piel y rechinen los dientes, contra sus propios ladridos que a ellos mismos causan miedo, contra los sapos que trituran con un golpe seco de sus quijadas (¿por qué se han alejado del pantano?), contra los árboles cuyas hojas balanceándose suavemente son otros tantos misterio que ellos no comprenden pero quieren descubrir con sus ojos fijos e inteligentes, contra las arañas suspendidas de sus largas patas que trepan por los árboles para salvarse, contra los cuervos que al no encontrar de qué comer durante la jornada regresan a su refugio con las alas cansadas, contra las rocas de la costa, contra las luces que aparecen en los mástiles de las naves invisibles, contra el sordo rumor de las olas, contra los grandes peces que al nadar muestran su dorso negro y luego se hunden en el abismo, y contra el hombre que los convierte en esclavos. Después de ello se ponen de nuevo a correr por el campo de la imaginación de Diana, saltando con sus patas sangrantes por encima de las fosas, los caminos, las campiñas, las hierbas y las piedras escarpadas. Se dirían que están atacados por la rabia y buscan un gran estanque para calmar su sed. Sus prolongados aullidos espantan a la naturaleza entera. ¡Desgraciado el paseante que se encuentre a Diana sola en el bosque! Los amigos de los cementerios la protegerán, se arrojarán sobre él, lo despedazarán, se lo comerán con su boca chorreante de sangre, pues sus dientes no están deteriorados. Los animales salvajes no se atreverían a acercarse para tomar parte en el festín de carne, temblando huirían hasta perderse de vista. Después de algunas horas, los perros, extenuados de correr de un lado para otro, casi muertos, con la lengua fuera de la boca, se precipitarán los unos sobre los otros sin saber lo que hacen, y se destrozarán en mil pedazos con una rapidez increíble. No se comportan así por crueldad. Un día, con los ojos vidriosos, la madre de Diana le dijo: «Cuando estés en tu cama y oigas los ladridos de los perros en el campo, escóndete bajo el cobertor, no te burles de lo que hacen: tienen sed insaciable de infinito, como tú, como yo, como el resto de los seres humanos de rostro pálido y alargado. Incluso te permito que te pongas delante de la ventana para que contemples ese espectáculo bastante sublime» . ¿Siguieron los perros de Acteón corriendo hasta el infinito entonces? ¿Y a dónde si no? Si los perros de Acteón no son más que perros de leyenda, que siguen corriendo junto a su amo, devorando a su amo y ladrando a la luna hasta el día de hoy. ¿Qué significa de hecho, infinito? A medida que la luz a su alrededor se vuelve dorada, los pensamientos de Diana se elevan y vuelan, corren hacia el horizonte inalcanzable de su mente. ¿Sed de infinito? ¿Cómo se puede tener sed de algo incomparable, infigurable e inefable como el infinito? El infinito –en ese lenguaje físico de Dios que es el universo-, es algo que confunde el sujeto con el predicado, incluso el nombre con el adjetivo, y en él ningún personaje, ninguna oración incluso, es más ni menos principal o subordinada que otra; todas las oraciones son circunstanciales y todas completivas; igual que todo personaje en la leyenda de Acteón tiene el mismo peso. Los perros son lo mismo que Acteón en el infinito, y es a sí mismos a quien se devoran. Incluso ella, Diana, por esa misma regla del infinito, no tiene más o menos centralidad que ninguno de los perros míticos de Acteón . En la comprensión del infinito no hay parte mayor ni parte menor, porque a la escala del infinito una parte, por grande que sea, no se eleva más que otra parte, por pequeña que se quiera; y en la duración del infinito, vuelan las ideas de Diana, la hora no se diferencia del día, el día del año, el año del siglo, el siglo del momento; porque no son más numerosos los momentos y las horas que los años; y la proporción de los unos no es menor que la de los otros ante la eternidad. Horas infinitas no son más que siglos infinitos, e infinitos palmos nos son en número superiores a infinitas yardas. La proporción, la similtud, la unión, la identidad del infinito no se alcanzan mejor siendo hombre que hormiga, estrella que hombre; porque a ese ser no te aproximas más siendo sol y luna, que hombre u hormiga; un cazador, una diosa o un perro, porque en el infinito estas cosas son indiferentes . Diana aparta las últimas ramas del camino para entrar en el espacio donde se amontonan las ruinas de la fuente antigua, dónde un placa de bronce instalada por el ayuntamiento años antes de que Diana naciera, levanta la inscripción en relieve: -Si Dios tuviera en su mano derecha toda la verdad y en su izquierda el deseo siempre vivo de verdad y me dijera: “¡Elige!”, incluso a riesgo de equivocarme siempre y eternamente, me inclinaría con humildad sobre su mano izquierda y le diría: “¡Padre, dámela! La verdad absoluta es únicamente para ti” - Tal vez se trate de esto, de no poder encerrar en un puño cerrado ninguna respuesta rígida sino de seguir buscando toda la vida. Nunca podrá abarcar todo el significado de esta leyenda, siente Diana, porque comprender significa transformarse en el objeto de la caza. Aunque Acteón esperaba encontrar fuera de sí el bien, la sabiduría, la belleza, la montaraz fiera, en presencia de la diosa se vio convertido en aquello que buscaba. En sólo un instante, él advirtió cómo se trocaba en la anhelada presa de sus canes, de sus pensamientos, pues, habiendo en él mismo contraído el infinito, no era necesario buscarlo fuera de sí . Acteón comprende que en el infinito no hay diferencia entre él y su presa, ni entre una hormiga y una estrella, pero sólo alcanza aquello que anhela cuando se convierte en ello, ante la mirada de la diosa. De la misma manera nadie la entiende a Diana en el pueblo, porque no son ella ni ven el cielo con sus ojos, ni respiran el olor del bosque con su cuerpo, ni ven el mar con su mirada. No la entienden porque no son Diana, no son ella. Ni ella los puede entender a ellos porque mientras el infinito es pueblo y Diana y perros y todo lo demás, ella no es pueblo, ni es sus vecinos, ella solamente es Diana. Así para entender esta leyenda debería ser todos los símbolos de la leyenda, pero una leyenda es un espejo del universo y el universo es infinito, Diana no. Para entender esta leyenda realmente, siente que debería desintegrarse como Acteón y convertirse ella misma en infinito. El infinito no se puede poseer, sólo se puede anhelar, eternamente, como los perros de Acteón, que siguen corriendo, sin descanso, hacia todos los puntos cardinales, persiguiendo el horizonte.

