domingo, 21 de febrero de 2010

japón psicodélico

Después de escribir la entrada “invierno”, me quedé con la sensación de que la idea que tenía del texto antes de escribirlo, con la imagen de San Miguel por el medio y el invierno como tema, me había influido demasiado a la hora de escribir.
Me puse a darle vueltas a la idea de poder aprovechar más las sensaciones producidas por la música, antes de dejarme influenciar por el marco de la historia a la hora de escribir. Con marco quiero decir argumento y el espacio de la acción.
En consecuencia, el siguiente experimentó que se me ocurrió fue escribir basándome en una mezcla de música japonesa moderna pero muy influenciada por la música noh. Es un tipo de música que evoca fácilmente imágenes de cerezos en flor, estampados en quimonos y otros clichés japoneses, contra las cuales me he forzado a luchar. La idea es escribir imágenes que la música me evoque, que no sean japonesas. Escribirlo todo, menos aquello que tenga algo de japonés, para forzar la originalidad del texto, y buscar a ver qué sale de este plano más alejado que queda detrás de los clichés.

La mezcla es muy recomendable:

http://www.mediafire.com/?jmqumznzhjd

y el texto resultante es el siguiente:

· · ·

Hacia el oeste, una carretera se dispara por el desierto hasta clavarse en un grumo de palmeras. El cielo, arrogante, arde con los brazos abiertos. Descarga su peso sobre dos pájaros diminutos que intentan ganar altura. Sobre la mesa, una Coca-Cola despide sus burbujas en libertad y el tiempo se entretiene pinzando el infinito.
Eso es todo.
Faltan alucinaciones, nubes de fuego y visiones proféticas, victoria y comprensión absoluta. Todo eso no hay. Pero hay una mesilla de plástico aguantando un refresco que pierde burbujas, un par de palmeras en el horizonte y una carretera que sólo transita el polvo.
El sol tortuguea por su circuito habitual. La Coca Cola se calienta y se transforma en jarabe de azúcar. La vida sigue siendo lo mismo: vida; el tiempo sigue siendo tiempo y éste lugar, una estación de servicio en el desierto.

No hay mucho que hacer por aquí. Durante el día bebo Coca Colas y cuando baja el sol, subo a la colina y veo como la carretera continúa más allá de las palmeras. Allí arriba espero hasta que se apague en el horizonte el último tono rojo y recuerdo los tiempos en los que aún se podían ver nubes navegar por el cielo. Cambiaban de forma y difuminaban sus colores pálidos en el fondo celeste, hasta desparecer de vista. Cada miércoles o cada martes o incluso los domingos, no me acuerdo. Hace mucho que no pasa ninguna nube.

Mientras a la compañía le interese mantener ésta filial, no me moveré de aquí. Las provisiones llegan regularmente y el trabajo es muy fácil. Prefiero esto a sufrir estrés.
Tengo todo el espacio que quiero para desarrollar mis pensamientos y si quiero sensaciones un poco más fuertes, bailo desnudo detrás de la estación. Cierro los ojos y me concentro en las voces apagadas que flotan entre la tierra y el aire, hasta reconocer en su ritmo alguna matriz que pueda seguir. Balanceo primero las manos, suavemente, y dejo que el movimiento me acabe poseyendo por inercia.
Si tuviera que desear una sola cosa, sería tal vez un perrito saltarín y cariñoso, con el que pueda pasear bajo las estrellas. Yo y los perros nos entendemos. Con quien tengo problemas es con los humanos.

