jueves, 4 de febrero de 2010

sexy

Por influencia de la música, el texto anterior salió muy poco lineal. La idea era combinar sucesiones de ideas como si flotaran en el líquido de la mente, lo cual resultó en un texto muy cercano a la escritura automática. Para el siguiente texto he querido hacer algo diferente, y escribir un texto con argumento lineal.
Para ello he elegido una mezcla de canciones que encuentro eróticas, que hice en su día para amenizar los atardeceres de esos días que acaban siendo especiales. La energía sexual me pareció más primordial que la de la música etérea de la mezcla anterior, y más acertada para un texto centrado en experiencias más físicas e inmediatas.
De nuevo, he escrito automáticamente escuchando la mezcla de principio a fin y el resultado ha sido una serie de reflexiones sobre el erotismo que me han llevado a escribir (siempre escuchando la misma mezcla) el texto que posteo a continuación. Como veréis, el texto se va por unos parajes algo sorprendentes, pero a mi parecer no deja de ser erótico, en un sentido amplio de la palabra.

La mezcla se puede bajar en la siguiente dirección:

http://www.mediafire.com/?xxmjazmtzhm

y el texto es el siguiente:

-¡La Sandra sí que tiene un buen culo! !Si no se hubiera emborrachado me enrollaba con ella!
-No paraba de darle a la botella que se trajo el Rúben
- ¿Y después desapareció, no?.
-Se metieron en lavabo con la Cristina y estuvieron toda la fiesta allí metidas.

La tarde tiene todavía mucha fuerza. Desde hace unas semanas, la luz empieza a ganar terreno a las horas oscuras de la tarde, anunciando la llegada de las adoradas vacaciones de verano.

-A mí la que me gusta es la Sonia.
-A la del supermercado también le metería mano.
-¿la de ahora?
-Sí, tenía unas buenas tetas. Le hubiéramos dejado llevarnos a la oficina y nos la follábamos allí.

La trabajadora del supermercado... La verdad es que aunque algo adulta, se le marcaban unas curvas muy atractivas bajo la falda. No podía hacerse una idea clara de lo que sería eso de follar, la idea de quedarse con ella a solas y poder apretar y amasar esas piernas, abrazar su cintura y besar su cuerpo, aun así, vestida, sentir su calor debajo de la blusa...
-Se ha quedado pasmada ¿lo has visto? Va a pensar en mí cuando esté con su novio, te lo digo.
Se ríe. La verdad es que a él también le ha sorprendido mucho la agudeza de su amigo.
Desde que ha vuelto el calor, han cogido la costumbre de pasar cada mediodía después de la escuela por el departamento de música del centro comercial que abrió las pasadas navidades, para robar un par de cd's. Pero hoy una de las trabajadoras, una chica con gafas y pelo rizado largo, no dejaba de seguirlos con la mirada.
Tensos, han tenido que esforzarse más de lo normal para controlar sus movimientos y la respiración; parecer inocentes y simular que estaban realmente pensando en qué cd se querían comprar. Han tenido que perder mucho tiempo mirando las caratulas de los discos, hasta que la chica que los vigilaba se ha despistado y su amigo se ha escondido el nuevo cd de Stiger bajo la camisa. Pero mientras bajaban por las escaleras mecánicas, las del lado de las ventanas que dan al parking exterior, la silueta de la chica de las gafas les estaba esperando abajo, difuminada por la luz concentrada del sol, que siempre baña las escaleras a esta hora. -¡¿Podéis acompañarme?! les ha ordenado, con esa autoridad que tienen los mayores.
Estaban atrapados. El detector iba a pitar en la salida porque aún habían despegado el código de barras del cd y la mujer les estaba llevando fuera. Una asfixiante presión nacida de su pecho se estaba apoderando de su garganta cuando de repente, su amigo se ha sacado el disco de debajo de la camisa, delante de la mujer que los guiaba, y ha dicho que si los echaban no se pensaba comprar ese disco que quería.
-¡Te crees que soy tonta! Dice ella, y los acusa de quererlo robar. Pero su amigo, tranquilo, la mira a los ojos y dice que él no puede haber robado nada porque no ha salido del supermercado, así que no le pueden acusar de nada.