Irma Luján

Después de la entrada anterior, he querido probar de escribir algo a partir de una música tranquila, para ver el contraste. Me ha salido el esquema de un texto que me ha gustado, pero que tiene sentido como parte de un texto más largo. He pensado en escribir este texto como parte de un relato corto, que no será del todo narrativo sino la unión de varios textos relacionados entre sí. Será un relato corto a cuatro partes, la primera será el texto que he empezado a partir de la música tranquila. Se trata de la relación entre dos personajes, un adolescente y su vecina, que es vidente y amiga de su madre. La segunda parte es la biografía de la vecina, la tercera es la historia del pueblo en el que viven y la cuarta es la biografía de los padres del adolescente.
Lo que cuelgo ahora es la biografía de la vecina vidente, que se llama Irma Luján porque su historia está basada en la música de Irmologion, un proyecto de música electrónica ruso. La palabra Irmologion es un concepto de la música sacra cristiana ortodoxa. No me he informado demasiado, pero parece ser que el disco que cuelgo (es la primera vez que cuelgo un disco, no una mezcla que haya hecho yo) está hecho por un músico que era alguien conocido en la escena de música alternativa en Rusia en los ochenta y a principios de los noventa decidió internarse en un monasterio ortodoxo. Después de más de diez años, reapareció y grabó un disco de música electrónica basada en lo que aprendió en el monasterio. No me he basado en esta historia a la hora de escribir pero tiene gracia saberlo. Lo que he hecho es escribir automáticamente a partir de la música y después he hecho una tirada de cartas del tarot al personaje de la vidente. A partir de las cartas, he podido formarme una idea de la personalidad que el personaje tiene, después he ido sacando frases de lo que había escrito automáticamente y con ellas he construido una historia vital que haya llevado al personaje a tener la personalidad que tiene en el momento en el que se escribe la historia, que es cuando le he tirado las cartas del tarot.