Hubo una mañana en la que pasó por aquí una mujer. Yo quería decir algo, pero no sabía qué. Le llené el tanque en silencio, mientras observaba el reflejo aguado de su melena en los cristales de su coche.
El color de sus ojos, cuando me sorprendió su mirada, me pareció como la orilla de un lago, donde yo me mantenía de pié mientras mis barcas partían hacia el templo oscuro de sus pupilas. El lugar sagrado y prohibido. El origen de la locura despertando en mi interior como una chispa dentro de una bombona de butano. Una explosión en el corazón, bombeando sangre en ebullición hacia la carne. Tensando los músculos alrededor de mi esqueleto. Cerrando mi puño sobre las sábanas como un muñón, cada madrugada a partir de aquel día, recordando su visita.
Paso cada solitario amanecer observando los reflejos rotos del espejo polvoriento que cuelga en el baño. Minúsculos puntos de luz tiritando sobre la pared que tengo ante los ojos.
El agua que llena la bañera me parece gelatina de medusa cuando mi mano se desliza en su dimensión extranjera. Me gustaría ver en ella el reflejo de su melena ahora. Me gustaría poderme postrar ante la goma que recogía el pelo de aquella mujer. O ante su blusa... si solamente no lo hubiera quemado todo... aquel día. Cuando vi, desde la colina, como aparcaba su coche cerca de los árboles del oasis. Cerca del grumo de palmeras. Mis dedos como un puñado de garfios clavados en la arena, sedientos hasta la locura de su mirada. Las entrañas ardiendo de deseo y los pectorales tensados.
Después, una inyección del sabor de mi desesperación disolviéndose en el cielo y el miedo de ella, cuando descubre mi visita en el oasis. En el oasis de mi horizonte, que ella había invadido.
Mi frustración, nuestra falta de comunicación y su vida que se derrama, secándose, absorbida por la arena.

Desde entonces, paso horas sentado en la bañera. Mi alma volando sobre el paisaje que rodea la gasolinera. Planeando sobre las formas memorizadas de sus colinas, como un halcón cansado cabalgando una corriente de aire con las alas estiradas.
Por la noche sigo con el dedo la dirección de la vía láctea, sintiéndome estúpido y feliz a la vez. Combinando en mi cabeza recuerdos punzantes con pensamientos dulces. Saboreando el gusto sincero de la tierra. Sintiendo las corrientes que se despiertan en mi entrepierna, para moverse hacia la base de mi columna y de allí hacia mi pelvis. Desatándose en forma de tormenta en dirección ascendente. Concentrándose en mis pezones y sobacos. Envolviendo mis hombros, enraizándose en mis bíceps y entretejiéndose dentro de mis brazos. Dirigiendo su energía hacia mis uñas. Chispeando más allá de mí, hacia el lugar desconocido. Allí donde no me veo ni me encuentro. Allí donde soy otra cosa. Donde se encuentra lo que es yo, en parte, pero a la vez mucho más.

¡Fuego! ¡vida! ¡libertad! - Aquí está todo lo que vine a buscar en esta gasolinera alejada.

¡Es hora de quemar el lugar!

martes, 16 de febrero de 2010

Leo El Ruso

Esta entrada es un poco diferente, pero entra dentro del concepto de este blog. El siguiente es un párrafo que escribí inspirándome en unas poesías hiphop que me mandó una persona con quien mantengo una amistad muy intermitente, pero que yo no dejo de considerar amistad.
El párrafo que me inspiraron sus canciones me parece interesante porque me parece reconocer en él un ritmo de escritura al que yo no estoy habituado, influenciado indirectamente por los ritmos de las bases del hiphop, a través de los textos que me mandó.
Lo que cuelgo esta vez es el link a una de las canciones que me inspiraron el párrafo de abajo, rapeada y por escrito. Una canción que salió en un disco excelente que podéis escuchar en la misma página:

http://theisolitics.bandcamp.com/track/8-no-siempre-con-ruso-miura-y-atika



¿Quién es?
Lo ves caminando por el paseo, pantalones anchos, cd portátil en la palma de la mano aguantado bien recto, para que no salte ninguna canción. Escucha atento a su mundo interior, su cara una máscara imperturbable.
Dicen que viene de Rusia, creció en azotado por los vientos escarchados de Siberia. ¿Pero no es negro? Bueno, moreno.
¿Qué piensa?
Quien sabe, parece preocupado. A lo mejor busca algo más elevado, dicen que va todo el día fumado. A lo mejor reflexiona sobre su pasado.
Dicen que es un rapero. El vecino de mi primo dice que le vió una vez sobre un escenario en Granollers. Dicen que lo vieron pintando unas paredes en Mollet. ¡Es un vándalo!. Pero dicen que sabe mucho, que lee y escribe poemas. La novia del Marcos dice que fue con él a clase y al tío le iba mucho la filosofía. Que se veía que escuchaba y después de clase se quedaba sentado en el pupitre, pensando. Pero si le preguntabas te respondía cualquier cosa.
Hace un par de años trabajé con el en la MATTA y lo veía muchas veces en la otra punta de la fábrica, con cara de enfadado. Vete a saber, a lo mejor la vida lo ha maltratado.
Nunca hablé con él pero con el Guti coincidieron en la cantina a la hora de comer y se ve que se quejaba de que la fabrica era capitalista. ¿Es comunista? No se, pero a veces lo ves caminando con sus cascos y parece que va tramando algo grande.
¿No será terrorista? No se, el Roca dice que algún que otro porro se ha fumado con él en el parque y parece una persona muy tranquila. Además se enrolla y le invita cuando no tiene.
Sí, lo he visto muchas veces con los dominicanos. ¿Pero no es ruso? A lo mejor son sólo rumores... Bueno, rusos tampoco hay muchos por aquí, ¿pero por qué se juntará con los dominicanos? Vaya misterio el tío ese... ¿como se llama?

