jueves, 4 de marzo de 2010

Marco 1

Con el siguiente texto comienzo un juego algo diferente. En los textos anteriores me seguía molestando el hecho de no tener claro donde acababa la influencia de la música y donde empezaba el efecto de la idea preconcebida que ya tenía sobre la música, o la influencia del ambiente en el que escribía. Para aislar más el efecto de la música, voy a escribir tres textos seguidos, basados en un mismo marco y unas mismas imágenes. He elegido un par de fotografías que he ido tomando aquí y allí, que tienen en común el representar un espacio totalmente neutro. Un espacio que podría estar en cualquier país o ciudad.
El argumento está basado siempre en una misma leyenda, que es una de mis favoritas. Lo único que cambia es la mezcla de música. De esta manera consigo reconocer mejor la diferencia de estado de ánimo al escribir tres historias con un mismo marco argumental y físico.
Lo que estoy intentando es poder escribir con estilos diferentes, y que cada uno sea completamente personal.

La mezcla para este texto es la siguiente:

http://www.mediafire.com/?jxylzyngvkw

y el texto correspondiente:


Marco 1

Cuando se diluye en el espacio, la cacofonía se convierte en un sonido placentero. El peso del tren cae rueda tras rueda sobre la vía, que sirve a dos hombres de techo. Cada golpe resonando en sus oídos con el estruendo de una nota diferente, convirtiendo el puente en el que se refugian en una tormenta sonidos agudos, que se difuminan lentamente después de la agonía. Las vibraciones de los choques metálicos se desintegran rebotando en los pilares del puente hasta desaparecer en la noche. Dejándolos a los dos solos.
Dos hombres sentados sobre la fría acera. Uno observa la pared de enfrente pensativo mientras el otro se apoya en su hombro al hablar, entusiasmado. Intenta convencer a su compañero de que hoy ha visto un perro ladrando su nombre.

Hoy al mediodía, mientras buscaba cartones en el polígono norte, le ha parecido que se le llamaba. Alguien gritaba su nombre en el fondo de un túnel que nunca había visto. Un túnel que ha descubierto hoy.

-¡Juan!...¡Juan!...

Una vez dentro, la voz ha seguido sonando de manera intermitente por el tubo de cemento. Un túnel largo, tan oscuro que no podía ver lo que pisaba. Tropezaba una y otra vez con piedras y desechos irreconocibles. Le oprimía el cuerpo una fría y densa humedad. Hasta que de repente, libre, rodeado de espacio abierto y respirando con facilidad. Lo cual ha significa placer y alivio para él, pero también extrañeza, porque ante él se extendían unas ruinas urbanas cubiertas de polvo, guardadas por una reja metálica. Entre las ruinas, aislado tras la valla, se encuentra al engendro negro que ladra su nombre.

-¡Juan!¡Juan!¡Juan!
-¡Juan!¡Juan!¡Juan!

El perro no puede controlar su ira, salivando cada vez más, acercándose a la valla, haciéndola parecer más precaria con cada ladrido. Más fina y delicada. Más frágil e insegura.

¡La muerte! Concluye su compañero. El perro negro que has visto no era más que la muerte llamándote por tu nombre. Ha venido a la ciudad para buscarte, pero se ha detenido en el borde, porque hoy no te toca todavía. Pero mañana mismo atravesará la valla.
Has tenido mucha suerte en poderla ver a tiempo. Si huyes ahora, a otra ciudad, lejos, la muerte no te encontrará aquí. ¡Tienes que huir ahora mismo a un lugar elegido al azar! Para que la muerte no pueda adivinar tu nueva dirección y tarde meses, incluso años en encontrarte.

Los dos amigos salen del túnel. Las zapatillas rotas resbalando por la cuesta de tierra arcillosa que sube hacia la gasolinera fluorescente. La luz eléctrica del cartel resplandece fría y fantasmagórica en su soledad, clavada en medio de la explanada.
Pasan de largo las miradas de despecho placentero que los trabajadores les dedican y continúan hacia la estación de tren, en silencio. Sólo se escuchan las pisadas sordas de sus suelas en el asfalto, y murmureos lejanos de automóviles o helicópteros que sobrevuelan la ciudad como luciérnagas metálicas.
El condenado a muerte, abrumado. Despierto y alerta, pero con enjambres imaginarios de abejas zumbando en torno a su cabeza. Está saboreando sus propios labios. Siente su vida golpeando su pecho y tiritando en su musculatura. Ahogando su piel desde dentro. Presente y entera, su vida rebosando los confines de su cuerpo.

...

Al día siguiente, su compañero encuentra medio bocadillo en una papelera de la calle. Yergue el torso con el botín en las manos, y sobre su cabeza el cielo es una batalla de nubes, a punto de explotar en forma de lluvia. Se siente como un emperador, poderoso. Lleno de energía y hambriento de más. Seguro. Capaz de conseguir cualquier cosa con su decisión e inteligencia. Puede conseguir cualquier objetivo que se proponga, hasta el de engañar a la muerte si quiere, y eso le proporciona una calma que nunca había sentido.
Comprende que toda su vida flota dentro de una corriente, que es más grande que todo lo que puede comprender junto. Que es la correcta.
Como un brujo urbano, ha aprendido a engañar a la muerte. Abriendo su mirada a los misterios universales y sabiendo elegir la buena corriente. Él sabe mirar más allá de las convenciones sociales; de las normas que imponen lo que uno debe y necesita hacer en la vida.

“Asesinato de un sin hogar” - el título de un periódico arrugado dentro de la papelera llama su atención. Una vez estirado y aplanado con las manos, puede ver en la fotografía las zapatillas rotas de su amigo, Juan, asomando bajo la manta que lo tapa ... “Al parecer, la causa de muerte fueron las repetidas mordeduras de un perro de pelea” “En la población de Cornuecha nadie parece reconocer al mendigo, que pudo haber llegado al pueblo recientemente por razones desconocidas. Se busca...”

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