El disco de Irmologion está comprimido:


http://www.mediafire.com/?2mvm04o1h9gl5dr



Irma Luján

Irma nació en el barrio de la fe, en aquellos tiempos en los que los niños aún se llamaban a gritos desde la calle y no todos tenían televisión. Hija única, solía sentarse en su habitación, o en el comedor si quedaba desocupado, con el objetivo de quedarse quieta e intentar, como decía ella, “convertirse en uno de los muebles”. Intentaba sentir lo que la rodeaba y pensar lo mínimo, hasta fundirse completamente con la habitación como uno más de su objetos. Un juego práctico, porque si entraba mamá y le preguntaba, Irma respondía que no estaba haciendo “nada”. Así no llamaba la atención. No le gustaba llamar la atención, ni en casa ni fuera, pero los niños del barrio abusaban a menudo de su valentía y le pedían hacer lo que ellos no se atrevían. Por esa razón fue la única que entró en la casa abandonada que había detrás de las vías del tren:
Martín y el Pelota rompieron la puerta una tarde y huyeron corriendo. Al día siguiente llamaron al resto de los niños para enseñarles la entrada forzada; pero la única que se atrevió a subir las escaleras fue Irma, un escalón detrás del otro, hacia las habitaciones de los fantasmas. Las exploró una a una y se encontró con un armario estantería en el que alguien había dejado cajas planas de madera, con una tapadera de cristal, dentro de las cuales habían clavado mariposas de diferentes tamaños.
Los niños golpeaban una tubería abajo, al ritmo de los latidos de su corazón. Irma quería estar con ellos, por la emoción del hallazgo y por el miedo que se acumulaba a sus espaldas. Corriendo, se resbaló por las escaleras y las bajó de bruces hasta que se encontró estirada sobre el vientre, con cristales rotos, mariposas secas y niños asustados ante ella. Más una sangrante herida en el labio. La herida que se convirtió en la pequeña cicatriz que añade una gota de misterio a las proporciones harmónicas de su cara.

Irma se inventaba una historia nueva para cada chico que le preguntaba sobre la cicatriz. Sólo hubo que nunca le preguntó y de él se enamoró. Un actor desconocido de teatro y cine que conoció en la época en la que trabajaba como relaciones públicas en el “rincón internacional”, un restaurante exclusivo al que se podía acceder únicamente en barco. Su personalidad hipnótica, unida a un cuerpo esbelto, siempre ha enamorado con facilidad y en el “rincón internacional” Irma se convertía cada noche en la reina de la fiesta, cuando después de cerrar los trabajadores se quedaban a celebrar la vida con el dueño y sus amigos.
Así conoció a Román. Los dos se quedaron hablando en una de las mesas hasta que se marcharon casi todos; él se despidió e Irma se quedó con la obsesión de volverle a ver.

Unas semanas más tarde la casualidad hizo que Irma lo viera entrando en una librería y en ese momento supo que nada los volvería a separar. Se dirigió a él y esa misma tarde se acostaron. Después Román la siguió ignorando. Ante la insistencia de Irma, se veían, pero él parecía hacerle un favor. Compartía con Irma sus aventuras con otras mujeres, hasta le hablaba de algún enamoramiento e Irma le apoyaba siempre, convencida que un día u otro el actor se daría cuenta de que la mujer de su vida no era otra más que ella.

Siguiéndolo a él, comenzó a rondar el mundo del cine. Primero acompañando a Román, después por su cuenta. Empezó ayudando en lo que podía para algunos rodajes y apareció al poco tiempo en su primera película, como invitada en una gala de honor. Después fue secuestrada por un atracador de bancos, bailarina en el coro de un musical o mujer que pide fuego al detective.
Por sus condiciones físicas, más de una vez le ofrecieron el papel de victima de asesinos psicópatas o sobrenaturales que la sorprendían antes de meterse en la cama en ropa interior o la perseguían entre ramas de árboles en las que se iban rasgando sus ropas. Nada serio, se lo pasaba bien mientras esperaba interesar a Román, que seguía pasando por su vida intermitentemente.