jueves, 11 de febrero de 2010

invierno

Antes de que termine el invierno he querido aprovechar y colgar un texto relacionado con una mezcla que hice el pasado diciembre. Lo que he hecho esta vez es escuchar la mezcla de principio a fin paseando, para inspirarme con el paisaje invernal de Barcelona y sentarme al final del paseo en un bar de la playa, volver a escuchar la mezcla de principio a fin y escribir automáticamente todo lo que me viniese a la cabeza. Lo que me impresionó mucho durante el paseo fue la visión de la estatua de San Miguel en la fachada de la iglesia de San Miguel Pescador, del barrio de la Barceloneta. La música terminó allí, y me quedé tan pasmado ante la estatua, que decidí hacer una pequeña investigación después de escribir automáticamente y unir las imágenes invernales que me saliesen a leyendas populares sobre San Miguel, para tener un hilo argumental. El texto que cuelgo es una mezcla de varias leyendas de San Miguel, deformadas y mezcladas en el relato de una fría tarde invernal.

La mezcla se baja copiando y pegando lo siguiente como dirección:

http://www.mediafire.com/?mczmz1zz2yn

una vez lleguéis a la página le dáis a “click here to start downloading”.


INVIERNO

Oscurece pronto. Al mediodía el sol ya está fatigado; avisa de que hoy se irá a dormir pronto y acaricia sin fuerza la ropa tendida, que se tarda demasiado en secar.
La habitación, iluminada por el calor eléctrico de una estufa de rebajas, tiene los cristales de la ventana empañados. Él está sentado en la cama, despierto, solo, tapado hasta la cintura.
Tras las discusiones de otoño, las parejas que han sobrevivido se acercan uno al otro bajo las sábanas, protegiéndose del frío. En su caso, para calentarse los dedos de las manos, enciende el último porro de marihuana seca y se termina un sorbo de vino barato que sobró de ayer.
Su relación no sobrevivió al otoño.

Se ha dormido junto al portátil, que durante la noche ha terminado de bajar la quinta edición del juego “Creative Warriors”. Es el momento de probarlo.
Se acuerda, mientras se completa la instalación automática, de la primera versión del juego. El Creative Warriors 1, en la maquina recreativa pintada de azul marino y amarillo, con el dibujo del luchador protagonista lanzando una patada al aire en el lateral del aparato. En los tiempos de las “salas de máquinas”, aquellas utopías de delincuencia y luces electrónicas que en el siglo XXI han sido raptadas hacia las casas particulares.
Antes los arcades eran encuentros de música electrónica primitiva y juegos de manos cristalizados en pantallas de cuadrados multicolores, con una delincuencia de carne y hueso, y humo de tabaco y peligro de peleas y dolores físicos así como placeres narcóticos. Eran lugares físicos a los que uno tenía que ir en persona, en esqueleto y órganos. Ahora el espacio privado ha raptado a los videojuegos del encuentro social con sudor y olor a saliva seca y telas sintéticas impregnadas de humo de tabaco. Ahora el encuentro social es lingüístico y la delincuencia que rodea el videojuego se ha vuelto electrónica. Tráfico ilegal de programas informáticos y películas. Algunas imágenes prohibidas y poco más.

El juego ya se ha instalado. Esta versión ha mejorado mucho la opción de creación de luchador. Elige escamas, color granate oscuro, garras y colmillos. Sólo le falta un nombre: Iván; como aquel pelirrojo, habitual de la sala de maquinas donde jugó al primer Creative Warriors. El personaje que ha creado le recuerda al dragón que Iván llevaba tatuado en el brazo. ¿Que habrá sido de él?

