martes, 30 de octubre de 2012

Acces to Arasaka - Void()

Poco a poco mi gusto musical está cambiando y los discos en los que me baso quedan como el recuerdo de una época que estoy dejando atrás.
No cuelgo más los discos, para escuchar la música se puede poner el nombre de los artistas en youtube, allí está todo.


Tengo recuerdos de una partida de pastillas muy especiales que se vendieron por el barrio una sola vez. Las pude probar sólo aquel otoño de 199.. y nunca más oí nada de ellas ni de ninguna sustancia parecida.
Se trataba de una molécula nueva, decían, diseñada con una técnica digital, lo cual a mí y a mis amigos, con nuestra ignorancia en química y neurología, nos sonaba misteriosamente convincente. El rollo de la molécula servía de buena presentación a la hora de venderlas y encajaba bien con el efecto peculiar de aquella sustancia.
Eran unas pastillas más pequeñas de lo común, con un fuerte sabor a talco o calcio, que probamos por primera vez un domingo por la tarde. Cuando se disolvían en el estómago, cualquier foco de luz a tu alrededor se difuminaba cuando movías la cabeza con brusquedad. La vista parecía derramarse sobre la mirada y convertirse en trazos alargados de colores fríos.
Luego perdíamos la concentración. Alguien empezaba a contar algo y nunca llegabas a escuchar el final. Cualquier conversación quedaba inconclusa. El pensamiento avanzaba en forma de recortes aleatorios de fragmentos de atención, por decirlo de alguna manera – una brizna de hierba, grietas rectas entre las baldosas o fragmentos de la canción de arranque de un motor, como si percibiera el mundo en fracciones de observaciones inconexas y cuanto más inconexas se hacían, poco a poco, pedazo a pedazo... empezaba la sensación.
Sensación única en el interior, como de algo importante, serio, pasando dentro de mi alma. Lo que me rodeaba dejaba de importar. Yo era yo y lo que importaba era yo.
No era una sustancia que me hiciera muy social que digamos.
Después de probarlas varias veces con mis amigos me acostumbré a tomar aquellas pastillas solo, paseando. Me sentaba en algún lugar lejos de mi barrio, donde nadie me pudiera reconocer y me pasaba tardes enteras mirando al cielo. Me relajaba sobre algún banco desconocido y dejaba que el cielo cambiara de colores.
No fue un producto con mucho éxito, porque la gente decía que embotaban. Yo solo fui consumiendo casi toda la remesa durante aquel otoño, poco a poco, mientras me preguntaba quien habría inventado una fórmula tan fuera de lo común.
Me sentaba en un banco e imaginaba la vista que tendría si pudiera volar y colocarme encima de las nubes que pasaban sobre mi cabeza, cómo se vería el mundo desde allí. Los semáforos parpadeaban ante mí como si, más allá de su función habitual, fueran señales ocultas para recordarme algo. Así desarrollé poco a poco la sensación de que la vida te ofrece signos, señales de algo importante que va a pasar o debería pasar. Señales que te avisan de que ha llegado el momento de actuar hacia alguna dirección y todo es cuestión de saberlas reconocer cuando aparecen.

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