Rodando en el desierto una película fantástica de guerreros, con muchos extras con lanzas y cascos de plástico en forma de calaveras, el coche en el que volvían ella y dos miembros más del equipo volcó por la inoportuna visión de algún animal nocturno sobre la carretera, que bien pudo haber sido imaginación del intoxicado conductor.
Se encontró a sí misma dolorida, colgada del cinturón de seguridad, con la cabeza apuntando hacia la tierra. Sus compañeros de viaje mantenían un silencio mortal.
Se arrastró hacia un lado de la carretera y se sentó, rodeada por el desierto nocturno. Quieta, el armazón del coche mudo a su lado, la tierra se expandía 360 grados hacia el horizonte, cubierta por puntos de luz celestes que parpadeaban al ritmo que marcaban los grillos, como luciérnagas que la llamaban y le mostraban el camino hacia el espacio.
Cuando se despertó en el hospital se encontró junto a su cama a Raúl Moradas, el productor, enamorado de ella desde hacía tiempo según se decía.
De los meses siguientes al accidente Irma recuerda la paciencia de Raúl y su chalet. Los amaneceres vistos desde su piscina y las sesiones de meditación con una de sus amigas.
Cuando Irma abrazó a Raúl una tarde, inundada por una sensación infinita de agradecimiento, reconoció dentro de él un silencioso sufrimiento. No quiso abusar más de un amor que no podría corresponder y se fue del lugar inmediatamente. Pasó a vivir y a trabajar con una vieja amiga que llevaba un herbolario.

En los años que siguieron profundizó mucho en el estudio de la nutrición y se entregó a su afición por la danza en varias academias de la ciudad. Esta fue la época más tranquila de su vida, incluso aburrida. Se sentía sola y adoptó a un perro que encontró herido en la calle. Le gustaba pasear con él sobretodo por la tarde, porque a se hora escuchaba unas melodías bellísimas de trompeta que sonaban desde alguna ventana del barrio.
A raíz de un comentario a hizo sobre su perro, Irma conoció al vecino que la hacía soñar con su música y se convirtieron en pareja.

Desde su felicidad, se les ocurrió a los dos la idea de combinar la música y la danza para organizar talleres de lo que llamaron “danza liberación”, una combinación de espiritualidad y autoayuda a través de la danza, con la que se ganaron el sueldo hasta que llegó la época más traumática de la vida de Irma, hace siete años.
Su novio murió de un cáncer fulminante en el hígado, al mismo tiempo que el dueño del “rincón internacional” moría soltero y se acordaba precisamente de Irma en el momento de hacer el testamento. Confundida, rota emocionalmente y liberada de cualquier preocupación económica, Irma salió de viaje sin rumbo, del que recuerda hoy más el traqueteo rítmico del tren que no el paisaje.
Cuando emergió de sí misma por primera vez, estaba paseando e imaginando ángeles que la rodeaban. Los ángeles se dispersaron y la dejaron inmersa en la niebla espesa de un pueblo de la costa al que no sabía por qué razón había llegado. Se lo tomó como una señal y decidió mudarse al lugar. Compró un piso modesto en el pueblo y otro en la ciudad, con el alquiler del cual pensaba vivir.

En el pueblo, cada día le parecía un domingo de resaca. A veces paseaba, contemplaba el mar haciendo gárgaras entre rocas erosionadas y se quedaba muchas horas en casa sin hacer nada. Se fundía con el mobiliario, como cuando era niña, tardes enteras, hasta que un sobresaltó intenso la hizo reaccionar. Sentada en el sillón sin pensar, como otras muchas veces, se sintió de repente caer por un portal de humo hacia otra Irma. Como si su cuerpo se hubiera transformado en bruma y su alma se cayera por a él hacia dentro para despertarse de nuevo, pero diferente.
Se sintió llenándose de energía poco a poco y comenzó a expresar sus nuevas fuerzas saludando a sus vecinas e involucrándose más y más en su vida. Cuando le preguntaron, respondió por un capricho que se ganaba la vida haciendo de adivina. Así empezó a dar a gente de todo el pueblo consejos, explicados a partir del pozo que dejaba su café en la taza pero basados en la intuición y experiencia de Irma. Hoy en día conoce las intimidades secretas de cientos de sus vecinos y se ha convertido en una figura imprescindible de su nueva comunidad.

