domingo, 21 de febrero de 2010

japón psicodélico

Después de escribir la entrada “invierno”, me quedé con la sensación de que la idea que tenía del texto antes de escribirlo, con la imagen de San Miguel por el medio y el invierno como tema, me había influido demasiado a la hora de escribir.
Me puse a darle vueltas a la idea de poder aprovechar más las sensaciones producidas por la música, antes de dejarme influenciar por el marco de la historia a la hora de escribir. Con marco quiero decir argumento y el espacio de la acción.
En consecuencia, el siguiente experimentó que se me ocurrió fue escribir basándome en una mezcla de música japonesa moderna pero muy influenciada por la música noh. Es un tipo de música que evoca fácilmente imágenes de cerezos en flor, estampados en quimonos y otros clichés japoneses, contra las cuales me he forzado a luchar. La idea es escribir imágenes que la música me evoque, que no sean japonesas. Escribirlo todo, menos aquello que tenga algo de japonés, para forzar la originalidad del texto, y buscar a ver qué sale de este plano más alejado que queda detrás de los clichés.

La mezcla es muy recomendable:

http://www.mediafire.com/?jmqumznzhjd

y el texto resultante es el siguiente:

· · ·

Hacia el oeste, una carretera se dispara por el desierto hasta clavarse en un grumo de palmeras. El cielo, arrogante, arde con los brazos abiertos. Descarga su peso sobre dos pájaros diminutos que intentan ganar altura. Sobre la mesa, una Coca-Cola despide sus burbujas en libertad y el tiempo se entretiene pinzando el infinito.
Eso es todo.
Faltan alucinaciones, nubes de fuego y visiones proféticas, victoria y comprensión absoluta. Todo eso no hay. Pero hay una mesilla de plástico aguantando un refresco que pierde burbujas, un par de palmeras en el horizonte y una carretera que sólo transita el polvo.
El sol tortuguea por su circuito habitual. La Coca Cola se calienta y se transforma en jarabe de azúcar. La vida sigue siendo lo mismo: vida; el tiempo sigue siendo tiempo y éste lugar, una estación de servicio en el desierto.

No hay mucho que hacer por aquí. Durante el día bebo Coca Colas y cuando baja el sol, subo a la colina y veo como la carretera continúa más allá de las palmeras. Allí arriba espero hasta que se apague en el horizonte el último tono rojo y recuerdo los tiempos en los que aún se podían ver nubes navegar por el cielo. Cambiaban de forma y difuminaban sus colores pálidos en el fondo celeste, hasta desparecer de vista. Cada miércoles o cada martes o incluso los domingos, no me acuerdo. Hace mucho que no pasa ninguna nube.

Mientras a la compañía le interese mantener ésta filial, no me moveré de aquí. Las provisiones llegan regularmente y el trabajo es muy fácil. Prefiero esto a sufrir estrés.
Tengo todo el espacio que quiero para desarrollar mis pensamientos y si quiero sensaciones un poco más fuertes, bailo desnudo detrás de la estación. Cierro los ojos y me concentro en las voces apagadas que flotan entre la tierra y el aire, hasta reconocer en su ritmo alguna matriz que pueda seguir. Balanceo primero las manos, suavemente, y dejo que el movimiento me acabe poseyendo por inercia.
Si tuviera que desear una sola cosa, sería tal vez un perrito saltarín y cariñoso, con el que pueda pasear bajo las estrellas. Yo y los perros nos entendemos. Con quien tengo problemas es con los humanos.

Hubo una mañana en la que pasó por aquí una mujer. Yo quería decir algo, pero no sabía qué. Le llené el tanque en silencio, mientras observaba el reflejo aguado de su melena en los cristales de su coche.
El color de sus ojos, cuando me sorprendió su mirada, me pareció como la orilla de un lago, donde yo me mantenía de pié mientras mis barcas partían hacia el templo oscuro de sus pupilas. El lugar sagrado y prohibido. El origen de la locura despertando en mi interior como una chispa dentro de una bombona de butano. Una explosión en el corazón, bombeando sangre en ebullición hacia la carne. Tensando los músculos alrededor de mi esqueleto. Cerrando mi puño sobre las sábanas como un muñón, cada madrugada a partir de aquel día, recordando su visita.
Paso cada solitario amanecer observando los reflejos rotos del espejo polvoriento que cuelga en el baño. Minúsculos puntos de luz tiritando sobre la pared que tengo ante los ojos.
El agua que llena la bañera me parece gelatina de medusa cuando mi mano se desliza en su dimensión extranjera. Me gustaría ver en ella el reflejo de su melena ahora. Me gustaría poderme postrar ante la goma que recogía el pelo de aquella mujer. O ante su blusa... si solamente no lo hubiera quemado todo... aquel día. Cuando vi, desde la colina, como aparcaba su coche cerca de los árboles del oasis. Cerca del grumo de palmeras. Mis dedos como un puñado de garfios clavados en la arena, sedientos hasta la locura de su mirada. Las entrañas ardiendo de deseo y los pectorales tensados.
Después, una inyección del sabor de mi desesperación disolviéndose en el cielo y el miedo de ella, cuando descubre mi visita en el oasis. En el oasis de mi horizonte, que ella había invadido.
Mi frustración, nuestra falta de comunicación y su vida que se derrama, secándose, absorbida por la arena.

Desde entonces, paso horas sentado en la bañera. Mi alma volando sobre el paisaje que rodea la gasolinera. Planeando sobre las formas memorizadas de sus colinas, como un halcón cansado cabalgando una corriente de aire con las alas estiradas.
Por la noche sigo con el dedo la dirección de la vía láctea, sintiéndome estúpido y feliz a la vez. Combinando en mi cabeza recuerdos punzantes con pensamientos dulces. Saboreando el gusto sincero de la tierra. Sintiendo las corrientes que se despiertan en mi entrepierna, para moverse hacia la base de mi columna y de allí hacia mi pelvis. Desatándose en forma de tormenta en dirección ascendente. Concentrándose en mis pezones y sobacos. Envolviendo mis hombros, enraizándose en mis bíceps y entretejiéndose dentro de mis brazos. Dirigiendo su energía hacia mis uñas. Chispeando más allá de mí, hacia el lugar desconocido. Allí donde no me veo ni me encuentro. Allí donde soy otra cosa. Donde se encuentra lo que es yo, en parte, pero a la vez mucho más.

¡Fuego! ¡vida! ¡libertad! - Aquí está todo lo que vine a buscar en esta gasolinera alejada.

¡Es hora de quemar el lugar!

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