-A tí nunca se te hubiera ocurrido.- Acusa su amigo ahora, cuando ya han rodeado la valla del instituto al que irán el año que viene.
El sol del mediodía quema la ropa tendida sobre los tejados de los edificios pálidos que los rodean.
La verdad es que no se le hubiera ocurrido. Si fuera él el que llevara el cd apretado entre la cintura y el cinturón, hubiera seguido a la mujer paralizado. Como una oveja a su pastor. Hasta que el detector de la salida les dejara en evidencia. No hubiera pensado de la manera que lo hizo su amigo. Tan independiente e intensamente libre. Admira la indomable capacidad de su amigo para pensar de manera original y le duele que refriegue por su cara su superioridad.

-A mí no me hubieran visto.- responde. El golpe más bajo que puede imaginar, para corresponder la ferocidad con la que su amigo le ha ofendido con una provocación que esté a la altura.
El tronco de su amigo se tensa. Le mira serio, erguido. Lo único que rompe el silencio es el traqueteo del tren de cercanías bajo sus pies, bordeando de la colina por la que enfila el camino que están tomando.
-No me extraña que te hubieran viso... -tensión y un segundo donde se va a decidir el desarrollo de la discusión -...con lo lento que eres.
Su propia fragilidad disimulada tras la máscara de la crueldad. Sabe que a su amigo le desagrada no ser muy atlético.
-¿Me estás llamando patoso?- simulación de tono macarra, pero demasiado dolido. Demasiado solemne para sonar convincentemente despreocupado. Huele a confianza rota, condimentada con una excitante sensación de peligro. Caminan al borde de la amistad. Si continúan por ese camino, parece que algo puede cambiar de manera definitiva. ¡Tan excitante de repente! Como decidir entre romper o no el juguete de otro niño. Están descubriendo una frontera que no conocían.
-¡Lento, lento!- con voz de falsete. La exploración de la frontera desconocida continua. Caminando con las piernas separadas, imitando el caminar de los patos. Un sabroso y embriagante cambio de poderes. Ahora su amigo ya no lleva esa sonrisa de suficiencia. Ahora ya no importa que las chicas le hagan más caso. Él es el lento, el humillado.
Ve a su amigo congelado por la sorpresa, aturdido. Seguro que si le pegase ahora mismo no sabría ni cómo reaccionar. Su cara se ha convertido en un mueca ridícula que combina de manera absurda una sonrisa condescendiente con unos ojos suplicantes, de debilidad a carne viva.
Las manos se encuentran con la resistencia del peso de su pecho, que cede ante la fuerza de los brazos, libre. Libre de empujar y mover a su voluntad el cuerpo del amigo que retrocede, se tropieza y cae al suelo levantando una pequeña nube de polvo.
-¡Patoso!- la acusación lacerante demostrada con los hechos. Un puñado de tierra arrancado del suelo con la planta de su zapatilla, disparada contra cara y cuerpo del amigo caído, para acentuar su victoria. Y una dolorosa coz al empeine como respuesta, disparada desde el suelo con mala intención, con rabia verdadera, con odio. No habrá victoria sin batalla. A partir de aquí no hay vuelta atrás, el alma de los dos está en juego. No podrán mirarse más a la cara si no terminan la pelea. Los dos son hombres y tienen que demostrarlo, ante el otro pero ante todo ante sí mismos. Ahora no pueden refugiarse en los miles de sentimientos que están despertando en su interior, como capullos de flor abriéndose a lo llano del campo de su alma. Como un llanto desesperado por haber roto el juguete nuevo, cuando ya es demasiado tarde. Los dos están unidos por la pelea ahora. Se ayudarán a demostrarse mutuamente su masculinidad, entregando todo su cuerpo a la lucha. Deben hacerlo si quieren volverse a mirar a la cara.
Resolución desatada. Fuerza muscular exigida al límite y más allá. Habilidad, suerte y concentración se traducen en un torbellino de manotazos que fallan su objetivo y codos que golpean al azar más dedos que buscan algo blando que apretar. Una mezcla agridulce de libertad y frustración. Una combinación picante de la dicha que produce la actividad física y el abandono del cuerpo a los instintos, con el dolor de la sensación de vacío emocional producida por el alejamiento emocional.
En lo que queda de tarde el cielo soleado tiene un brillo hueco. Sin ningún ganador, la pelea termina con el abandono progresivo de una intensidad, que se toma la tarde entera para difuminarse. Lo que queda es una apatía seca a la hora de cenar, con un regusto amargo antes de dormirse en la cama, pensando en el encuentro obligado al día siguiente.

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