Ana María y Jose Luís

Esta es la cuarta parte del relato. Es la biografía de los padres del chico que aparecerá en la primera, cuando la escriba. Para este escrito les hice una tirada de tarot a los dos padres como pareja. Está basado en una mezcla muy agradable y “soleada” que hice hace mucho tiempo, para contrastar con la relativa oscuridad de la música que usé para los otros dos relatos. Esta vez ya tenía más elementos a tener en cuenta, basados en la biografía de Irma y la historia del pueblo.
A continuación voy a escribir la primera parte del relato, para la que ya escribí el esquema a partir de la mezcla que supone que tenía que contrastar con el “ensayo heavy metal”. Sólo tendré que adaptar el esquema a los elementos que han aparecido en las siguientes partes del relato. Me gusta mucho esta manera de escribir, en la que el azar baraja los elementos que van apareciendo en los relatos. Tiene la ventaja de que yo mismo me sorprendo de las direcciones que toma el relato y de que el resultado me parece algo menos predecible y analizable. Los elementos no tienen una significación simbólica basada en mi visión de la vida, sino que me sobrepasan y por tanto pueden interesar más al lector. Espero ir desarrollando cada vez más el papel del azar en la escritura.

La mezcla:

http://www.mediafire.com/?qcc38p2eoov0mar

4. Ana María y Jose Luís

Ana María y Jose Luís son el matrimonio que vive al final de la calle Jiménez del Pilar, cerca de las barquitas de puerto antiguo. Él trabaja como neurólogo en Arbús y ella María en la piscifactoría. Tienen un hijo adolescente, Ángel, que estudia en el instituto del pueblo.
Cada maña, prácticamente al amanecer, los dos corren juntos hasta el mar, contemplan las olas y vuelven a casa para estirar. Después hacen una media hora de gimnasia en su comedor. No les falta espacio, tienen un chalet de dos pisos en propiedad.
Cuando se conocieron, Jose Luís formaba parte del equipo de investigadores del centro CEAS. Jose Luís es originario de la capital, donde se doctoró con el neurólogo Javier Salinas, con quien participó en los primeros proyectos de investigación de frecuencias cerebrales que financiaron las fuerzas armadas. Fue reclutado para el proyecto de investigación secreta Comunicación y Espionaje Animal Submarino, con el objetivo de desarrollar un nivel de comunicación suficientemente específico y articulado con mamíferos acuáticos, para emplear su asistencia operaciones submarinas de de los servicios de inteligencia.
Así llegó Jose Luís a las costas de Torán, donde como neurólogo, se incorporó al equipo del complejo CEAS en una fase avanzada del proyecto, en la que se ensayó el desarrollo de una comunicación telepática entre computadoras y delfines manipulados genéticamente.

Ana María, en cambio, es originaria de Torán. Cursó los estudios de Biología en Arbús y decidió aplicar por un puesto vacante como supervisora en la piscifactoría de su pueblo natal. La libertad y el anonimato del día a día en Arbús le gustaban, pero añoraba su familia y los paseos entre las ruinas del bosque.
En una de sus visitas familiares, cuando aún vivía en Arbús, Ana María conoció en el trayecto de vuelta a un hombre que viajaba en el mismo tren para pasar su día libre en la ciudad. Se llamaba Jose Luís y aunque llevaba ya cuatro meses trabajando en Torán aún no había visitado Arbús.
Ana María lo acompañó hasta el centro, donde disfrutaron de dos horas juntos y se despidieron a la fuerza, con un adiós compacto que reprimía las ganas que tenían los dos de abrazarse. Cuando se instaló de nuevo a Torán Ana María no tardó en llamar al número de Jose Luís y pasaron rápidamente a consumar la fascinación febril que nació aquella tarde.

