jueves, 11 de febrero de 2010

invierno

Antes de que termine el invierno he querido aprovechar y colgar un texto relacionado con una mezcla que hice el pasado diciembre. Lo que he hecho esta vez es escuchar la mezcla de principio a fin paseando, para inspirarme con el paisaje invernal de Barcelona y sentarme al final del paseo en un bar de la playa, volver a escuchar la mezcla de principio a fin y escribir automáticamente todo lo que me viniese a la cabeza. Lo que me impresionó mucho durante el paseo fue la visión de la estatua de San Miguel en la fachada de la iglesia de San Miguel Pescador, del barrio de la Barceloneta. La música terminó allí, y me quedé tan pasmado ante la estatua, que decidí hacer una pequeña investigación después de escribir automáticamente y unir las imágenes invernales que me saliesen a leyendas populares sobre San Miguel, para tener un hilo argumental. El texto que cuelgo es una mezcla de varias leyendas de San Miguel, deformadas y mezcladas en el relato de una fría tarde invernal.

La mezcla se baja copiando y pegando lo siguiente como dirección:

http://www.mediafire.com/?mczmz1zz2yn

una vez lleguéis a la página le dáis a “click here to start downloading”.


INVIERNO

Oscurece pronto. Al mediodía el sol ya está fatigado; avisa de que hoy se irá a dormir pronto y acaricia sin fuerza la ropa tendida, que se tarda demasiado en secar.
La habitación, iluminada por el calor eléctrico de una estufa de rebajas, tiene los cristales de la ventana empañados. Él está sentado en la cama, despierto, solo, tapado hasta la cintura.
Tras las discusiones de otoño, las parejas que han sobrevivido se acercan uno al otro bajo las sábanas, protegiéndose del frío. En su caso, para calentarse los dedos de las manos, enciende el último porro de marihuana seca y se termina un sorbo de vino barato que sobró de ayer.
Su relación no sobrevivió al otoño.

Se ha dormido junto al portátil, que durante la noche ha terminado de bajar la quinta edición del juego “Creative Warriors”. Es el momento de probarlo.
Se acuerda, mientras se completa la instalación automática, de la primera versión del juego. El Creative Warriors 1, en la maquina recreativa pintada de azul marino y amarillo, con el dibujo del luchador protagonista lanzando una patada al aire en el lateral del aparato. En los tiempos de las “salas de máquinas”, aquellas utopías de delincuencia y luces electrónicas que en el siglo XXI han sido raptadas hacia las casas particulares.
Antes los arcades eran encuentros de música electrónica primitiva y juegos de manos cristalizados en pantallas de cuadrados multicolores, con una delincuencia de carne y hueso, y humo de tabaco y peligro de peleas y dolores físicos así como placeres narcóticos. Eran lugares físicos a los que uno tenía que ir en persona, en esqueleto y órganos. Ahora el espacio privado ha raptado a los videojuegos del encuentro social con sudor y olor a saliva seca y telas sintéticas impregnadas de humo de tabaco. Ahora el encuentro social es lingüístico y la delincuencia que rodea el videojuego se ha vuelto electrónica. Tráfico ilegal de programas informáticos y películas. Algunas imágenes prohibidas y poco más.

El juego ya se ha instalado. Esta versión ha mejorado mucho la opción de creación de luchador. Elige escamas, color granate oscuro, garras y colmillos. Sólo le falta un nombre: Iván; como aquel pelirrojo, habitual de la sala de maquinas donde jugó al primer Creative Warriors. El personaje que ha creado le recuerda al dragón que Iván llevaba tatuado en el brazo. ¿Que habrá sido de él?

