lunes, 24 de septiembre de 2012

Brighter Death Now - 1890



Cuando tenía poco más de veinte años, trabajaba en una cafetería por las tardes y le alquilaba una buhardilla a una mujer soltera, que bebía un poco pero nunca me molestaba. Dormía al lado de la ventana, sobre un colchón enorme que subí de la calle y tenía en la habitación un armario, una neverita para las cervezas y dos televisores. Uno me lo prestó un amigo cuando se fue al extranjero por una temporada y me encontré el segundo por casualidad, pasando por una calle estrecha detrás de mi casa. Tuve que hacer un rodeo a mi ruta acostumbrada para salir del barrio una tarde, a causa de un mitin político que bloqueó la entrada a mi calle con un mar de sillas plegables de madera, pensionistas y pancartas, más un conferenciante que hablaba por los altavoces cansado, con firmeza automatizada y desganada. Doblé un par de esquinas que nunca había explorado y en la mitad de una calle corta me encontré con una televisión abandonada, que resultó funcionar.
Por aquella época trabajaba siempre en turnos de tarde, dormía de día y a menudo me pasaba las noches delante de mis dos televisiones, una transmitiendo las imágenes que salían de un reproductor de DVD que gané en alguna oferta y otra reproduciendo cintas VHS en un videocasete que ni recuerdo de donde había sacado.
Reproducía algunas cintas que me había encontrado tiradas en la calle, como una grabación ambiental de fuego, o una cinta en la que, tras terminar dos comedias grabadas de la televisión, sobresalían unos minutos sobrantes de la grabación anterior, no profesional, con imágenes de una familia anónima celebrando el cumpleaños de una niña. Así gastaba noches enteras hasta la llegada del pálido amanecer.
Fue una noche entre las tres y las cuatro de la madrugada, cuando me sorprendió el lanzamiento de una bengala sobre los edificios ante mi ventana. A medida que me acostumbraba a la sorpresa, me percaté de que la bengala no bajaba del cielo. Pasaron unos segundos y la bengala descendía como era de esperar, se mantenía clavada en el cielo, no se exactamente a qué distancia, pero desde mi ángulo parecía estar a un palmo sobre el edificio de enfrente.
El brillo palpitaba cambiando de intensidad. Cuando se expandía, la luz era tan intensa que me cegaba por un instante de fascinación y cuando se replegaba sobre sí misma simplemente la veía allí, brillando ante mí. Después me volvía a hipnotizar. Palpitando en el cielo paralizaba mi atención y me soltaba, de manera intermitente.
Cuando la luz me poseía, me volvía consciente de mi columna vertebral –esto lo podía analizar posteriormente - y visualizaba la imagen de una luz fluorescente, sobre la que brillaban en mayor intensidad unos filamentos de luz que parecían cuerdas rotas y finas hechas de una luz aún más clara que la de la bengala. Después volvía a ver el cielo oscuro, sus pocas estrellas, una a una, y la bengala estática brillando en el aire.
Me desperté al amanecer, sin recordar en qué momento había quedado dormido y desde entonces me interesan los avistamientos de ovnis.

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