Se veían mucho, pero en secreto. Las relaciones entre el pueblo y los investigadores de CEAS no eran buenas. La gente de Torán recelaba del equipo de investigadores, la alta antena de que habían construido cerca de la playa despertaba un odio que toda la población compartía sin tener la necesidad de argumentar; que la antena era una ofensa a la vida de los pobladores de Torán parecía un hecho tan categórico que no hacia falta explicar por qué. Comenzaron a correr rumores sobre científicos acechando en los bosques de las ruinas de Során, donde secuestraban a niños o violaban a las jóvenes.
Jose Luís se reía cuando comparaba estos rumores con el carácter estructurado e intelectual de sus compañeros, pero se mostraba seriamente interesado cuando Ana María le hablaba de miedos más abstractos que había sentido paseando por sus rutas favoritas entre la espesura. Sensaciones huidizas de confusión y pérdida o de extrañeza, que nunca había sentido en el lugar, la envolvían desde que había vuelto a Torán. Además Jose Luís se interesaba mucho por sus sueños, sobretodo los que tenían que ver con el mar.
Un domingo de Agosto, decidieron ir juntos al bosque, a pesar de los temores de ella. Ana María no había vuelto a disfrutar del lugar desde su regreso de Arbús, pero la ilusión de Jose Luís la animó a enseñarle lo que tanto había significado para ella en su adolescencia.
Conducían lentamente por el camino forestal cuando Ana María, por la ventana del coche, vio pasar en dirección contraria una niña montada en bicicleta, que le pareció ella misma volviendo desde el bosque. Pudo reconocer su bicicleta y uno de sus vestidos, así como su cara redonda y su postura corporal. En un ataque de pánico exigió a Jose Luís que detuviera el coche y cuando le explicó lo que había visto se sintió ridícula y supersticiosa, pero él la escuchaba con mucha atención.
El cielo reventó en una tormenta de verano mientras aún se abrazaban y una casacada de lluvia cubrió el coche. Jose Luís tuvo la idea de conducir fuera del camino, entre los árboles. Abrieron las ventanillas y pasaron juntos la tarde que selló su futuro matrimonio, según dicen los dos. Jose Luís recuerda sobretodo el aire fresco que entraba por las ventanas, el agua que salpicaba su piel y resbalaba por sus brazos combinado con el calor del cuerpo de Ana María. Ella recuerda la seguridad que sintió cuando Jose Luís respetó sus miedos irracionales sin dudar, la confianza que demostró hacia su criterio.
Más adelante Ana María entendería que Jose Luís y otros científicos de CEAS estaban interesados y preocupados por algunos de los rumores que corrían en Torán porque sospechaban que población humana estaba siendo afectada por la antena que habían construido para potenciar la conexión telepática con delfines que alejados hacia aguas profundas. Nunca llegaron a conseguir permiso para investigar la cuestión, pero estaban preocupados por rumores de una epidemia de sueños de viajes subacuáticos entre la población de Torán y entre los científicos del complejo corrían varias teorías especulativas sobre la relación entre la antena de transmisión telepática y los síntomas paranoicos y esquizofrénicos que la población de Torán sufría en las cercanías del llamado “bosque de las ruinas”.

Providencialmente, Jose Luís y Ana María se encontraban juntos de vacaciones cuando estallaron los disturbios. Mintieron por separado a sus compañeros y familiares sobre el destino de sus vacaciones para pasar en secreto una semana de crucero juntos.
Supieron de los disturbios durante el crucero y estirados sobre la cama de su camarote, dominado por el color vino de las cortinas, decidieron que al volver Jose Luís se quedaría en el apartamento de una amiga de Ana María en Arbús.
Cuando se cerró el centro Jose Luís ya estaba ingresando en un proyecto de investigación para la universidad de Arbús sobre el efecto del sonido del canto de las ballenas sobre el desarrollo neuronal de anélidos.
Ana María pudo presentar a Jose Luís a sus padres, sin delatar su pasado como investigador del complejo CEAS y poco después empezaron a vivir juntos en Torán.
En 1990 nació Ángel, que de bebé tenía un olor que Ana María le recordaba el bizcocho de frutas. Les gusta mucho ir juntos al mar y Ángel se ha convertido en un nadador excelente.
Desde hace dos años Jose Luís y Ana María salen a correr juntos por la mañana. Sobretodo les gusta llegar a la playa pronto y que Jose Luís pueda abrazar a Ana María por detrás, sentir su cuerpo apretarse entre sus brazos, oler la brisa marina que los roza y sentirse los dos amantes que siempre han sido.

la visión de ángel

Por fin puedo colgar la primera parte de la historia que se ha ido formando retrospectivamente. Esta primera parte está basada en la música que escuché despues del "ensayo heavy metal". Quería probar con algo opuesto, una música muy calmante. La mezcla que cuelgo es muy bonita, recomiendo escucharla y cuando la escuché salieron las líneas generales del texto que cuelgo ahora. Ésta es la primera parte de un texto de 4. Las cuatro están colgadas aquí pero voy a colgar más adelante un archivo de word con las cuatro partes unidas y algunas correcciones.
A partir de ahora voy a empezar a colgar en partes una novela en la que llevo tiempo trabajando, sobre la que aplicaré los mismos juegos de música, tarot, dados y lo que vaya apareciendo.