El ordenador elige un paisaje de forma aleatoria, la cumbre rocosa de una colina, encima de algún mar, ante las ruinas de un templo de arquitectura irreconocible. Se conecta otro jugador para luchar contra él: S.Miguel.
Con tantas opciones para elegir, es imposible predecir la apariencia de su siguiente contrincante. Lo que aparece en el escenario es una estatua formidable. Un enorme ángel, espada en mano, de mirada severa y una hinchada musculatura, cubierta con una armadura greco-romana. Toda la figura de un mismo color gris.
Iván ataca con los colmillos y lanza zarpazos que topan inútilmente con el escudo marmóreo del ángel, que se cubre a tiempo, para expandir el torso en el momento adecuado y despachar tajo tras tajo en las escamas de Iván, hasta que finalmente lo hace caer. La partida termina con un primer plano de la sandalia petrificada de S.Miguel pisando el cuello del monstruo derrotado. La imagen sube por la pierna musculada del ángel hasta la expresión rigurosa de su cara, a la que se sobrepone en las pantalla la frase en inglés: “Iván lose!”

Iván: hablas español?- Iván manda un mensaje al jugador que lo acaba de vencer, en la opción de chat que incorporó el juego en su cuarta versión.
S.Miguel: lo que tú quieras.
Iván: ¿qué significa S.Miguel?
S.Miguel: el que es como Diós
Iván: vaya, ¿sabes que estás en la habitación de novatos no?
S.Miguel: novatos o expertos, todos acaban perdiendo ante S.Miguel.
Iván: lo que sea, pero a mí no me preces muy novato
S.Miguel: todos somos novatos en la vida
S.Miguel: a veces te sorprende quien menos te esperas
S.Miguel: y tú disfrazado de dragón, acabas con la cabeza pisada como una serpiente.
Iván: ¿qué dices?
S.Miguel: piso tu columna vertebral mágica, del útero al cielo y de vuelta en forma de lluvia
S.Miguel: pisado por el ángel de piedra

Iván se desconecta del chat. No está de humor para listillos. Si estuviera en la ciudad llamaría al Costa, pero Costa está huyendo del invierno en algún paraíso turístico del trópico Sur-Asiático. Y el resto de sus amigos han aprovechado el puente para escapar todos a ciudades más frías. Ya que estamos en invierno, que sea uno real por lo menos. Con nieve, café con ron, luces de navidad como Dios manda y sexo bueno en habitaciones de hotel que no escatiman en calefacción. Lencería blanca acariciada por luz de cobre a tempranas horas de la tarde y tras la ventana, un cielo negro como el carbón abrumando los tejados blancos.
Si Inés no le hubiera dejado, tal vez estarían ellos también disfrutando de un baño caliente en alguna habitación de hotel, brindando en la bañera con botellitas del minibar.
Tendría que haber visto las señales a tiempo. Ella ya llevaba mucho tiempo quejándose, antes de desaparecer. Pero se quejaba de tantas cosas... que ahora ya no es capaz de ordenar todos sus discursos para resumir de manera ordenada lo que realmente le molestaba. Lo único que sabe es que ella un día se fue.
Asomado a la ventana, ve un gorro de lana que vuela arremolinado por la acera. Nadie corre detrás. Su balcón está recogiendo polvo, abandonado como está hasta la próxima primavera. No vale la pena salir fuera si no es para buscar algo. Con un tiempo así cada salida y entrada requiere una compleja preparación. Abrigo, bufanda, calcetines gordos, calzoncillos de lana (depende de quién) y capas y más capas. Todo un proyecto.
James debe estar escondiendo las manos en el segundo jersey, el que es suficientemente largo como para cubrirlas. Ya debe estar en su esquina a estas horas. ¿Por qué no hacerle una visita?
Ya hace rato que se ha fumado lo último que le quedaba, y no tiene ganas de quedar con alguien por teléfono. En un día así lo más fácil es bajar a ver a James en la esquina de al lado. Lo que le vendió la última vez tenía una calidad bastante satisfactoria.