El ordenador elige un paisaje de forma aleatoria, la cumbre rocosa de una colina, encima de algún mar, ante las ruinas de un templo de arquitectura irreconocible. Se conecta otro jugador para luchar contra él: S.Miguel.
Con tantas opciones para elegir, es imposible predecir la apariencia de su siguiente contrincante. Lo que aparece en el escenario es una estatua formidable. Un enorme ángel, espada en mano, de mirada severa y una hinchada musculatura, cubierta con una armadura greco-romana. Toda la figura de un mismo color gris.
Iván ataca con los colmillos y lanza zarpazos que topan inútilmente con el escudo marmóreo del ángel, que se cubre a tiempo, para expandir el torso en el momento adecuado y despachar tajo tras tajo en las escamas de Iván, hasta que finalmente lo hace caer. La partida termina con un primer plano de la sandalia petrificada de S.Miguel pisando el cuello del monstruo derrotado. La imagen sube por la pierna musculada del ángel hasta la expresión rigurosa de su cara, a la que se sobrepone en las pantalla la frase en inglés: “Iván lose!”

Iván: hablas español?- Iván manda un mensaje al jugador que lo acaba de vencer, en la opción de chat que incorporó el juego en su cuarta versión.
S.Miguel: lo que tú quieras.
Iván: ¿qué significa S.Miguel?
S.Miguel: el que es como Diós
Iván: vaya, ¿sabes que estás en la habitación de novatos no?
S.Miguel: novatos o expertos, todos acaban perdiendo ante S.Miguel.
Iván: lo que sea, pero a mí no me preces muy novato
S.Miguel: todos somos novatos en la vida
S.Miguel: a veces te sorprende quien menos te esperas
S.Miguel: y tú disfrazado de dragón, acabas con la cabeza pisada como una serpiente.
Iván: ¿qué dices?
S.Miguel: piso tu columna vertebral mágica, del útero al cielo y de vuelta en forma de lluvia
S.Miguel: pisado por el ángel de piedra

Iván se desconecta del chat. No está de humor para listillos. Si estuviera en la ciudad llamaría al Costa, pero Costa está huyendo del invierno en algún paraíso turístico del trópico Sur-Asiático. Y el resto de sus amigos han aprovechado el puente para escapar todos a ciudades más frías. Ya que estamos en invierno, que sea uno real por lo menos. Con nieve, café con ron, luces de navidad como Dios manda y sexo bueno en habitaciones de hotel que no escatiman en calefacción. Lencería blanca acariciada por luz de cobre a tempranas horas de la tarde y tras la ventana, un cielo negro como el carbón abrumando los tejados blancos.
Si Inés no le hubiera dejado, tal vez estarían ellos también disfrutando de un baño caliente en alguna habitación de hotel, brindando en la bañera con botellitas del minibar.
Tendría que haber visto las señales a tiempo. Ella ya llevaba mucho tiempo quejándose, antes de desaparecer. Pero se quejaba de tantas cosas... que ahora ya no es capaz de ordenar todos sus discursos para resumir de manera ordenada lo que realmente le molestaba. Lo único que sabe es que ella un día se fue.
Asomado a la ventana, ve un gorro de lana que vuela arremolinado por la acera. Nadie corre detrás. Su balcón está recogiendo polvo, abandonado como está hasta la próxima primavera. No vale la pena salir fuera si no es para buscar algo. Con un tiempo así cada salida y entrada requiere una compleja preparación. Abrigo, bufanda, calcetines gordos, calzoncillos de lana (depende de quién) y capas y más capas. Todo un proyecto.
James debe estar escondiendo las manos en el segundo jersey, el que es suficientemente largo como para cubrirlas. Ya debe estar en su esquina a estas horas. ¿Por qué no hacerle una visita?
Ya hace rato que se ha fumado lo último que le quedaba, y no tiene ganas de quedar con alguien por teléfono. En un día así lo más fácil es bajar a ver a James en la esquina de al lado. Lo que le vendió la última vez tenía una calidad bastante satisfactoria.