la mezcla:
http://www.mediafire.com/?3o9y3g7lmcg2s8d


Un pequeño tren de vapor, humareda que se aleja entre los pinos. Nubes pesadas se arrastran por el cielo. Llovizna. ¿Preludio de tormenta o falso aviso? Me pregunto si los bosques que me rodean esconden lobos. Más lluvia. En la habitación, matices azulados de mi conocido escritorio delineándose desde la oscuridad. Otra vez el mismo sueño.
Me estiro sobre la espalda, ojos abiertos hacia el techo. El rumor del mar llega a mi ventana sobrevolando el silencio del pueblo. Imagino botes de metal gigantes meciéndose sobre el agua como cáscaras de cacahuete y monstruos dormidos en las profundidades. Después, el viaje continúa. Caballos escapándose por estrechos callejones; galopando sobre adoquines. Agua de lluvia baja por la acera y el tren sigue trotando entre pinos destripados por energía divina, reventados por rayos de tormenta. Cada noche el mismo sueño.

Mi madre insiste en que le cuente lo que sueño a Irma pero me da miedo. Irma me pone incómodo últimamente. Antes no me importaba, cuando era pequeño, pero ahora, cuando Irma viene a leer en el café de mi madre, pierdo la tranquilidad. Me quedo en mi habitación, obsesionado con la idea de que Irma está abajo y espero a que se vaya antes de bajar a la cocina o al comedor.
Pero, horror, mi madre me llama. ¡Quiere que baje, e Irma todavía no se ha ido! Está aquí, sentada en nuestra cocina y mamá se va. Nos deja solos para que le cuente a Irma sobre los sueños que tengo.

Compartiendo mesa con una mujer que llevo tanto tiempo evitando. Después de haberla espiado en el supermercado o de haberme masturbado pensando en ella, oler la fragancia de su cuerpo me parece excesivamente real, ahora que estoy tan cerca de ella.

El viaje es una constante, me responde cuando le cuento sobre mis sueños. La quietud es una ilusión. Aunque te parezca estar parado, incluso sentado, sigues avanzando.
El cuerpo crece, se descompone y evoluciona, reflexiono abstraído. Respiramos vida y la muerte se nos escapa por los poros.
Me siento hechizado por sus palabras. Dice que el tren con el que sueño avanza hacia el fondo de mi imaginación y se aleja por mi conexión con el infinito. Allí donde me descompongo y vuelvo a emanar.
El tren desaparece hacia el lugar donde mi alma se conecta con Dios. Las figuras que construye mi imaginación se disuelven en un horizonte indefinible e inagotable, que es en realidad el lugar mismo del que han salido. Cuando tengo estos sueños de viajes estoy observando el infinito, pero como el infinito no se puede ver, porque cambia y evoluciona sin parar, lo que veo son mis fantasías dispersándose. Contemplar las formas que construye mi mente desaparecer en una distancia difusa, es lo más cerca que puedo estar de observar el infinito.

Eso es lo que pasa en mis sueños, dice Irma. Sus manos sobre la superficie de madera de la mesa. Dedos largos y finos, camisa de lino blanca, pelo negro con algunos mechones rebeldes que saltan lejos de la pinza que los recoge. Más los ojos. La mirada de Irma. Dos párpados que se abren, una revolución mundial.
Dos ojos seguros, grandes y salvajes que avergüenzan, liberan y desbocan. Que me vuelven loco. Una mirada que lo es todo – lo demás es descanso post coital, descanso post visión.
Delante de Irma entiendo por primera vez el significado de la palabra visión. La visión mística, medieval, incomprensible de la que hemos hablado en clase de lengua o literatura o historia. De repente comprendo, porque lo estoy viviendo, delante de mi vecina.
La visión no es la tuya. Una visión es cuando tú eres visto, cuando sientes que te ha visto, algo. Cuando de repente yo soy el objeto y me veo, ante otra mirada. Todo se replantea. El mar, el líquido que me compone, las rocas erosionadas por el agua. Irma y el significado de la atracción sexual.