Encogido dentro de su chaqueta verde, amarilla y rojo, James es todo un profesional; no deja de guardar su esquina ni siquiera bajo un clima tan inclemente.
-¿No tienes frío James?
-¡Yo nunca tengo frío tío! Cuando vivía en mi isla habían mañanas en las que salía a trabajar en camiseta corta cuando las plantas estaban aún heladas.
-¿Tanto frío hacía en tu isla?
-En San Miguel hace más frío que aquí.
-¿San Miguel? ¿Donde queda eso?
-Tras el mar, no muy lejos... hay días que me acerco a la playa y escucho las campanadas de la iglesia tras las olas. San Miguel tiene una iglesia muy bonita.
-¡Como vas a escuchar las campanadas desde aquí James! ¿No estarás imaginando cosas?
-Te digo yo que sí tío.

Y yendo al grano:
-Ahora no tengo nada aún, estoy esperando. Si vienes en una o dos horas te digo, amigo.

Vaya. James está esperando a su proveedor. Conociendo estos procederes, una hora pueden ser cinco o seis. Más vale terminar esta odisea tirando para el colmado que hay delante de la playa, es lo único que debe estar abierto este domingo. Un par de cervezas servirán para pasar la tarde jugando al “creative warriors”.
El paseo de 5 minutos parece toda una travesía en una tarde tan lúgubre. La oscuridad es imponente.
Las luces anaranjadas tras los cristales de las ventanas cerradas parecen faros de puertos lejanos que pasan de largo, mientras soplos gélidos de Dios juegan a perseguirse entre las callejuelas del puerto.
¿En qué estaría pensando James cuando le decía lo de las campanadas? James es africano, si realmente viene de una isla ésta tiene que quedar muy lejos de aquí. Vaya día que lleva, entre S.Miguel y James, y éste frío congelandole la cabeza, lo están atontando entre todos.

Cuando por fin sale al paseo marítimo le impresiona una vez más el mar. El líquido salado lame la arena a ritmo plácido, frío y viscoso. En el horizonte pura negrura. La iluminación pálida del colmado estrecho y saturado de mercancía se aparece como un limbo fluorescente aislado de la realidad, donde su mente flota en paz, con seis cervezas en la mano, hacia el paquistaní apático tras la caja registradora.

-¿Tu que trabajas tan cerca del mar, has oído alguna vez unas campanas sonar tras las olas?
-¡Sí, yo sí escuchado!
-¿Como?
-Yo escucha muchas veces campanas de mar. Pronto mañana y a veces tarde. Pero cuando hay poca gente, sino no escucha. Muy flojo.
-Gracias.

Uno nunca sabe si son los demás los que no entienden bien sus preguntas o es uno mismo el que no entiende las respuestas de los demás. ¿Resulta que se escuchan campanadas desde detrás del mar y él ni siquiera se había enterado? La verdad es que caminando delante del mar, ya no sabe si hace más frío aquí en el ignorado paseo marítimo o en la cama sin Inés, jugando al ordenador.

El parpadeo de una de las farolas hace aparecer y desaparecer uno de los bancos de piedra fría, desde el cual se puede ver la arena apagada de la playa y las vigas de madera del paseo, sobre las cuales aterriza lentamente un papel rosado que ha llegado flotando desde otra parte de la ciudad. Una vez levantado del suelo, resulta ser el volante informativo de un especie de curso de auto-ayuda, de “auto-conocimiento octagoradial” impartido por Miguel Santos.
¿No hablaba Inés mucho del auto-conocimiento octagoradial? Ahora lo recuerda, él estaba en el sexto o séptimo nivel de auto-ignorancia según Inés, y había un tal Miguel del que hablaba mucho en casa, y con mucha admiración. Con el volante en las manos las cosas se vuelven más claras de repente. Inés está saliendo con este profesor.
Si la quiere ir a buscar ésta es la dirección. ¿Pero quiere realmente? ¿Qué importa a estas alturas? Un trago largo de cerveza inyecta en él un chorro de optimismo, justo en el momento en que empiezan a sonar las campanas de la iglesia del barrio. El mar está lleno de peces ¿no? Pasando frío, pero nadando. Justo delante de él, escondidos en la oscuridad; invisibles desde aquí, pero presentes. Están todos aquí delante, en este mismo mar que se extiende ante él como una lona negra. Buceando en las profundidades.

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