Encogido dentro de su chaqueta verde, amarilla y rojo, James es todo un profesional; no deja de guardar su esquina ni siquiera bajo un clima tan inclemente.
-¿No tienes frío James?
-¡Yo nunca tengo frío tío! Cuando vivía en mi isla habían mañanas en las que salía a trabajar en camiseta corta cuando las plantas estaban aún heladas.
-¿Tanto frío hacía en tu isla?
-En San Miguel hace más frío que aquí.
-¿San Miguel? ¿Donde queda eso?
-Tras el mar, no muy lejos... hay días que me acerco a la playa y escucho las campanadas de la iglesia tras las olas. San Miguel tiene una iglesia muy bonita.
-¡Como vas a escuchar las campanadas desde aquí James! ¿No estarás imaginando cosas?
-Te digo yo que sí tío.

Y yendo al grano:
-Ahora no tengo nada aún, estoy esperando. Si vienes en una o dos horas te digo, amigo.

Vaya. James está esperando a su proveedor. Conociendo estos procederes, una hora pueden ser cinco o seis. Más vale terminar esta odisea tirando para el colmado que hay delante de la playa, es lo único que debe estar abierto este domingo. Un par de cervezas servirán para pasar la tarde jugando al “creative warriors”.
El paseo de 5 minutos parece toda una travesía en una tarde tan lúgubre. La oscuridad es imponente.
Las luces anaranjadas tras los cristales de las ventanas cerradas parecen faros de puertos lejanos que pasan de largo, mientras soplos gélidos de Dios juegan a perseguirse entre las callejuelas del puerto.
¿En qué estaría pensando James cuando le decía lo de las campanadas? James es africano, si realmente viene de una isla ésta tiene que quedar muy lejos de aquí. Vaya día que lleva, entre S.Miguel y James, y éste frío congelandole la cabeza, lo están atontando entre todos.

Cuando por fin sale al paseo marítimo le impresiona una vez más el mar. El líquido salado lame la arena a ritmo plácido, frío y viscoso. En el horizonte pura negrura. La iluminación pálida del colmado estrecho y saturado de mercancía se aparece como un limbo fluorescente aislado de la realidad, donde su mente flota en paz, con seis cervezas en la mano, hacia el paquistaní apático tras la caja registradora.

-¿Tu que trabajas tan cerca del mar, has oído alguna vez unas campanas sonar tras las olas?
-¡Sí, yo sí escuchado!
-¿Como?
-Yo escucha muchas veces campanas de mar. Pronto mañana y a veces tarde. Pero cuando hay poca gente, sino no escucha. Muy flojo.
-Gracias.

Uno nunca sabe si son los demás los que no entienden bien sus preguntas o es uno mismo el que no entiende las respuestas de los demás. ¿Resulta que se escuchan campanadas desde detrás del mar y él ni siquiera se había enterado? La verdad es que caminando delante del mar, ya no sabe si hace más frío aquí en el ignorado paseo marítimo o en la cama sin Inés, jugando al ordenador.

El parpadeo de una de las farolas hace aparecer y desaparecer uno de los bancos de piedra fría, desde el cual se puede ver la arena apagada de la playa y las vigas de madera del paseo, sobre las cuales aterriza lentamente un papel rosado que ha llegado flotando desde otra parte de la ciudad. Una vez levantado del suelo, resulta ser el volante informativo de un especie de curso de auto-ayuda, de “auto-conocimiento octagoradial” impartido por Miguel Santos.
¿No hablaba Inés mucho del auto-conocimiento octagoradial? Ahora lo recuerda, él estaba en el sexto o séptimo nivel de auto-ignorancia según Inés, y había un tal Miguel del que hablaba mucho en casa, y con mucha admiración. Con el volante en las manos las cosas se vuelven más claras de repente. Inés está saliendo con este profesor.
Si la quiere ir a buscar ésta es la dirección. ¿Pero quiere realmente? ¿Qué importa a estas alturas? Un trago largo de cerveza inyecta en él un chorro de optimismo, justo en el momento en que empiezan a sonar las campanas de la iglesia del barrio. El mar está lleno de peces ¿no? Pasando frío, pero nadando. Justo delante de él, escondidos en la oscuridad; invisibles desde aquí, pero presentes. Están todos aquí delante, en este mismo mar que se extiende ante él como una lona negra. Buceando en las profundidades.

