martes, 30 de octubre de 2012

Clockcleaner - Babylon rules

Tenía una novia a la que quería mucho. Tengo muy grabada la imagen de sus piernas delgadas subiendo una montaña donde decían que podríamos ver Ovnis. Ella es una fanática de los Ovnis, hace poco ha publicado un libro sobre el tema.
Una montaña con truenos en la cima, así lo recuerdo. Subíamos con un autobús que viajaba muy lento y el conductor parecía indio. Un hombre de origen Peruano o Boliviano, no lo se, pero indio, y con la cara delgada. Una cara misteriosa de cuero seco y ojos carbón ardiente. Le miré la cara de cerca cuando hablamos al lado de la carretera. De repente, paró el autobús en la cuneta y salió a fumar sin dar explicaciones. Se encendió el cigarro pensativo, mirando la montaña y yo lo miraba a él.
-El tipo de lugar para encontrarse buitres- me dijo, y yo vi cuervos volando.
-El tipo de lugar para encontrar setas alucinógenas- contestó mi novia, y después le habló de ovnis.
Me acuerdo de la hierba húmeda junto a la carretera, una humedad que penetraba los calcetines
Hubo un ruido de animal – parecido al cuervo pero con un tono menos agudo y mayor volumen.
Pregunté al conductor qué animal era, forzando mi sonrisa, pero él me miraba sin responder. Vi la cicatriz que tenía en el antebrazo, de unos 15cm, empezaba con una curva y seguía recta hasta terminar.
Nos habíamos parado en la cuneta junto a un muro derruido, roto a pedazos. Habían botellas de cerveza vacías en el lugar – me pareció que era costumbre parar allí, en aquel punto de la carretera, pero por no sabía por qué.
El conductor se fumó el cigarro entero mirando el bosque, pero no soñando, sino penetrando con atención la oscuridad entre los árboles, como si buscara algo.

Recuerdo también la piel suave del cuello de mi novia. Con la barbilla levantada, estiraba el cuello hacia el cielo, concentrada, con la mirada viajando hacia la primera estrella del atardecer. Estaba convencida de que veríamos ovnis.
Para mí era una excursión de libertad y sexo. Habíamos llegado a aquellas montañas en un autobús amarillo, comiendo galletas en los asientos de la última fila. Pasamos por encima de miles de árboles, viajando sobre largos puentes bajo los cuales volaban aguiluchos. Mi novia había elegido el destino por ser un lugar favorecido por los platillos volantes; incluso llevábamos con nosotros máscaras blancas, que se dice que ayudan en caso de avistamiento. Lo raro fue que se nos perdió la marihuana. Primero nos pensamos que nos la habíamos dejado en casa, pero cuando volvimos a la ciudad resultó ser que no, que se perdió en alguna parte durante el viaje.

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