sábado, 15 de septiembre de 2012

Thema Eleven - Choose Your Beast

Hablando de vacaciones, una vez viajé a Nueva York. Me moría por ver el paisaje de la capital del mundo con mis propios ojos. Yo conocía Nueva York de revistas, libros, carteles comerciales y alguna que otra película que había consumido, y la conocía como una ciudad llena de historias especiales, con personajes dinámicos y divertidos. Pero cuando llegué a Nueva York lo único que vi fue calles. Bajé del avión y no había ni tan siquiera un aeropuerto decente. Todo el aeropuerto de Nueva York no es más que una sala alargada, de unos cien metros, con “furniture”, como dicen ellos, vieja y de color marrón. Recuerdo que había tres policías antipáticos en el control, uno de ellos gordo y con un bigote grande. Cuando sales de esta sala marroncita llegas a una esquina de asfalto donde aparcan un par de taxis amarillos, esto es todo. El taxi me llevó al centro de la ciudad y allí empecé a buscar mi hotel. Pero en Nueva York no hay hoteles, sólo hay calles muy largas de edificios sin puertas. Bueno, tal vez otros barrios sean diferentes, yo lo que conocí fue sólo Manhattan, pero tal como fueron las cosas, dudo que estos “otros” barrios existan. Puede parecer una locura, pero la verdad es que yo lo he vivido en mi propia carne y se que Nueva York es una farsa, no existe. Quise visitar Nueva York, reservé un hotel y lo pagué, a través de mi agente, pero al final acabé durmiendo en la calle. Porque allí no había hotel alguno. Lo único que había en Nueva York eran avenidas, muy largas, eso sí. Avenidas interminables, paralelas y grises, con edificios muy altos, sin ventanas apenas y sin ninguna puerta de entrada. Se me hinchaban las plantas de los pies y me aburría, porque caminaba día y noche y no encontraba nada, el paisaje no cambiaba nunca. Y cuando caía la noche, cansado de no encontrar el hotel y desesperado, me acostaba a dormir sobre la calzada. Nadie me decía nada. Recuerdo que intenté pedir consejo a gente local que pasaba, pero me ignoraban. O me amenazaban. Al final cogí por el cuello a un tipo que parecía flojucho y le puse contra la pared. Le amenacé y le obligué a enseñarme algo diferente de Nueva York. Apreté el puño cerca de su cara y eso le hizo reír. Le dijo algo a un taxista y este me llevó a la orilla de un río muy ancho, con un poco de césped y algunos bancos. Un gran cambio, sin duda, pero junto a la orilla se erguían los mismos edificios impenetrables como un muro aislante. Los diez días que me quedaban de vacaciones los pasé junto a los bancos de aquel río, en aquella mínima parcela de césped. Esto fue lo que vi de Nueva York. Así es como lo recuerdo. Lo que sale en las películas, todas las aventuras que pasan en Nueva York día y noche, me pregunto si son alegorías de los sufrimientos de los habitantes de este bloque de asfalto llamado ciudad. Entiendo que la televisión siempre exagera, o nos enseña ilusiones que nos gustaría realizar, pero yo me pregunto, los habitantes de Nueva York saben que la ciudad no es así para nada cuando la ven en películas. Los que son de Nueva York saben cuan distante es su ciudad de la manera en que se la representa en el cine, entonces ¿Qué es lo que piensan ellos cuando ven estas películas? ¿Y yo? Si sé que Nueva York es una mentira, ¿por qué sigo disfrutado cuando veo otra película sobre Nueva York? ¿Disfruto engañándome? ¿Disfruto con la calidad de cada nueva ilusión? ¿Es que estas ilusiones crean en mi interior una Nueva York idílica en la que no existe el aburrimiento? Tal vez se trate de una cuestión de fe. Creer en una Nueva York entretenida y feliz le da un color más agradable a la vida. Le da sentido. Por que a fin de cuentas, no puedo juzgar una ciudad tan grande por mi propia experiencia personal, limitada además, mi experiencia, a unos pocos días y un mal planning de las vacaciones por mi parte. Nueva York es mucho más, y no perderá de su brillo esta increíble ciudad porque yo no haya sido capaz de pasármelo bien en ella. Sobretodo conociéndome, que soy una persona negativa de por sí y melancólica.

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