domingo, 7 de marzo de 2010

Marco 2

Marco 2

Para la segunda versión del texto basado en una misma leyenda y unas mismas fotos (ver marco1) he elegido una mezcla que hice hace un par de años, con una sensación muy diferente a la anterior. Es una mezcla que a pesar de no estar muy bien mezclada es de las que más éxito tienen entre mis amigos, seguramente por la selección de canciones. Es una combinación de varios solos de guitarra psicodélicos y algo setenteros. Muy relajado. Por eso el texto ha quedado un poco “flipado” y menos oscuro que el anterior.

La mezcla:

http://www.mediafire.com/?j3mwhqiojzj

y el texto:

Los brotes de césped pinchan y pican la piel de mi nuca mientras miro al cielo. Con los brazos abiertos, estirado sobre la colina, siento la tierra aguantar todo el peso de mi espalda y expando mi mirada hacia el espacio exterior. El sol acaba de desaparecer, pero sus ecos tienen aún fuerza para colorear la bóveda celeste; en unos minutos desaparecerán también los últimos tonos purpúreos como una tela transportada por el viento. Después se verán las estrellas.
Lucía está estirada junto a mí, con los ojos cerrados. No nos decimos nada. El silencio se escucha como una cortina de placer cayendo sobre los dos. Mi alma se estira sobre el cosmos, a pesar de que mi cuerpo no se mueva. Cientos de estrellas se convierten en puntos que marcan ciudades sin nombre en el mapa de mi alma, agrupadas todas ellas por mi mirada mientras arden en fusión atómica a millones de años luz. Siento mi sangre cambiar microscópicamente de ritmo y se que las vibraciones del LSD están empezando poseerme.
Mientras tanto Lucía, como la bella durmiente de una leyenda, sigue respirando suavemente a mi lado. El placer de mirarla y pensar en las dulces horas que hemos pasado juntos, es como el filo metálico de un cuchillo depositado sobre mi lengua, después de haber sido bañado en un vino endulzado con miel y agua de rosas.

la mente, el cuerpo, las entrañas se me encogen. Piel de gallina y escalofríos por el abdomen hacia el cuello a través de los costados de mi cuerpo. El LSD produce su segunda ráfaga de aviso.
Me siento y miro hacia la pequeña bahía. Me pierdo en la sinuosidad del movimiento de los reflejos de la noche sobre el agua, alrededor de un barco de metal anónimo que calla a 300 metros de nosotros.
La brisa juega sobre mi vientre y pecho, con la tela de mi camisa. Se despide con un beso y vuelve, seduciendo progresivamente mi piel. Y cada vez que el aire interrumpe sus juegos eróticos, me quedo solo en el centro de la escena. En el lugar en el que hay que estar.
¿Habrá naves extraterrestres volando entre las estrellas que flotan sobre mi cabeza? Seres mágicos de luz blanca tal vez. Criaturas de formas desconocidas e inteligencia incomprensible.

El contacto suave de unos dedos delicados interrumpe mi ensoñación. Lucía aguanta mi mano y me cautiva con dos ojos brillantes de entusiasmo. Dice que ha tenido un viaje interior.
Dice que ha pensado en extraterrestres, mientras sus manos juegan con mis dedos. Como yo, ha visto seres de luz.
No puede ser ninguna casualidad.
La única explicación de esta coincidencia es la de que una presencia extraordinaria nos haya visitado a los dos, en forma de vibraciones, transmisión de sensaciones o éter. Algo indefinible pero perfectamente perceptible, exterior a nosotros.

Lucía dice que mientras cerraba los ojos escuchaba el canto de una sirena sobre la carretera por la que hemos venido hasta aquí, sobre las colinas verdes que rodean el lago, en el que duerme el barco tenemos delante. Era la voz de la muerte, concluye, que venía a buscarla aquí. Pero los extraterrestres la han avisado a tiempo, antes de que su consciencia siguiera flotando tras el canto de sirena más allá de su cuerpo, hacia una dimensión más elegante.
Pero Lucía no quiere despedirse de su cuerpo tan pronto. Aún no. Así que decidimos bajar las colinas con nuestros dedos ligados, tocándose, abrazándose. Saboreando, sintiendo, absorbiendo datos – temperatura, regularidad de la superficie de la piel, tamaño, longitud. Definiendo el contacto de nuestras almas a través de nuestros extremos. Acompaño a Lucía hacia el coche y nos despedimos con un abrazo confiado, empapados en la luz amarilla de la gasolinera.
Yo me quedo y ella se va lejos, al lugar menos pensado, para confundir a la muerte y ganarle unos años más. A un lugar nuevo donde ni yo ni nadie la pueda ir a buscar, donde ni siquiera la muerte la pueda encontrar.
Yo me quedo solo, mi mirada se eleva hacia la distancia, perdiéndose en el infinito. Y camino hasta la madrugada para volver a casa.

Cuando dos días después me llama un amigo y me comunica que Lucía ha muerto en un accidente, conduciendo su coche cerca de la frontera del país, entiendo que todo fue un error. La muerte no venía a buscarla junto al lago, sino que la estaba esperando en la frontera. Es todo una gran broma, pienso, y pronto mi alma se difuminará en la misma frecuencia que la de Lucía.

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