jueves, 4 de febrero de 2010

sexy

Por influencia de la música, el texto anterior salió muy poco lineal. La idea era combinar sucesiones de ideas como si flotaran en el líquido de la mente, lo cual resultó en un texto muy cercano a la escritura automática. Para el siguiente texto he querido hacer algo diferente, y escribir un texto con argumento lineal.
Para ello he elegido una mezcla de canciones que encuentro eróticas, que hice en su día para amenizar los atardeceres de esos días que acaban siendo especiales. La energía sexual me pareció más primordial que la de la música etérea de la mezcla anterior, y más acertada para un texto centrado en experiencias más físicas e inmediatas.
De nuevo, he escrito automáticamente escuchando la mezcla de principio a fin y el resultado ha sido una serie de reflexiones sobre el erotismo que me han llevado a escribir (siempre escuchando la misma mezcla) el texto que posteo a continuación. Como veréis, el texto se va por unos parajes algo sorprendentes, pero a mi parecer no deja de ser erótico, en un sentido amplio de la palabra.

La mezcla se puede bajar en la siguiente dirección:

http://www.mediafire.com/?xxmjazmtzhm

y el texto es el siguiente:

-¡La Sandra sí que tiene un buen culo! !Si no se hubiera emborrachado me enrollaba con ella!
-No paraba de darle a la botella que se trajo el Rúben
- ¿Y después desapareció, no?.
-Se metieron en lavabo con la Cristina y estuvieron toda la fiesta allí metidas.

La tarde tiene todavía mucha fuerza. Desde hace unas semanas, la luz empieza a ganar terreno a las horas oscuras de la tarde, anunciando la llegada de las adoradas vacaciones de verano.

-A mí la que me gusta es la Sonia.
-A la del supermercado también le metería mano.
-¿la de ahora?
-Sí, tenía unas buenas tetas. Le hubiéramos dejado llevarnos a la oficina y nos la follábamos allí.

La trabajadora del supermercado... La verdad es que aunque algo adulta, se le marcaban unas curvas muy atractivas bajo la falda. No podía hacerse una idea clara de lo que sería eso de follar, la idea de quedarse con ella a solas y poder apretar y amasar esas piernas, abrazar su cintura y besar su cuerpo, aun así, vestida, sentir su calor debajo de la blusa...
-Se ha quedado pasmada ¿lo has visto? Va a pensar en mí cuando esté con su novio, te lo digo.
Se ríe. La verdad es que a él también le ha sorprendido mucho la agudeza de su amigo.
Desde que ha vuelto el calor, han cogido la costumbre de pasar cada mediodía después de la escuela por el departamento de música del centro comercial que abrió las pasadas navidades, para robar un par de cd's. Pero hoy una de las trabajadoras, una chica con gafas y pelo rizado largo, no dejaba de seguirlos con la mirada.
Tensos, han tenido que esforzarse más de lo normal para controlar sus movimientos y la respiración; parecer inocentes y simular que estaban realmente pensando en qué cd se querían comprar. Han tenido que perder mucho tiempo mirando las caratulas de los discos, hasta que la chica que los vigilaba se ha despistado y su amigo se ha escondido el nuevo cd de Stiger bajo la camisa. Pero mientras bajaban por las escaleras mecánicas, las del lado de las ventanas que dan al parking exterior, la silueta de la chica de las gafas les estaba esperando abajo, difuminada por la luz concentrada del sol, que siempre baña las escaleras a esta hora. -¡¿Podéis acompañarme?! les ha ordenado, con esa autoridad que tienen los mayores.
Estaban atrapados. El detector iba a pitar en la salida porque aún habían despegado el código de barras del cd y la mujer les estaba llevando fuera. Una asfixiante presión nacida de su pecho se estaba apoderando de su garganta cuando de repente, su amigo se ha sacado el disco de debajo de la camisa, delante de la mujer que los guiaba, y ha dicho que si los echaban no se pensaba comprar ese disco que quería.
-¡Te crees que soy tonta! Dice ella, y los acusa de quererlo robar. Pero su amigo, tranquilo, la mira a los ojos y dice que él no puede haber robado nada porque no ha salido del supermercado, así que no le pueden acusar de nada.

-A tí nunca se te hubiera ocurrido.- Acusa su amigo ahora, cuando ya han rodeado la valla del instituto al que irán el año que viene.
El sol del mediodía quema la ropa tendida sobre los tejados de los edificios pálidos que los rodean.
La verdad es que no se le hubiera ocurrido. Si fuera él el que llevara el cd apretado entre la cintura y el cinturón, hubiera seguido a la mujer paralizado. Como una oveja a su pastor. Hasta que el detector de la salida les dejara en evidencia. No hubiera pensado de la manera que lo hizo su amigo. Tan independiente e intensamente libre. Admira la indomable capacidad de su amigo para pensar de manera original y le duele que refriegue por su cara su superioridad.

-A mí no me hubieran visto.- responde. El golpe más bajo que puede imaginar, para corresponder la ferocidad con la que su amigo le ha ofendido con una provocación que esté a la altura.
El tronco de su amigo se tensa. Le mira serio, erguido. Lo único que rompe el silencio es el traqueteo del tren de cercanías bajo sus pies, bordeando de la colina por la que enfila el camino que están tomando.
-No me extraña que te hubieran viso... -tensión y un segundo donde se va a decidir el desarrollo de la discusión -...con lo lento que eres.
Su propia fragilidad disimulada tras la máscara de la crueldad. Sabe que a su amigo le desagrada no ser muy atlético.
-¿Me estás llamando patoso?- simulación de tono macarra, pero demasiado dolido. Demasiado solemne para sonar convincentemente despreocupado. Huele a confianza rota, condimentada con una excitante sensación de peligro. Caminan al borde de la amistad. Si continúan por ese camino, parece que algo puede cambiar de manera definitiva. ¡Tan excitante de repente! Como decidir entre romper o no el juguete de otro niño. Están descubriendo una frontera que no conocían.
-¡Lento, lento!- con voz de falsete. La exploración de la frontera desconocida continua. Caminando con las piernas separadas, imitando el caminar de los patos. Un sabroso y embriagante cambio de poderes. Ahora su amigo ya no lleva esa sonrisa de suficiencia. Ahora ya no importa que las chicas le hagan más caso. Él es el lento, el humillado.
Ve a su amigo congelado por la sorpresa, aturdido. Seguro que si le pegase ahora mismo no sabría ni cómo reaccionar. Su cara se ha convertido en un mueca ridícula que combina de manera absurda una sonrisa condescendiente con unos ojos suplicantes, de debilidad a carne viva.
Las manos se encuentran con la resistencia del peso de su pecho, que cede ante la fuerza de los brazos, libre. Libre de empujar y mover a su voluntad el cuerpo del amigo que retrocede, se tropieza y cae al suelo levantando una pequeña nube de polvo.
-¡Patoso!- la acusación lacerante demostrada con los hechos. Un puñado de tierra arrancado del suelo con la planta de su zapatilla, disparada contra cara y cuerpo del amigo caído, para acentuar su victoria. Y una dolorosa coz al empeine como respuesta, disparada desde el suelo con mala intención, con rabia verdadera, con odio. No habrá victoria sin batalla. A partir de aquí no hay vuelta atrás, el alma de los dos está en juego. No podrán mirarse más a la cara si no terminan la pelea. Los dos son hombres y tienen que demostrarlo, ante el otro pero ante todo ante sí mismos. Ahora no pueden refugiarse en los miles de sentimientos que están despertando en su interior, como capullos de flor abriéndose a lo llano del campo de su alma. Como un llanto desesperado por haber roto el juguete nuevo, cuando ya es demasiado tarde. Los dos están unidos por la pelea ahora. Se ayudarán a demostrarse mutuamente su masculinidad, entregando todo su cuerpo a la lucha. Deben hacerlo si quieren volverse a mirar a la cara.
Resolución desatada. Fuerza muscular exigida al límite y más allá. Habilidad, suerte y concentración se traducen en un torbellino de manotazos que fallan su objetivo y codos que golpean al azar más dedos que buscan algo blando que apretar. Una mezcla agridulce de libertad y frustración. Una combinación picante de la dicha que produce la actividad física y el abandono del cuerpo a los instintos, con el dolor de la sensación de vacío emocional producida por el alejamiento emocional.
En lo que queda de tarde el cielo soleado tiene un brillo hueco. Sin ningún ganador, la pelea termina con el abandono progresivo de una intensidad, que se toma la tarde entera para difuminarse. Lo que queda es una apatía seca a la hora de cenar, con un regusto amargo antes de dormirse en la cama, pensando en el encuentro obligado al día siguiente.